LA VERDAD DEL EVANGELIO

TEOLOGÍA SISTEMÁTICA

por Charles G. Finney

 

 Capítulo 28

Habilidad por Gracia

 

La gracia es un favor inmerecido. Su ejercicio consiste en conceder aquello que podría ser retenido sin una violación de justicia.

La habilidad para obedecer, como hemos visto, es la posesión de poder adecuado para la ejecución de aquello que es requerido. Si, entonces, los términos son usados en el sentido apropiado, por una habilidad por gracia debe intentarse que el poder que los hombres al momento poseen para obedecer los mandamientos de Dios es un don de gracia relativo al mandamiento; es decir, el otorgamiento de poder adecuado para la ejecución de algo requerido es un asunto de gracia opuesto a justicia.

I. Mostraré lo que se intenta por el término habilidad por gracia.

El esquema de los seguidores sostiene que por el pecado de Adán, él, junto con su posteridad, perdió todo poder natural y toda habilidad de todo tipo para obedecer a Dios, que por consiguiente ellos, como raza, fueron totalmente incapaces de obedecer la ley moral, o dar a Dios servicio aceptable cuando fuera; es decir, se volvieron, como una consecuencia del pecado de Adán, totalmente incapaces de usar los poderes de la naturaleza de alguna otra manera más que para pecar. Fueron capaces de pecar o de desobedecer a Dios, pero enteramente incapaces de obedecerle, que ellos no perdieron todo el poder para actuar, sino que tenían el poder para actuar sólo en una dirección, esto es en oposición a la voluntad y la ley de Dios. Por una habilidad por gracia ellos tienen la intención como consecuencia de la expiación de Cristo, Dios misericordiosamente ha restaurado al hombre la habilidad para aceptar términos de misericordia, de cumplir las condiciones de aceptación con Dios, en otras palabras, que por la habilidad por gracia del Espíritu Santo, sobre la condición de la expiación, Dios ha dado a cada miembro de la familia humana, a todos los hombres, una habilidad por gracia para obedecer a Dios. Se intenta por habilidad por gracia, entonces, esa habilidad o poder para obedecer a Dios, que los hombres ahora poseen, no por la virtud de la morada o de influencia de gracia de Espíritu Santo, gratuitamente concedida en el hombre como consecuencia de la expiación de Cristo. La inhabilidad, o la pérdida total de todo poder para obedecer a Dios en la que una raza cayó por el primer pecado de Adán, le llaman pecado original; quizá más estrictamente, esta inhabilidad es una consecuencia de ese pecado original en el que cayeron los hombres; que el pecado original en sí consistió en la corrupción total de toda la naturaleza del hombre. Sostienen que por la expiación de Cristo hecha satisfacción por el pecado original, en un sentido tal que la inhabilidad que resulta de ella es removida, y que ahora los hombres son por ayuda por gracia capaces de obedecer y aceptar los términos de la salvación. Esto es, son capaces de arrepentirse y creer el evangelio. En suma, son capaces, en virtud de su habilidad por gracia, para cumplir su deber, o de obedecer a Dios. Esto, si entiendo estas obligaciones, es una declaración justa de la doctrina de habilidad por gracia.

II. Esta doctrina de la habilidad por gracia es absurda.

La pregunta no es si, de hecho, los hombres obedecen a Dios sin la influencia por gracia del Espíritu Santo. Sostengo que no. Entonces el hecho de la influencia por gracia del Espíritu Santo, que es ejercida en cada caso de obediencia humana, no es un asunto de debate entre quienes sostienen y quienes niegan la doctrina de la habilidad por gracia, en el sentido arriba explicado. El asunto en debate no es si los hombres usan, en cualquier caso, los poderes de la naturaleza en la manera que Dios requiere, sin la influencia por gracia del Espíritu Santo, sino si son naturalmente capaces de usarlos. ¿Acaso es el hecho de que nunca los usan sin una influencia divina por gracia para ser atribuidos a la inhabilidad absoluta, o al hecho de que, desde el principio, ellos consagran universal y voluntariamente sus poderes a la gratificación del yo, y que por tanto no lo harán a menos que sean divinamente persuadidos por la influencia por gracia del Espíritu Santo en cualquier caso usar y consagrar sus poderes al servicio de Dios? Si esta doctrina de inhabilidad natural y de habilidad por gracia es verdadera, inevitablemente se deduce que…

