LA VERDAD DEL EVANGELIO

EL CAMINO DE LA SALVACION

Por Charles G. Finney

 

"Señor, qué debo hacer para ser salvo? Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa. El cual nos ha sido hecho de parte de Dios sabiduría, justificación, santificación y redención." (Hechos 16:30, 31 y 1 Corintios 1:30).

 

No hay porqué objetar a poner estos textos juntos así, pues se omite una cláusula del primero, que no es importante, y carece de interés para nuestro propósito.

En el pasaje citado primero, el apóstol contesta al carcelero que desea saber lo que tiene que hacer para ser salvo: "Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo." Y en el otro añade un comentario de explicación, diciendo qué clase de Salvador es Jesucristo, "el cual nos ha hecho de parte de Dios sabiduría, justificación, santificación y redención". Pienso presentar el tema esta noche en el siguiente orden:

 

I. Mostrar en qué consiste la salvación.

II. Mostrar el camino de salvación.

III. ¿Qué es la salvación?

 

La salvación incluye varías cosas: santificación, justificación, vida eterna y gloria. Las dos ideas principales son santificación y justificación. La santificación es la purificación de la mente, o sea, el hacerla santa. La justificación se refiere a la manera en que somos aceptados y tratados por Dios.

 

II. E1 camino de salvación.

1. Es por medio de la fe, en oposición a las obras.

Aquí pienso dar un breve resumen del plan de salvación del Evangelio, y mostrarlo especialmente en contraste con el plan original para la salvación de la humanidad.

En sus inicios, la raza humana fue puesta bajo el principio de la ley para salvación; esto es, si habían de ser salvos, era por medio de una obediencia perfecta a la ley de Dios. Adán era la cabeza natural de la raza. Se ha supuesto, por parte de muchos, que había un pacto hecho con Adán a este respecto, y que si hubiera continuado obedeciendo la ley durante un período limitado, toda su posteridad habría sido confirmada en la santidad y la felicidad eterna. No sé cuál pueda ser la base de esta creencia; no sé que esta doctrina sea enseñada en la Biblia. Y si es verdadera, la condición de la humanidad ahora no difiere materialmente de lo que era al principio. Si la salvación de la raza originalmente dependía totalmente de la obediencia de un hombre, no sé cómo podía ser llamada un pacto de obras por lo que se refería a la raza. Porque si el bienestar o la desgracia dependía de la conducta de una cabeza, era un pacto de gracia para los demás, de la misma manera que el sistema presente es un pacto de gracia. Pues, según este punto de vista, todo dependía de las obras de un hombre, lo mismo que puede decirse que ocurre bajo el Evangelio; y el resto de la raza no tenía nada que ver con las obras, como ahora, sino que todo dependía de un representante. Ahora bien, yo creo, y no hay nada en la Biblia que lo desmienta, que si Adán hubiera continuado en obediencia para siempre, su posteridad habría permanecido indefinidamente en el mismo terreno, y habrían tenido que obedecer la ley, ellos mismos, para siempre, a fin de ser salvos. Hubiera podido ser que si él hubiera obedecido siempre, la influencia natural de su ejemplo habría traído un estado de cosas en que, de modo natural, toda la posteridad habría continuado en la santidad. Pero la salvación de cada individuo habría dependido todavía de sus propias obras. En cambio, repito, si las obras del primer padre tenían que ser contadas para toda la raza, de modo que su obediencia tenía que asegurar la santidad y felicidad de ellos para siempre, no veo en qué difiere esto materialmente del pacto de gracia, o sea, el del Evangelio.

