LA VERDAD DEL EVANGELIO

TEOLOGÍA SISTEMÁTICA

por Charles G. Finney

 

Capítulo 14

 Atributos Del Egoísmo (Continued)

 

11. Falsedad, o mentir, es otro atributo del egoísmo.

La falsedad puede ser objetiva o subjetiva. La falsedad objetiva es aquella que se opone a la verdad. La verdad subjetiva consiste en un corazón conformado al error y a la falsedad objetiva. La falsedad objetiva es un estado de la mente, o un atributo del egoísmo. Es la voluntad en la actitud de resistir la verdad, y abrazar el error y las mentiras. Esto es siempre y necesariamente un atributo del egoísmo.

El egoísmo consiste en la elección de un fin opuesto a la verdad, y procede de la realización de aquel fin en conformidad con el error o la falsedad en lugar de la verdad. Si en cualquier momento se adueña de la verdad objetiva, como a menudo lo hace, es con una intención falsa. Es con una intención de guerra contra la verdad, la naturaleza y las relaciones de las cosas.

Si cualquier pecador, en cualquier momento, dice la verdad, es por una razón egoísta; es para maquinar un fin falso. Tiene una mentira en su corazón. Está parado sobre falsedad. Vive por ella, y si no falsifica abierta y uniformemente la verdad, es porque la verdad objetiva es consistente con la falsedad subjetiva. Su corazón es falso, tan falso como puede ser. Ha abrazado y se ha vendido a sí mismo a la mentira más grande en el universo. El hombre egoísta ha proclamado prácticamente que su bien es el supremo bien; no, que no hay otro bien más que el suyo; que no hay otros derechos que los suyos, que todos deben servirle, que todos los intereses se someten al suyo. Ahora esto, como dije, es la falsedad más grande que ha habido o que puede haber, pero esto es la declaración solemne y práctica de cada pecador. Su elección afirma que Dios no tiene derechos, que no debe de ser amado ni obedecido, que no tiene derecho para gobernar el universo, sino que Dios y todos los seres deben obedecer y servir al pecador. ¿Puede haber una mayor y más descarada falsedad que ésta? No, ciertamente. La mera pretensión es sólo un ejemplo e ilustración de la verdad, que la falsedad es un elemento esencial de su carácter.

Si cada pecador en la tierra no falsifica abiertamente y en todo momento la verdad, no es por la veracidad de su corazón, sino por pura razón egoísta. Esto debe ser. Su corazón es totalmente falso. Es imposible que, siendo pecador, deba tener cualquier consideración real de la verdad. En su corazón es un mentiroso; esto es un atributo esencial y eterno de su carácter. Es cierto que su intelecto condena la falsedad y justifica la verdad, y que frecuentemente a través del intelecto, se hace o puede hacerse una impresión profunda en su sensibilidad a favor de la verdad, pero si su corazón no cambia, se agarra de mentiras, y preserva en la proclamación práctica de las más grandes mentiras en el universo; es decir, que no hay que confiar en Dios; que Cristo no es digno de confianza; que el interés de uno mismo es el bien supremo, y que todos los intereses deben ser considerados de menor valor que el suyo.

12. Orgullo es otro atributo del egoísmo

El orgullo es una disposición para exaltar al yo sobre otros, salirse de su lugar apropiado en la escala de ser y treparse sobre las cabezas de nuestros pares o superiores. El orgullo es una especie de injusticia, por un lado, y es casi un aliado de la ambición, por el otro. No es un término de importación extensiva como tampoco la injustica o la ambición. Sostiene en cada uno de ellos una relación cercana, pero no es idéntica con ninguna. Es un tipo de alabanza a uno mismo, de culto a uno mismo, adulación a uno mismo, de halagos a uno mismo, de un espíritu de presunción de uno mismo, de engreimiento de uno mismo. Es una tendencia a exaltar, no nada más al interés propio, sino al de una persona sobre otras, y sobre Dios, y por encima de todos los otros seres. Se considera a sí mismo un ser orgulloso supremamente. Se da culto a sí mismo y no puede dárselo a nadie más. No admite, y permanece egoísta, no puede admitir que hay uno tan bueno y digno como él mismo. Busca conferir favor supremo sobre él mismo, y prácticamente no admite reclamo de ningún ser en el universo de cualquier bien o interés que interfieran en el suyo. No puede condescender para dar preferencia al interés, la reputación, la autoridad de nadie, no, ni de Dios mismo, excepto por fuera y en apariencia. Su lenguaje interno es "¿quién es Jehová para que me arrodille ante él? Es imposible que un alma egoísta pueda ser humilde. Los pecadores son representados en la Biblia como orgullosos, como "lisonjeándose ante sus propios ojos."