1. Que excepto por la expiación de Cristo, y la concesión consecuente de la habilidad por gracia, nadie de la raza de Adán pudo haber sido capaz de pecar, pues en este caso toda la raza hubiera sido privada de cualquier tipo o grado de habilidad para obedecer a Dios. Consecuentemente, no podrían haber sido sujetos de gobierno moral, y desde luego sus acciones no hubieran tenido ningún carácter moral. Es una primera verdad de la razón, una verdad por todos lados y por todos que los hombres necesariamente dan por sentado en sus juicios prácticos, que un sujeto de gobierno moral debe ser un agente moral, o que la agencia moral es necesariamente una condición del ser de cualquiera un sujeto de un gobierno moral. Y en el juicio práctico de los hombres no importa si un ser fue agente moral o no. Si por algún motivo ha dejado de ser un agente moral universal y necesariamente da por sentado que es imposible que sea un sujeto de gobierno moral ni más ni menos que un caballo puede ser un sujeto así. Supóngase que él por su propia falta se ha vuelto un idiota o un lunático; todos los hombres saben absolutamente, y en su juicio práctico suponen, que en este estado no lo es, y no puede ser un sujeto de gobierno moral. Saben que en ese estado el carácter moral no puede justamente ser afirmado por sus acciones. Su culpa en privarse así de la agencia moral puede ser increíblemente grande, y su culpa en privarse de ese modo de su agencia moral puede equivaler a la suma de todas las faltas de la cual es la causa, --pero no puede ser un agente moral, no puede estar bajo obligación moral en ese estado de demencia o locura. Ésta es una primera verdad de la razón irresistible y universalmente asumida por todos los hombres. Si por tanto la posteridad de Adán por su propio acto personal fue desechada y privada de toda habilidad de obedecer a Dios, en ese estado hubieran cesado de ser agentes morales, y como consecuencia no hubieran podido pecar más. Pero el caso bajo consideración es el que se acaba de suponer, sino es uno donde la agencia moral nunca fue, y no podría haber sido poseída. En el caso bajo consideración, la posteridad de Adán, si hubiera él tenido alguna, nunca hubiera poseído ningún poder para obedecer a Dios, o para hacer cualquier cosa aceptable para él. Consecuentemente, no hubieran podido sostener con Dios la relación de sujetos de su gobierno moral. Desde luego, nunca hubieran podido tener carácter moral, bien o mal, en el sentido moral, nunca hubieran podido afirmarse sus acciones.

2. Debe deducirse por este doctrina de la habilidad por gracia y inhabilidad natural que la humanidad perdió su libertad de la voluntad en el primer pecado de Adán, que Adán mismo y toda su posteridad habrían y pudieran haber podido sostener con Dios sólo la relación de lo necesario, opuesto a agentes libres si no hubiera Dios otorgado una habilidad por gracia.

Pero el que Adán o su posteridad perdieran su libertad o su agencia libre por el primer pecado de Adán no es una suposición meramente absurda. Seguro que Adán cayó en un estado total de alejamiento de la ley de Dios y que decayó a un estado de egoísmo supremo. Su posteridad unánimemente ha seguido su ejemplo. Él y ellos se han muerto en sus transgresiones y pecados. Ahora el que esta muerte en pecado consista, o implique, la pérdida de la agencia libre es meramente eso que está por probarse. Pero esto no se puede probar. He discutido plenamente el tema de la depravación moral humana o la pecaminosidad anteriormente como para ampliarlo aquí.

3. De nuevo, si es verdad, como estos teólogos afirman, que los hombres tienen sólo una habilidad por gracia para obedecer a Dios, y que esta habilidad por gracia consiste en la presencia y la agencia de gracia del Espíritu Santo, se deduce que, cuando el Espíritu Santo es retirado del hombre, ya el hombre no es un agente libre, y desde ese momento es incapaz de acción moral y por supuesto de pecar más. De ahí, si él vive muchos años después de ese retraimiento, ni el pecado ni la santidad, ni la virtud o el vicio, la loabilidad y la censurabilidad podrían afirmarse de su conducta. La misma voluntad será y debe ser verdad de toda su eternidad futura.