En realidad, Adán era la cabeza natural de la raza humana, y su pecado los implicó a ellos en sus consecuencias, pero no en el sentido de que su pecado les es imputado literalmente como si fuera de ellos. La verdad es ésta, simplemente: que de la relación en que estaba como cabeza natural, de hecho, su pecado ha resultado en el pecado y desgracia de su posteridad, supongo que la humanidad estaba originalmente toda bajo un pacto de obras, y que Adán no era su cabeza o representante, de modo que su obediencia o desobediencia los implicara de modo irresistible a ellos en el pecado y la condenación, al margen de sus propios actos. En realidad, resultó ser así, que "por la desobediencia de un hombre muchos fueran hechos pecadores"; como el apóstol nos dice en el capítulo 5 de Romanos. De modo que, cuando Adán cayó, no había la menor esperanza, bajo la ley, de salvación alguna para la humanidad. Entonces fue revelado el plan, que había sido provisto desde la eternidad, en previsión a este suceso, para salvar a la humanidad por el procedimiento de la mera gracia. La salvación está colocada ahora en un nuevo fundamento: el Pacto de Redención. Se puede hallar este pacto en el Salmo 89 y en otros puntos del Antiguo Testamento. Como puede observarse es un pacto entre el Padre y el Hijo, respecto a la salvación de la humanidad, y es el fundamento de otro pacto, el pacto de gracia. En el pacto de redención, el hombre no entra, es meramente el objeto del pacto; los que entran son Dios Padre y el Hijo. En este pacto, el Hijo es hecho cabeza o representante del pueblo. Adán era la cabeza natural de la familia humana, y Cristo es cabeza de su Iglesia en el pacto.

El pacto de gracia fue fundado sobre este pacto de redención. En el pacto de redención, el Hijo estipuló con el Padre, que efectuaría una expiación; y el Padre estipuló que tendría una simiente, o pueblo, reunido de entre la raza humana. El pacto de gracia fue hecho con los hombres y fue revelado a Adán, después de la caída, y más plenamente a Abraham. De este pacto, Jesús había de ser el Mediador, o sea, el que lo había de administrar. Era un pacto de gracia, en oposición al pacto original de las obras, bajo el cual Adán y su posteridad fueron colocados al principio; y la salvación había de ser ahora por la fe en vez de las obras, porque la obediencia y muerte de Jesucristo habían de ser consideradas como la razón por la que todo individuo había de ser salvo, y no por la obediencia personal de cada uno. No que esta obediencia de Cristo fuera realizada hablando de un modo estricto, para nosotros. Como hombre, Él estaba bajo la necesidad de obedecer para sí mismo; porque se había colocado bajo la ley, y si no la obediencia pasaba a ser personalmente un transgresor. Y con todo, en un sentido se puede decir que su obediencia es contada en nuestro favor. Su obediencia ha honrado la ley de tal forma, y su muerte satisfizo tan plenamente las exigencias de la justicia, que la gracia (no la justicia) ha contado su justicia en favor nuestro. Si hubiera obedecido la ley estrictamente para nosotros, y no hubiera debido obediencia por su cuenta, y hubiera estado en libertad de obedecer sólo para nosotros, entonces no se ve por qué la justicia no hubiera podido contar su obediencia en favor nuestro, y nosotros podríamos haber obtenido la salvación a base de la justicia en vez de pedirla a base de la gracia o favor. Pero sólo es en este sentido contada en favor nuestro, a saber, que Él, siendo Dios y hombre, y habiendo asumido voluntariamente nuestra naturaleza, y luego, habiendo puesto su vida para hacer expiación, proyecta tal gloria sobre la ley de Dios, que la gracia está dispuesta a considerar su perfecta obediencia como si fuera nuestra, y, a cuenta suya, se nos trata a nosotros como si fuéramos justos.

Cristo es también cabeza por el pacto de todos los que creen. Él no es la cabeza natural, como fue Adán, pero nuestra relación con Él por el pecto es tal que, todo lo que es concedido a Él es concedido a nosotros. Todo lo que Él es, tanto divino como humano; todo lo que ha hecho, fuera como Dios o como hombre, nos es dado por el pacto, o promesa, y es absolutamente nuestro. Desearía que se entendiera esto bien. La Iglesia, como cuerpo, nunca ha entendido la plenitud y riquezas de este pacto, y todo lo que hay en Cristo es entregado a nosotros en el pacto de la gracia.