El orgullo no es un vicio diferente al egoísmo, sino sólo es una modificación del egoísmo. El egoísmo es la raíz o la reserva, al que cada forma de pecado se adhiere. Esto es importante mostrar. El egoísmo ha sido muy poco considerado por muchos como vicio. Mucho menos como el que constituye todo el vicio; por tanto, cuando el egoísmo ha sido el más simulado, se ha supuesto que debe haber junto con él muchas formas de virtud. Es por esta razón que hago el intento de mostrar cuáles son los elementos esenciales del egoísmo. Se ha supuesto que el egoísmo puede existir en el corazón sin insinuar cada forma de pecado; que un hombre puede ser egoísta pero no orgulloso. En suma, se ha pasado por alto que, donde está el egoísmo, debe haber toda forma de pecado; que donde hay una forma de egoísmo manifiesta, es virtualmente una brecha de cada mandamiento de Dios, e implica, de hecho, la existencia real de cada forma posible de pecado y abominación de corazón. Mi objetivo es desarrollar totalmente la gran verdad que donde hay egoísmo, debe haber, en un estado de desarrollo o no desarrollo, toda forma de egoísmo que existe en la tierra o en el infierno, que todo pecado es una unidad, y que consiste en alguna forma de egoísmo, y que donde está esto, todo es virtualmente pecado y debe ser.

La única razón que el orgullo, como forma de egoísmo, no aparece en los pecadores, en sus formas más repugnantes, es sólo ésta, que su temperamento constitucional, las circunstancias providenciales, son tales como para dar un desarrollo más prominente a algunos otros atributos del egoísmo. Es importante resaltar que donde exista cualquier forma de pecado no calificado ahí el egoísmo debe existir, y ahí desde luego cualquier forma pecado debe existir por lo menos en etapa embrionaria que espera sólo a las circunstancias para desarrollarse. Cuando por consiguiente, se ve cualquier forma de pecado, sabemos con seguridad que el pecado, la raíz, está ahí, no esperemos otra cosa, si el egoísmo continúa, lo vemos desarrollado, una tras otra, cada forma de pecado como la ocasión se presente a sí misma. El egoísmo es un volcán, a veces reprimido, pero que debe tener un respiradero. La providencia de Dios no puede más que presentar ocasiones en las que las olas de lava prorrumpirán y llevarán desolación a su paso.

El que todas estas formas de pecado existan se ha sabido y admitido. Peor aún, no me parece que la filosofía del pecado ha sido considerada debidamente por muchos. Es importante que debamos llegar a la forma fundamental o genérica del pecado, esa forma que incluye e implica todas las otras, o más propiamente, que constituye todo el pecado. Tal es el egoísmo. "Que se escriba con punta de diamante y se esculpa en la roca por siempre," para que se sepa que dónde está el egoísmo hay violación a cada precepto de la ley. Hay el todo del pecado. Su culpa y desmerecimiento deben depender de la luz con la que está rodeada la mente. Pero el pecado, el todo del pecado, está ahí. Tal es la naturaleza del egoísmo que sólo necesita las ocasiones providenciales, y ser dejado sin restricción, y se mostrará él mismo haber plasmado, en etapa embrionaria, toda forma de iniquidad.

Enemistad contra Dios es también un atributo del egoísmo.