4. Si la doctrina en cuestión fuera verdad, se deduce que desde el momento del retraimiento de la influencia de gracia del Espíritu Santo, el hombre ya no es más sujeto de obligación moral. Es desde ese momento absurdo e injusto requerirle su cumplimiento de cualquier deber. El no convencerle de ya no más ser un sujeto de deber, pensar o hablar de deber como que le perteneciera, es tan absurdo como pensar o hablar del deber de una simple máquina. A partir del momento de la retención de la habilidad por gracia, él ha cesado de ser un agente libre, pero un agente necesario, que tiene el poder de actuar pero en una dirección. Tal ser no puede ser capaz de pecado o santidad. Supóngase que aún él posee poder para actuar contrario a la letra de la ley de Dios; ¿entonces qué? Esta acción no puede tener carácter moral, porque debe de alguna manera actuar, y no puede actuar de otra manera. Es absurdo afirmar que tal acción puede ser pecaminosa en el sentido de censurabilidad. Afirmar que puede, es contradecir una primera verdad de la razón. Los pecadores, entonces, que han apagado al Espíritu Santo, y de quienes se retira totalmente, ya no más son culpados por su enemistad contra Dios, y por toda su oposición. Son, según esta doctrina, tan libres como son los movimientos de una simple máquina.

5. De nuevo, si la doctrina en discusión fuera verdad, no hay razón para creer que los ángeles que cayeron de la alianza con Dios pecaron sólo una vez. Si Adán perdió su agencia libre por la caída, o por su primer pecado, no puede haber duda que los ángeles hicieron lo mismo. Si una habilidad por gracia no había sido otorgada a Adán, es seguro, según esta doctrina en cuestión, que nunca pudo haber sido sujeto de obligación moral desde el momento de su primer pecado, y consecuentemente, nunca hubiera pecado otra vez. Lo mismo es verdad de los demonios. Si por su primer pecado cayeron en la condición de agentes necesarios, habiendo perdido su agencia libre, no han pecado desde entonces. Esto es, el carácter moral no puede afirmarse por su conducta desde ese evento a menos que se haya otorgado una habilidad por gracia en ellos. El que esto se haya hecho no puede fingirse, con siquiera una muestra de razón. A los demonios, entonces, según esta doctrina, no se les culpa ahora por todo lo que hacen para oponerse a Dios y para arruinar almas. Sobre esta suposición en cuestión, no pueden evitarlo, y pues de una vez que se culpen a los vientos y a las olas por los males que a veces ellos hacen, como culpar a Satanás por lo que hace.

6. Si esta doctrina fuese verdad de que no hay agentes morales. Ellos como agentes necesarios, a menos que sea verdad, que el Espíritu Santo y la habilidad por gracia continúan ahí. Esto no se contiende, creo yo, por los seguidores de este plan. Pero si niegan a los habitantes del infierno la libertad de la voluntad, o que es lo mismo, la habilidad natural para obedecer a Dios, deben admitir, o ser brutalmente inconsistentes, que no hay pecado en el infierno, ni en hombres ni demonios. Pero ¿acaso es agradable esta administración para la revelación o la razón? Sé que los seguidores de este plan sostienen que Dios pudo justamente sostener a los hombres, de quienes una habilidad por gracia es retirada, y los demonios, responsables por su conducta sobre la base de que han destruido su propia habilidad. Pero supóngase que esto fuese verdad, que ellos se han considerado idiotas, lunáticos o necesariamente opuestos a agentes libres, ¿acaso podría Dios justamente, y podría la razón iluminada, aún considerarlos como agentes morales, y como moralmente responsables de su conducta? ¡Ciertamente no! Dios y la razón pueden justamente culpar, y considerarlos miserables, por aniquilar su libertad o su agencia moral, pero sería absurdo considerarlos aún responsables por obediencia presente.

7. Hemos visto que la habilidad de todos los hombres de mente cuerda para obedecer a Dios es necesariamente dada por sentada como una primera verdad, y que esta suposición es de las mismas leyes de la mente, la condición indispensable de la afirmación, o incluso la concepción, de que hay sujetos de obligación moral; pero que por esta suposición, los hombres no podrían mucho como concebir la posibilidad de la responsabilidad moral, loabilidad y censurabilidad. Si las leyes de la mente permanecen sin alterar, esto es así y siempre será así. En el mundo eternal y en el infierno, los hombres y los demonios deben necesariamente asumir su propia libertad o habilidad para obedecer a Dios, como la condición de su obligación para hacerlo, y consecuentemente de su ser con capacidad de pecado o santidad. Ya que la revelación nos informa que los hombres y demonios continúan pecando en el infierno, sabemos que debe asumirse como una primera verdad de la razón de que son agentes libres, o que tienen habilidad natural para obedecer a Dios.