La enemistad es odio. Éste puede existir como un fenómeno de la sensibilidad, o un estado o una actitud de la voluntad. Por supuesto, ahora voy a hablar de la enemistad de corazón o de voluntad. Es la sensibilidad vista en sus relaciones con Dios. El que la sensibilidad es enemistad contra Dios aparecerá:

(1) por la Biblia. El apóstol Pablo expresamente dice que "los designios de la carne [atender la carne] son enemistad contra Dios" (Ro. 8:7). Es completamente evidente que el apóstol por mente carnal quiere decir obedecer las propensiones o gratificar los deseos. Pero esto, como lo he definido, es egoísmo.

(2) El egoísmo está directamente opuesto a la voluntad de Dios como se expresa en su ley. Eso requiere benevolencia. El egoísmo es su opuesto, y por tanto es enemistad contra el Legislador.

(3) El egoísmo es tan hostil para el gobierno de Dios como puede ser. Está directamente opuesto a cada ley y principio y medida de su gobierno.

(4) El egoísmo es oposición a la existencia de Dios. La oposición al gobierno es oposición a la voluntad del gobernante. Es oposición a su existencia en esa capacidad. Es, y debe ser, enemistad contra la existencia del gobernante como tal. El egoísmo debe ser enemistad contra la existencia del gobierno de Dios, y como lo es, debe sostener la relación de Gobernante Soberano, el egoísmo debe ser enemistad contra su ser. El egoísmo no tolerará ninguna restricción con respecto al aseguramiento de su fin. Esto es verdad, o no es egoísmo. Si entonces la felicidad de Dios, o del gobierno, o del ser, entra en competencia con él, deben sacrificarse si fuese posible para que el egoísmo afecte. Pero Dios es el enemigo inflexible del egoísmo. Es algo abominable que su alma odia. Él estorba el egoísmo más que los demás seres. La oposición del egoísmo para él es, y debe ser, suprema y perfecta.

Ese egoísmo es enemistad mortal contra Dios, no hay cupo para conjetura, ni una simple deducción o inferencia. Dios una vez tomó la naturaleza humana, puso a la benevolencia Divina en conflicto con el egoísmo humano. Los hombres no pudieron soportar su presencia en la tierra, y no descansaron hasta que lo mataron.

La enemistad contra cualquiera o cualquier cosa además de Dios puede ser vencida más fácilmente que estar contra él. Todas las enemistades terrenales pueden ser vencidas por la bondad y el cambio de circunstancias, pero ¿qué bondad, qué cambio de circunstancias puede cambiar el corazón humano, podrá vencer el egoísmo o la enemistad a Dios para que reine ahí? El egoísmo ofrece toda forma y cada grado posible de resistencia a Dios. Desconsidera los mandamientos de Dios. Ve con desprecio su autoridad. Desdeña su misericordia. Se escandaliza de sus sentimientos. Provoca su abstención. El egoísmo, en suma, es el antagonista universal y el adversario de Dios. No puede estar más reconciliado a su ley de lo que puede dejar de ser egoísta.

14. Intemperancia es también una forma o atributo del egoísmo.

El egoísmo es indulgencia de uno mismo no sancionada por la razón. Consiste en la entrega de la voluntad a la indulgencia de las propensiones. Claro, alguna, o más propensiones deben haber tomado el control de la voluntad. Generalmente, hay una pasión gobernante o propensión, la influencia que se vuelve la más importante, prevalece sobre la voluntad para su propia gratificación. A veces es avaricia o codicia, el amor a la ganancia; a veces es glotonería o epicureísmo; a veces es amatividad o amor sexual; a veces es prolificidad o el amor a los propios hijos; a veces autoestima o un sentimiento de confianza en el yo; a veces uno, a veces otro de la gran variedad de propensiones, está tan desarrollado extensivamente como para ser el tirano gobernante que se enseñorea sobre la voluntad y sobre todas las propensiones. No importa cuál de las propensiones, o si su influencia unida gana el dominio de la voluntad: cuando la voluntad se sujeta a ellas, esto es egoísmo. Es la mente carnal.