8. Pero el que una habilidad por gracia para realizar el deber u obedecer a Dios sea un absurdo, aparecerá más adelante, si consideramos que es una primera verdad de la razón, que la obligación moral implica agencia moral, y que la agencia moral implica libertad de voluntad; o en otras palabras, implica una habilidad natural para cumplir con la obligación. Esta habilidad es necesariamente considerada por la inteligencia como el sine qua non de la obligación moral sobre la base de justicia natural e inmutable. Un mandato justo siempre implica una obediencia para obedecerla. Un mandato para ejecutar una imposibilidad natural no impondría, y no podría imponer, obligación. Supóngase que Dios deba ordenar a seres humanos a volar sin darles el poder; ¿acaso podría una orden así imponer obligación moral? ¡Ciertamente no! Pero supóngase que deba darles el poder o prometerles el poder, sobre la ejecución de una condición dentro de su alcance, entonces podría en justicia requerirles que vuelen, una orden para hacerlo sería obligatoria. Pero relativo al requerimiento, la otorgación de poder no sería gracia, sino justicia. Relativo a los resultados o al placer de volar el otorgamiento de poder sería de gracia. Esto es, podría ser la gracia en Dios para darme el poder de volar, que pueda yo tener el placer de volar, y beneficiarme del volar para que relativamente a los resultados de volar, el dar el poder pueda ser considerado como un acto de gracia. Pero, si Dios me requiere volar como un asunto de deber, debe en justicia suplir el poder o la habilidad de volar. Esto sería en justicia una condición necesaria del mandamiento que impone obligación moral.

Ni tampoco variaría en nada el caso si hubiera yo poseído alas, y al abusar de ellas perdiera el poder de volar. En este caso considerado relativamente al placer y beneficio, y los resultados de volar, la restauración del poder de volar, debe, como una condición de mi obligación, restaurar el poder. Es vano y absurdo decir, como se ha dicho, que en tal caso, aunque pueda yo perder el poder de la obediencia, esto no podría alterar la razón de Dios para reclamar obediencia. Esta afirmación procede sobre la suposición absurda de que la voluntad de Dios hace o crea la ley, en vez de meramente declarar y sustentar la ley de la naturaleza, o simplemente ese curso de disposición y actuación, que es por el momento, adecuado para su naturaleza y relaciones. Hemos visto que la voluntad de Dios nunca hace o crea la ley, que sólo la declara y la sustenta. Si por tanto, por cualquier medio cual sea, la naturaleza de un agente moral deba cambiarse, que su voluntad ya no más es libre para actuar en conformidad o en oposición con la ley de la naturaleza, si Dios lo tuviera aún por obligado a obedecer. Debe, en justicia, relativamente a su requerimiento, restaurar su libertad o habilidad. Supóngase que uno haya por abuso de su intelecto perdido el uso de ella, y se haya vuelto idiota, ¿acaso podría el por cualquier posibilidad aún ser requerido para entender y obedecer a Dios? Ciertamente no. Ni tampoco podría ser requerido para ejecutar cualquier cosa que se haya vuelto naturalmente imposible para él. Visto relativamente al placer y los resultados de la obediencia, el poder restaurador sería un acto de gracia. Pero visto relativamente a su deber o al mandamiento de Dios, el poder restaurador es un acto de justicia y no de gracia. Llamar esto gracia sería abusar del lenguaje y confundir los términos.

III. ¿En qué sentido es posible una habilidad por gracia?

1. No, como hemos visto, en el sentido de otorgamiento de poder para considerar la obediencia a un mandamiento posible, puede ser un don de gracia. Gracia es un favor inmerecido, algo no demandado por la justicia, aquello que bajo las circunstancias podría ser retenido sin injusticia. Nunca puede ser justo en ningún ser requerir eso que bajo las circunstancias es imposible. Como se ha dicho, relativamente al requerimiento y como una condición de su justicia, el otorgamiento de poder adecuado para la ejecución de aquello que se ordena es una condición inalterable de la justicia del mandamiento. Esto digo yo como una primera verdad de la razón, una verdad en todos lados por todos los hombres necesariamente dada por sentado y sabida. Una habilidad por gracia para obedecer un mandamiento es un absurdo y una imposibilidad.