La intemperancia consiste en la indulgencia indebida o ilegal de cualquier propensión. Es, por tanto, un elemento esencial o atributo del egoísmo. Todo egoísmo es intemperante: desde luego que es una indulgencia ilícita de las propensiones. La intemperancia tiene tantas formas como hay apetitos artificiales y constitucionales para gratificar. Una mente egoísta no puede ser temperante. Si se restringen una o más propensiones, se restringen sólo por la causa de la indulgencia ilícita o indebida de otra. A veces las tendencias de intelectualidad, y se niegan los apetitos corporales por causa de gratificar el amor al estudio. Pero esto no es menos que intemperante o egoísta, que la gratificación a la amatividad o a la glotonería. El egoísmo es siempre y necesariamente intemperante. No siempre o generalmente desarrolla cada forma de intemperancia en la vida externa, sino un espíritu de indulgencia propia debe manifestarse a sí mismo en la gratificación intemperante de alguna o más de las propensiones.

Algunos desarrollan la indulgencia de uno mismo muy predominantemente en la forma de intemperancia en comer; otros en dormir; otros en el relajamiento y el ocio; otros en el chisme; otros en el amor al ejercicio y complacen esa propensión; otros estudian y perjudican la salud e inducen el trastorno mental, o seriamente perjudican el sistema nervioso. En efecto, no hay fin a las formas que toma la intemperancia, que surgen del hecho del gran número de propensiones naturales y artificiales que a cambio buscan y obtienen indulgencia.

Debe siempre tenerse presente que cualquier forma de indulgencia de uno mismo, propiamente así llamada, es igual a una instancia de egoísmo y es completamente inconsistente con cualquier grado de virtud en el corazón. Pero se puede preguntar, ¿acaso no debemos tener ninguna consideración a nuestros gustos, apetitos y propensiones? Respondo: no les debemos tener consideración como para que sea ni por un momento de su gratificación el fin por el cual vivimos. Pero hay una clase de consideración para ellos que es lícita, y por consiguiente, una virtud. Por ejemplo, ando de viaje para el servicio de la gloria de Dios. Hay dos caminos delante de mí. Uno no proporciona nada para dar un festín a los sentidos; el otro me lleva por un paisaje de colores diversos, pasos de montañas sublimes, riscos profundos, además de arroyos burbujeantes, riachuelos curvos, a través de lechos de flores muy alegres y bosques de tupido follaje; a través de arboledas fragantes y bosques con pajarillos cantores. Los paisajes tienen la misma distancia, y en todos los aspectos tienen una relación con los asuntos que tengo que atender. Ahora bien, la razón dicta y demanda que tome el camino más agradable y sugestivo de pensamientos útiles. Pero esto no está siendo gobernado por las propensiones sino por la razón. Es la voz que oigo a la cual escucho cuando tomo el camino soleado. Los disfrutes de este camino son un bien real. Como tales no son despreciados ni descuidados. Pero si el tomar este camino obstaculizaría y avergonzaría el fin de la travesía, no estoy para sacrificar el bien mayor público por uno menor que el mío. No debo ser guiado por mis sentimientos, sino por mi razón y mi juicio honesto en esto y en cada caso de deber. Dios no nos ha dado propensiones para que sean nuestras amas y nos gobiernen, sino para ser nuestras sirvientas y administrarlas para nuestro disfrute cuando obedecemos los ofrecimientos de la razón y de Dios. Se nos dan para hacer placentero el deber y como una recompensa de virtud; para hacer placenteros los caminos de la sabiduría. Las propensiones no están, por tanto, para ser despreciadas ni tampoco se debe desear su aniquilación. Tampoco es verdad que si la gratificación sea siempre egoísta, sino cuando su gratificación es sancionada y demandada por el intelecto, como en el caso ejemplificado, y en multitudes de otros casos que ocurran, la gratificación no es pecado sino virtud. No es egoísmo sino benevolencia. Pero recuérdese que la indulgencia no debe buscarse en obediencia a la propensión en sí misma, sino en obediencia a la ley de la razón y de Dios. Cuando la razón y la voluntad de Dios no sólo no se consultan, sino incluso se violan, debe ser egoísmo.