2. Pero es posible una habilidad por gracia considerada relativamente a las ventajas para resultar de la obediencia. Supóngase, por ejemplo, que un sirviente se mantiene a sí mismo y a su familia por su salario, ¿acaso debería él mismo considerarse incapaz de trabajar y ganar su salario? Su señor podría despedirlo, y dejarlo ir con su familia a su casa pobre. Pero en este estado de incapacidad su amo no puede justificadamente exigir el trabajo de él, ni podría hacerlo si fuera dueño absoluto del sirviente. Ahora supóngase que el señor es capaz de restaurar al sirviente su fuerza anterior. Si requeriría de su servicio como una condición de justicia de ese requerimiento, debe restaurar su fuerza hasta para considerar obediencia posible. Esto sería mera justicia. Pero supóngase que él restauró la habilidad del sirviente para ganar el sustento para él mismo y su familia por su trabajo. Esto, es un asunto de gracia visto relativamente para el bien del sirviente, para los resultados de restauración de su habilidad para él mismo y su familia. Relativamente al derecho del señor en requerir la labor del sirviente, la restauración de la habilidad, y hacerlo posible una vez más para él para que se mantenga él mismo y su familia, el dar la habilidad es propiamente un asunto de gracia.

Aplíquese esto al caso bajo consideración. Supóngase la raza de Adán haber perdido su agencia libre por el primer pecado de Adán, y de ahí haber llegado a un estado en el que la santidad y por consiguiente la salvación fueran imposibles. Ahora, si Dios aún requiriese obediencia de ellos, debe en justicia restaurar su habilidad. Y visto relativamente a su derecho de mandar, el deber de ellos de obedecer, esta restauración es propiamente un asunto de justicia. Pero supóngase que de nuevo los pusiera en circunstancias para considerar la santidad y la salvación posibles para ellos: visto relativamente al bien y beneficio de ellos, esta restauración de habilidad es propiamente un asunto de gracia.

Una habilidad por gracia, vista relativamente al mandamiento de ser obedecidos es imposible y absurda. No hay prueba que la humanidad perdiera la habilidad para obedecer, sea por el primer pecado de Adán o por su propio pecado. Para esto implicaría, como hemos visto, que ellos hayan dejado de ser libres, y se hayan vuelto agentes necesarios. Pero si ellos lo han hecho, y Dios ha restaurado su habilidad para obedecer, todo lo que puede ser justificadamente dicho en este caso es que en la medida del derecho de mandar la restauración de su habilidad fue un acto de justicia. Pero fue un acto de gracia en la medida de considerar posible la salvación para ellos.

3. Pero se afirma. O más bien se da por sentado por los defensores del dogma bajo consideración, que la Biblia enseña la doctrina de una inhabilidad natural, y de una habilidad por gracia en el hombre para obedecer los mandamientos de Dios. Admito, ciertamente, que si interpretamos la escritura sin la consideración para cualquier regla justa de interpretación, esta suposición puede encontrar tolerancia en la palabra de Dios, como cualquier absurdo. Pero un compartir moderado de atención a uno de las reglas más simples e importantes de interpretar el lenguaje, sea en la Biblia o fuera de ella, quitará este dogma absurdo de la mínima apariencia de apoyo de la palabra de Dios. La regla a la que me refiero es esta: "que el lenguaje sea siempre interpretado de acuerdo con el asunto o contenido del discurso".

Cuando se usan los actos de voluntad, el término "no se puede" interpretada por esta regla, no debe entenderse para significar una imposibilidad propia. Si digo, no puedo tomar cinco dólares por mi reloj, cuando se me es ofrecido, todo mundo sabe que no afirmo y no puedo afirmar una imposibilidad propia. Así que cuando el ángel le dijo a Lot, "Date prisa … porque nada podré hacer hasta que hayas llegado allí" (Gn. 19:22), ¿quién le entendió como que afirmaba una imposibilidad natural? Todo lo que quiso decir fue que no estaba dispuesto a hacer nada hasta que Lot estuviera en un lugar seguro. Cuando la Biblia habla de nuestra habilidad para cumplir los mandamientos de Dios, todo lo que se intenta es que estamos tan indispuestos que sin persuasión divina, nosotros, de hecho, no obedeceremos. Esto ciertamente es el sentido en el que tal lenguaje es usado en la vida común. Y en el habla común, nunca pensamos de tal lenguaje, cuando se usan los actos de voluntad como queriendo decir cualquier otra cosa más que indisponibilidad.