La intemperancia como pecado no consiste en el acto externo de indulgencia, sino en una disposición interna. Alguien con dispepsia que sólo puede comer lo suficiente para sostener su vida, puede ser un glotón en el corazón. Puede tener una disposición; es decir, no sólo puede desear, sino también puede estar dispuesto a comer todo lo que hay delante de él, excepto por el dolor que le ocasiona la indulgencia. Pero esto sólo es un espíritu de indulgencia de uno mismo. Se niega a sí mismo la cantidad de comida que se antoja con el fin de gratificar una propensión más fuerte, es decir, la amenaza del dolor. De modo que un hombre que nunca se haya intoxicado en su vida puede ser culpable del delito de embriaguez todos los días. Puede ser que se detenga de beber hasta intoxicarse sólo por considerar la reputación o la salud, o por una disposición avariciosa. Es sólo porque se detiene por un poder mayor de alguna otra propensión. Si un hombre está en un estado mental tal que se complacería de todas sus propensiones sin restricción, si es que fuese posible, por la indulgencia de algo inconsistente con la indulgencia de los otros, es tan culpable como si las complaciera todas. Por ejemplo, tiene una disposición, esto es la voluntad, para acumular propiedades. Es avaricioso en el corazón. Tiene también una fuerte tendencia al lujo, al libertinaje y al despilfarro. La indulgencia de estas propensiones es inconsistente con la indulgencia de la avaricia. Pero por esta contradicción, en su estado mental complacería a todas. Desea hacerlo, pero es imposible. Ahora es verdaderamente culpable de todas estas formas de vicio, y tan culpable como si se hubiese complacido en ellas.

La intemperancia, como un delito, es un estado mental. Es la actitud de la voluntad. Es un atributo del egoísmo. Consiste en la elección o disposición para gratificar las propensiones a pesar de la ley de la benevolencia. Esto es intemperancia; y hasta donde a la mente se refiere es el todo de ella. Ahora, en vista de que la voluntad está entregada a la indulgencia de uno mismo, pero nada más que la contrariedad que hay entre las propensiones, previene la indulgencia ilimitada de todas ellas, se deduce que cada persona egoísta, o en otras palabras cada pecador, es culpable ante los ojos de Dios con cada especie de intemperancia, hecha o concebible. Sus lujurias tienen el reinado. Lo conducen con lo que pueda listar. Se ha vendido a la indulgencia de uno mismo. Si hay alguna forma de indulgencia de uno mismo que de hecho no se haya desarrollado en él no es gracias a él. La providencia de Dios ha restringido la indulgencia externa mientras ha habido en él disponibilidad para perpetrar cualquier pecado, y cada pecado del cual no se ha detenido por algún temor dominante a las consecuencias.

15. La depravación moral total está implícita en el egoísmo como uno de sus atributos. Por esto intento que cada ser egoísta es en todo momento tan perverso y tan culpable como con el conocimiento de que puede ser.

Se afirma, tanto por la razón y por la revelación, de que hay grados de culpa; que algunos son más culpables que otros; y que el mismo individuo puede ser más culpable en un momento que otro. Lo mismo es verdad para la virtud. Una persona puede ser más virtuosa que otra cuando ambos son verdaderamente virtuosos. Y también la misma persona puede ser más virtuosa en un momento que en otro aunque puede ser virtuosa en todo momento. En otras palabras, se afirma, tanto por la razón como por la revelación, que hay tal cosa como crecimiento tanto en virtud como en vicio.

Es asunto de creencia común, también, que el mismo individuo, con el mismo grado de luz o conocimiento, es más o menos culpable o loable mientras haga una cosa u otra; o, en otras palabras, en tanto vaya en pos de un curso u otro para lograr el fin que frente a él, o que es lo mismo que el mismo individuo, con el mismo conocimiento o luz, es más o menos virtuoso o vicioso según el curso de la vida externa que persigue. Esto intentaré demostrar es perjuicio humano y un error serio y muy injurioso.

Se sostiene también generalmente que dos o más individuos que tienen precisamente el mismo grado de luz o conocimiento, y que ambos son igualmente benevolentes o egoístas, pueden no obstante diferir en su grado de virtud o de vicio según en tanto persigan los diferentes cursos de conducta exterior. Esto también intentaré demostrar que es un error fundamental.