Cuando Josué les dijo a los hijos de Israel, "No podréis servir a Jehová, porque él es Dios santo" (Jos. 24:19), todo el contexto, como también la naturaleza del caso, muestra que no quiso afirmar ninguna imposibilidad natural. En la misma conexión, les requiere servir al Señor y los dirige solemnemente para que prometan ellos mismos servirle. Sin duda quería decir que con corazones perversos no podrían ser considerados un servicio aceptable, y por tanto insistieron en hacer a un lado la perversidad de sus corazones al consagrarse inmediatamente ellos mismos al servicio del Señor. Así que debe ser en todos los casos donde él termino "no se puede" y expresiones similares que, cuando se aplican a la acción muscular, implicaría una imposibilidad propia, son usados en referencia a actos de voluntad; no pueden, cuando se usa así, entenderse como implicar una imposibilidad propia, sin hacer violencia a la regla sobria de interpretar el lenguaje. ¿Qué puede pensarse de un juez o de un abogado ante el estrado de un tribunal terrenal, que deba interpretar el lenguaje de un testigo sin la consideración de la regla de que "el lenguaje debe interpretarse según el contenido del discurso"? Si el abogado en su argumento a la corte o jurado intenta interpretar el lenguaje del testigo en una forma que hiciera "no se puede" cuando se hablase de un acto de voluntad, para significar una imposibilidad, el juez pronto reprendería su estupidez, y le recordaría que no debe hablar tonterías en un tribunal de justicia, y quizá añadiera, que tales aseveraciones sin sentido serían sólo permisibles en el pulpito. Digo de nuevo que es un completo abuso y perversión de las leyes del lenguaje interpretar así la Biblia como para hacerla enseñar una inhabilidad propia en el hombre para disponer como Dios dirige. La esencia de la obediencia a Dios consiste en querer. El lenguaje, entonces, usado en referencia a la obediencia debe, cuando se entiende propiamente, ser interpretado en concordancia con el contenido del discurso. Consecuentemente, cuando se usa en referencia a actos de voluntad, tales expresiones como "no se puede" y similares, pueden absolutamente no querer decir nada más que una elección en una dirección opuesta.

Pero puede preguntarse, ¿acaso no hay gracia en todo lo que es hecho por el Espíritu Santo para hacer que el hombre sea sabio para la salvación? Ciertamente sí, respondo. Y es la gracia, y gran gracia, sólo porque la doctrina de una inhabilidad natural en el hombre para obedecer a Dios no es verdad. Es sólo porque el hombre está bien capacitado para rendir obediencia, e injustamente rehúsa hacerlo, que toda influencia que Dios pone para hacerlo que esté dispuesto sea un don y una influencia de gracia. La gracia es grande sólo en proporción a la habilidad del pecador para cumplir los requerimientos de Dios, y la fuerza de su oposición voluntaria a su deber. Si el hombre fuera propiamente incapaz de obedecer, no podría haber gracia para darle la habilidad de obedecer cuando el otorgamiento de la habilidad es considerado relativamente al mandamiento. Pero que el hombre sea considerado como libre, como que posee habilidad natural para obedecer todos los requerimientos de Dios y su dificultad como consistir en un corazón perverso, o, que es lo mismo, una indisponibilidad para obedecer, entonces una influencia de parte de Dios diseñada y tendiente para hacerle querer es gracia ciertamente. Pero quitarle al hombre su libertad, considerarlo naturalmente incapaz de obedecer, y se considera imposible la gracia en cuanto se refiere a su obligación para obedecer.