Podemos llegar a la verdad sobre este tema sólo al entender claramente cómo medir la obligación moral, y desde luego cómo establecer el grado de virtud y de vicio. La cantidad de grado de virtud o de vicio, o de culpa o de elogio, es y debe decidirse por la referencia al grado de obligación.

Y aquí les recuerdo…

(1.) Que la obligación moral está fundada en el valor intrínseco del bienestar supremo de Dios y del universo y…

(2.) Que las condiciones de la obligación son la posesión de los poderes de la agencia moral y de la luz, o del conocimiento del fin a elegir.

(3.) Así se deduce que la obligación será medida por la aprehensión honesta de la mente o el juicio del valor intrínseco del fin que la obligación, y como consecuencia la culpa de violarla, será medida, aparecerá si consideramos…

(1.) Que la obligación no puede ser medida por la infinidad de Dios, aparte del conocimiento del valor infinito de sus intereses. Él es un ser infinito, y su bienestar debe ser de valor intrínseco e infinito. Pero a menos que esto se sepa en cada agente moral, él no puede estar bajo obligación de quererla como un fin soberano. Si la conoce para que sea de algún valor, está sujeto a elegirla por esa razón. Pero la medida de esta obligación debe ser igual para la claridad de su aprehensión de su valor intrínseco.

Además, si la infinidad de Dios fuera sola, o sin referencia al conocimiento del agente, la regla por la cual la obligación moral será medida, se deduciría que la obligación es en todos los casos la misma, y desde luego, que la culpa de la desobediencia sería también la misma en todos los casos. Pero esto, como se ha dicho, contradice tanto a la razón como a la revelación. De este modo parece que la obligación moral, y desde luego la culpa, no pueden medirse por la infinidad de Dios sin referencia al conocimiento del agente.

(2.) No se puede medir por la infinidad de su autoridad, sin referencia al conocimiento del agente por las mismas razones mencionadas arriba.

(3.) No se puede medir por la infinidad de su excelencia moral sin referencia tanto al valor infinito de sus intereses, como de su conocimiento del agente, pues sus intereses se escogerán como un fin, o por su propio valor, y sin conocimiento de su valor no puede ahí haber ninguna obligación ni puede la obligación exceder el conocimiento.

(4.) Si, de nuevo, la infinidad de la excelencia de Dios fuera sola, o sin referencia al conocimiento del agente, para ser la regla por la que la obligación moral se va a medir, se deduciría que la culpa en todos los casos de desobediencia es y debe ser igual. Esto hemos visto que no puede ser.

(5.) No se puede medir por el valor intrínseco del bien, o del bienestar de Dios y del universo sin referencia al conocimiento del agente por la misma razón mencionada arriba.

(6.) No puede medirse por el curso particular de la vida buscada por el agente. Esto parecerá, si consideramos que la obligación moral no tiene directamente nada que ver con la vida exterior. Directamente respeta la intención soberana solamente, y eso decide el curso de la acción o de la vida exterior. La culpa de cualquier acción exterior no puede decidirse por la referencia al tipo de acción sin consideración a la intención, pues el carácter moral de un acto debe estar fundando en la intención, y no en la acción o vida exteriores. Esto me lleva a recalcar que…

(7.) El grado de la obligación moral, y por supuesto el grado de culpa o desobediencia, no puede ser estimado propiamente por la referencia a la naturaleza de la intención sin la relación al grado de conocimiento del agente. La intención egoísta es, como hemos visto, una unidad, siempre la misma; y si esto fuese el patrón por el cual el grado de culpa se va a medir se deduciría que siempre es el mismo.

(8.) Ni puede la obligación, ni el grado de culpa, medirse por la tendencia de pecado. Todo pecado tiende al mal infinito, para arruinar al pecador de su naturaleza contagiosa para propagar y arruinar el universo. Ni puede cualquier mente infinita saber qué resultados máximos de cualquier pecado pueden ser, ni a qué mal particular pueden tender. Como todo pecado tiende al mal universal y eterno, si éste fuera el criterio por el que la culpa se va a calcular, todo pecado sería igual de culpable lo cual no puede ser.

De nuevo: El que la culpa de pecado no puede medirse por la tendencia de pecado se manifiesta desde el hecho que la obligación moral no está fundada en la tendencia de acción o intención, sino en el valor intrínseco del fin que se intenta. Estimar la obligación moral, o medir el pecado o la santidad por la simple tendencia de acciones, es la filosofía utilitaria, la cual hemos demostrado que es falsa. La obligación moral respeta la elección de un fin, y se funda en el valor intrínseco del fin, y no está tan como condicionada a la tendencia de la elección soberana para asegurar su fin. Por tanto, la tendencia nunca puede ser la regla por la que la culpa pueda ser estimada.

(9.) Ni la obligación moral puede estimarse por los resultados de una acción moral o un curso de acción. La obligación moral respeta la intención y los resultados no más allá de lo que fueron intencionados. Mucho bien puede resultar, como de la muerte de Cristo, sin cualquier virtud en Judas, sino con mucha culpa. Entonces, mucho mal puede resultar, como de la creación del mundo, sin la culpa en el Creador, sino con gran virtud. Si la obligación moral no está fundada o condicionada en los resultados, se deduce que la culpa no puede estimarse debidamente por resultados sin referencia al conocimiento e intención.

(10.) Lo que se ha dicho, confío, ha considerado como evidente que la obligación moral debe medirse por la mente de la aprehensión honesta o el juicio del valor intrínseco del fin a escogerse, es decir, el bienestar supremo de Dios y del universo.

Debe entenderse distintivamente que el egoísmo involucra el rechazo de los intereses de Dios y del universo por la causa de uno mismo. Rehúsa querer el bien pero con la condición de que le pertenezca al yo. Desdeña los intereses de Dios y los del universo, y busca sólo el interés propio como fin soberano. Debe deducirse, entonces, que la culpa del hombre egoísta es igual al conocimiento del valor intrínseco de aquellos intereses que rechaza. Eso es innegablemente la doctrina de la Biblia.

Hechos 17:30 proporciona un ejemplo sencillo. El apóstol alude a aquellos en tiempos pasados cuando las naciones paganas no tenían revelación escrita de Dios y recalca que Dios ha pasado por alto "los tiempos de esta ignorancia". Esto no quiere decir que Dios no considera su conducta como criminal en cualquier grado, sino quiere decir que lo consideró como pecado de mucho menor agravante que aquello que los hombres ahora cometerían si se apartan cuando Dios ha ordenado a todos que se arrepientan. El verdadero pecado nunca es absolutamente algo ligero, sino algunos pecados incurren en culpa pequeña cuando se comparan con la gran culpa de otros pecados. Esto está implícito en el texto citado arriba.

Santiago 4:17 "y al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado". Esto claramente implica que el conocimiento es indispensable para la obligación moral; e incluso más que implícito, por así decirlo, que la culpa de cualquier pecador es siempre igual a la cantidad de conocimiento en el asunto. Siempre corresponde a la percepción de la mente del valor del fin que debe haberse escogido, pero es rechazada. Si el hombre sabe que debe hacer el bien en un caso dado, y sin embargo no lo hace, es para él pecado--el pecado plenamente yace en el hecho de no hacer el bien cuando sabíamos que podíamos hacerlo, y ser medidos conforme a su culpa por el grado de ese conocimiento.

Juan 9:41: "Jesús les respondió: Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; mas ahora, porque decís: Vemos, vuestro pecado permanece". Aquí Cristo establece que los hombres sin conocimiento estarían sin pecado; y que los hombres que tienen conocimiento, y pecado no obstante, son considerados culpables. Esto afirma plenamente que la presencia de la luz o del conocimiento es el requisito de la existencia del pecado, y obviamente implica que la cantidad de conocimiento que se posee es la medida de la culpa de pecado.

Es notorio que la Biblia en todos lados asuma las primeras verdades. No se detiene a probarlas o incluso a reafirmarlas --sino parece suponer que todos saben y que las admitirán. Como he estado escribiendo recientemente sobre el gobierno moral, y he estado estudiando la Biblia en cuanto a sus enseñanzas en esta clase de las materias, a menudo me ha llamado la atención este hecho notable.