Pero se urge en apoyo al dogma de inhabilidad natural y de una habilidad por gracia, que la Biblia en todos lados representa al hombre como dependiente de influencia de gracia del Espíritu Santo para toda santidad y consecuentemente para vida eterna. Respondo, se admite que ésta es la representación de la Biblia, pero la pregunta es, ¿en qué sentido es dependiente? ¿Acaso esta dependencia consiste en inhabilidad natural para abrazar el evangelio y ser salvo? O ¿acaso consiste en un egoísmo voluntario --en una indisponibilidad para cumplir con los términos de salvación? ¿Acaso es el hombre dependiente del Espíritu Santo para darle una habilidad propia para obedecer a Dios? O ¿acaso sólo es dependiente en un sentido tal que, de hecho, no abrace el evangelio a menos que el Espíritu Santo lo haga que quiera? Lo último más allá de cualquier pregunta razonable es la verdad. Ésta es la representación universal de la escritura. La dificultad para ser vencido está en todos lados en la Biblia representada para sólo ser la indisponibilidad del pecador. No puede ser cualquier otra cosa, puesto que la disponibilidad es el hacer lo requerido por Dios. "Porque si primero hay la voluntad dispuesta, será acepta según lo que uno tiene, no según lo que no tiene" (2 Co. 8:12).

Pero se dice si el hombre puede estar dispuesto, ¿qué necesidad hay de persuasión o influencia divinas para hacerlo estar dispuesto? Podría preguntar, supóngase que un hombre puede, pero no está dispuesto a pagar sus deudas, ¿qué necesidad hay de una influencia para hacerlo estar dispuesto? Por qué, la influencia divina se necesita para hacer a un pecador que esté dispuesto o inducirlo a querer como Dios dirija, sólo por la misma razón que la persuasión, la súplica, el argumento, o la vara se necesitan para que nuestros hijos sometan sus voluntades a las nuestras. El hecho por tanto que la Biblia representa al pecador como en algún sentido dependiente de la influencia divina para un corazón recto, no implica más que una inhabilidad propia en el pecador, que el hecho de que los hijos son dependientes para su buen comportamiento, a menudo, en la disciplina oportuna y extensa de sus padres, implica una inhabilidad propia en ellos de obedecer a sus padres sin escarmiento.

La Biblia en todos lados, en todas maneras, da por sentado la libertad de la voluntad. El hecho se distingue en fuerte alivio en cada página de inspiración divina. Pero esto es sólo la suposición hecha necesariamente por la inteligencia universal del hombre. El lenguaje fuerte a menudo encontrado en la escritura sobre el tema de la inhabilidad del hombre está diseñado sólo para representar la fuerza de su egoísmo voluntario y enemistad contra Dios, y nunca para implicar una inhabilidad natural propia. Es por tanto una perversión horrible e injuriosa de la escritura, como también una contradicción de la razón humana, negar la habilidad natural, o que es lo mismo, la agencia libre natural del hombre, y mantener una inhabilidad natural propia para obedecer a Dios, y el dogma absurdo de una habilidad por gracia para realizar nuestro deber.

Consideraciones

1. El asunto de la habilidad es de gran importancia práctica. Negar la habilidad del hombre para obedecer los mandamientos de Dios es presentar a Dios como un señor duro, como que requiere una imposibilidad natural de sus criaturas sobre el dolor de condenación eterna. Esto necesariamente se concibe en la mente para que se crean difíciles los pensamientos de Dios. La inteligencia no puede ser satisfecha con la justica de tal requisito. De hecho, en la medida que el error toma posesión de la mente obtiene asentimiento, sólo tanto como se excusa natural y necesariamente a sí misma por la desobediencia, o por no cumplir con los mandamientos de Dios.

2. La inhabilidad moral de Edwards es una inhabilidad real natural, y así se ha entendido por pecadores y profesantes de religión. Cuando entré en el ministerio, encontré la persuasión de inhabilidad absoluta de parte de pecadores y profesantes de religión para arrepentirse y para creer el evangelio casi universal. Cuando urgí a los pecadores y profesantes de religión de cumplir su deber sin tardanza, frecuentemente me encontré con oposición severa de pecadores, profesantes de religión y ministros. Deseaban que yo que les dijera a los pecadores que no podían arrepentirse, y que debían esperar el tiempo de Dios, es decir, para que Dios los ayudara. Era común para las clases de personas mencionadas preguntarme si pensaba que cualquier clase de personas podría arrepentirse, creer, y obedecer a Dios sin los esfuerzos y el nuevo poder creativo del Espíritu Santo. La iglesia casi estaba universalmente tranquila con la creencia de una depravación moral física, y desde luego, con una creencia en la necesidad de una regeneración física, y también desde luego en la creencia de que los pecadores deben esperar ser regenerados por poder divino mientras están pasivos. Los profesantes también debían esperar ser avivados, hasta que Dios, en una soberanía misteriosa, llegue y los reviva. En cuanto a los avivamientos de religión, estaban tranquilos con la creencia en gran medida de que el hombre no tenía más agencia más que producirle solamente lluvia. Intentar efectuar la conversión de un pecador, o promoverle avivamiento, fue un intento de quitar la obra de las manos de Dios, o hacer uno la obra con sus propias fuerzas, preparar que los profesantes y pecadores hicieran lo mismo. El uso vigoroso de los medios y medidas para promover una obra de gracia fue considerado por muchos como impío. Era levantar una agitación de sentimiento animal, interferir perversamente con la prerrogativa de Dios. Los dogmas abominables de depravación moral física, o de constitución pecaminosa, con una falsamente llamada inhabilidad consecutiva y natural, y la necesidad de una regeneración física y pasiva, han enfriado el corazón de la iglesia y arrullado a los pecadores en un sueño fatal. Ésta es la tendencia natural de tales doctrinas.