Lucas 12:47-48: "Aquel siervo que conociendo la voluntad de su señor, no se preparó, ni hizo conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes. Mas el que sin conocerla hizo cosas dignas de azotes, será azotado poco; porque a todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le demandará; y al que mucho se le haya confiado, más se le pedirá". Aquí tenemos la doctrina establecida y la verdad asumida de que los hombres serán castigados de acuerdo con el conocimiento. A quien mucha luz se le ha dado se le requiere mucha obediencia. Esto es precisamente el principio que Dios requiere de los hombres según la luz que tengan.

El egoísmo es el rechazo de toda obligación. Es la violación de toda obligación. El pecado del egoísmo es entonces completo, es decir, la culpa del egoísmo es tan grande como pueda ser su luz presente. ¿Qué puede hacerlo más grande con la luz presente? ¿Acaso puede mitigar su culpa el curso que tome para realizar su fin? No, cual sea el curso que tome es por una razón egoísta, y por tanto, no puede de ningún modo disminuir la culpa de la intención. ¿Puede el curso que se tome llevar a cabo su fin sin más luz, aumentar la culpa de pecado? No, pues el pecado yace exclusivamente en tener la intención egoísta, y la culpa puede medirse sólo por el grado de iluminación o de conocimiento bajo el cual la intención se forma y mantiene. La intención necesita el uso de los medios y cual sea el medio que use la persona egoísta es por la misma y única razón, para gratificarse a sí mismo. Como dije en la lección anterior, si el egoísta fuera a predicar el evangelio, sería sólo porque, en general, era el más placentero o el más gratificante para él mismo, y no por la causa del bien de ser como un fin. Si se vuelve un pirata, sería por la misma razón, es decir, que este curso fuera, en general, el más placentero o gratificante para sí mismo, y no por la razón que ese curso sea malo en sí mismo. Cual sea el curso que tome, lo toma precisamente por la misma razón soberana; y con el mismo grado de luz debe involucrar el mismo grado de culpabilidad. Si la luz incrementa, su culpa debe aumentar, pero no al contrario. La proposición es que todo ser egoísta es en todo momento tan culpable como pueda ser con su conocimiento presente. Cualquiera de estos cursos puede tender máximamente al más maligno, ningún ser finito puede decirlo, ni cuáles resultarán en el mal más grande. La culpa no se va a medir por las tendencias o los resultados desconocidos, sino por pertenecer a la intención; y su grado se va a medir solo por la aprehensión de la razón de la obligación violada, por así decirlo, el valor intrínseco del bien de Dios y del universo que el egoísmo rechaza. Ahora, debe recordarse que cual sea el curso que tome el pecador para realizar su fin es el fin por el cual quiere. Intenta el fin. Si se vuelve un predicador del evangelio por una razón egoísta, no tiene derecho a considerar el bien de ser. Si no lo considera para nada, es sólo el medio de su propio bien. De modo que si se vuelve un pirata, no es de malicia, o una disposición al mal por su propia causa, sino sólo para gratificarse él mismo que lo considera. Ya sea, por tanto, que predique u ore, o robe y cometa pillaje en los mares, lo hace por un solo fin, esto es, precisamente por la misma razón soberana, y desde luego su pecaminosidad es completa en el sentido de que puede variar sólo al variar la luz. Esto sé que es contrario a la opinión común, pero es la verdad, y debe saberse, y es de suma importancia que estas verdades fundamentales de moralidad y de inmoralidad deban mostrarse en las mentes de todos.

Si el pecador se abstiene de cualquier curso de vicio porque es malo, no puede ser porque sea benevolente, pues esto contradiría la suposición de que es egoísta o de que es pecador. Si, en consideración de que un acto o curso es maligno, se abstiene de él, debe ser por una razón egoísta. Puede ser en obediencia a la escrupulosidad frenológica, o por temor al infierno, o por desgracia o por remordimiento, en todos los eventos no puede más que ser por alguna razón egoísta.

La depravación moral es un atributo del egoísmo en el sentido de que toda persona egoísta es en todo momento tan perversa y culpable como con la luz presente que pueda estar.

 

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