3. Entiéndase claramente antes de dar por terminado el tema, que no negamos, sino mantenemos vigorosamente que todo el plan de salvación, y todas las influencias, tanto providenciales como espirituales, que Dios ejerce en la conversión, santificación y salvación de pecadores, es por gracia de principio a fin, y que niego yo el dogma de una habilidad por gracia porque roba a Dios su gloria. Realmente niega la gracia del evangelio. Los seguidores de esta enseñanza, al contender a favor de la gracia del evangelio, realmente la niegan. ¿Qué gracia puede haber que deba sorprender al cielo, la tierra y cause que los ángeles anhelen mirar al otorgar habilidad en aquellos que nunca tuvieron una?, y desde luego, ¿quién puede echar fuera su habilidad --para obedecer los requerimientos de Dios? De acuerdo con ellos, todos los hombres perdieron su habilidad en Adán, y no por su propio acto. Dios aún requirió la obediencia de ellos sobre el dolor de muerte eterna. Ahora sólo podría, según esta postura, ordenar razonablemente a todos los hombres con la pena de muerte eterna, volar, o deshacer lo que Adán había hecho, o realizar cualquier otra imposibilidad natural como mandarles a ser santos, arrepentirse y creer el evangelio. Ahora, pregunto de nuevo, ¿qué gracia posible había allí, o podría haber, en darles poder para obedecerle? El haber requerido la obediencia sin dar el poder hubiera sido infinitamente injusto. Admitir la suposición de que los hombres habían realmente perdido su habilidad para obedecer en Adán, y llamar gracia a este otorgamiento de habilidad por el cual contienden, es un abuso del lenguaje, un absurdo, y una negación de la verdadera gracia del evangelio para no tolerarse. Rechazo el dogma de una habilidad por gracia porque involucra una negación de la gracia verdadera del evangelio. Sostengo que el evangelio, con todas sus influencias, incluyendo el don del Espíritu Santo para traer convicción, convertir, y santificar el alma, es un sistema de gracia. Pero para sostener esto, debo también sostener, que Dios pudiera haber requerido justamente obediencia de los hombres sin hacer estas provisiones para ellos. Y para sostener la justicia de Dios al requerir obediencia, debo admitir y mantener que la obediencia fue posible para el hombre.

Que no se diga entonces que negamos la gracia del glorioso evangelio del Dios bendito, ni tampoco que negamos la realidad y la necesidad de las influencias del Espíritu Santo para convertir y santificar el alma, ni que esta influencia sea por gracia; pues todo esto debemos mantener vigorosamente. Pero sostengo esto sobre la base de que los hombres son capaces de cumplir su deber, y que la dificultad no yace en una inhabilidad propia, sino en un egoísmo voluntario, en una indisposición a obedecer el bendito evangelio. Digo de nuevo, que rechazo el dogma de una habilidad por gracia, como sus seguidores la sostienen, no porque la niegue yo, sino solamente porque niega la gracia del evangelio. La negación de la habilidad es realmente una negación de la posibilidad por gracia en el asunto de la salvación del hombre. Admito la habilidad del hombre y sostengo que es capaz, pero está totalmente indispuesto a obedecer a Dios. Por tanto, sostengo consistentemente que todas las influencias ejercidas por Dios para hacerlo dispuesto son por gracia gratuita que abunda a través de Jesucristo.

 

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