Y aquí, quiero decir que podemos recibir esta gracia por fe. No es por obras, por algo que nosotros hayamos hecho, más o menos, previamente al ejercicio de la fe, que nosotros somos afectados por esta justicia. Pero tan pronto como ejercemos la fe, todo lo que Cristo ha hecho, todo lo que hay en Cristo, todo lo que está contenido en el pacto de gracia, pasa a ser nuestro por la fe. Por ello es que los autores inspirados hacen tanto énfasis en la fe. La fe es el cumplimiento voluntario por nuestra parte de las condiciones del pacto. Es el ojo que discierne, la mano que toma, el medio por el que poseemos las bendiciones del pacto. Por el acto de fe el alma llega a la posesión real de todo lo que es abarcado en este acto de fe. Si no recibe bastante para quebrar las coyundas del pecado y ser puesta en libertad de una vez, es porque el acto de fe no ha abarcado bastante de lo que es Cristo, y de lo que Él ha hecho.

He leído el versículo de Corintios, con el propósito de subrayar algunas cosas fundamentales contenidas en este pacto de gracia. "El cual nos ha hecho de parte de Dios sabiduría, justificación, santificación y redención." Cuando recibimos a Cristo y creemos en Él, Él es hecho por nosotros lo que se indica en estos particulares. Pero ¿qué se indica? ¿En qué sentido y cómo es Cristo nuestra sabiduría, justificación, santificación y redención? Vamos a dedicar unos momentos a cada uno.

Éste es un versículo peculiar, y he pensado mucho sobre él, con deseos de saber exactamente su sentido pleno y exacto. He orado sobre el mismo, más quizá que sobre cualquier otro pasaje de la Biblia, a fin de entender su importancia. Tengo el hábito de seguir orando, fija la mente en un pasaje, si no lo entiendo, hasta que quedo satisfecho. Nunca he predicado sobre este versículo, porque no tenía la seguridad de haberlo entendido. Creo que por fin lo entiendo. En todo caso, voy a dar mi opinión sobre él. Y si algo sé de él, estoy convencido que lo he recibido del Espíritu de Dios.

1. ¿En qué sentido es Cristo nuestra sabiduría?

Se le llama con frecuencia "la sabiduría de Dios". Y en el libro de Proverbios se le llama sabiduría. Pero, ¿cómo es hecha nuestra sabiduría?

Hay una idea contenida aquí y es que todos absolutamente todos tenemos los beneficios de su sabiduría; que si ejercemos la fe que debemos, estamos seguros de ser dirigidos por ella, y en todos los respectos es para nosotros, como si tuviéramos la misma sabiduría, originalmente, de nosotros mismos. De otra manera no se puede decir que es hecho para nosotros sabiduría. Como Él es la fuente infinita de sabiduría, ¿cómo puede decirse que es hecho sabiduría para nosotros, a menos que podamos ser partícipes de su sabiduría y la tengamos garantizada; de tal manera que, en todo tiempo, si confiamos en Él, podamos con seguridad, ser guiados de modo infalible, en el grado que lo necesitemos, como si esta sabiduría fuera originalmente nuestra? Esto es lo que necesitamos del Evangelio, y lo que el Evangelio nos ha de proporcionar, para que sea aplicado a nuestras necesidades. Y el hombre que no ha aprendido esto no sabe lo que debería saber. Si cree que sus propias teorías y especulación le van a dar algún conocimiento correcto sobre el tema de la religión, no sabe nada todavía. Su corazón terrenal y carnal no puede escudriñar y sacar las realidades de la religión para obtener ningún conocimiento disponible más de lo que puede el corazón de los necios. "¿Qué hombre puede conocer las cosas del hombre, excepto el espíritu del hombre que está en él? Asimismo, las cosas de Dios no las conoce ningún hombre, sino el Espíritu de Dios?" ¿Qué podemos saber, sin experiencia, del carácter o Espíritu de Dios? Dices: "Podemos razonar sobre Dios." ¿Qué es lo que podemos razonar? ¿Qué podemos razonar aquí? Supongamos que hubiera una mente que fuera puro intelecto, y que no tuviera otras potencias, y tratara de enseñar lo que este intelecto puro sabe sobre el amor. Podría dar conferencia, instruir con palabras del intelecto, razonar y filosofar sobre el amor, y todo el mundo puede ver que sería imposible poner en un puro intelecto la idea de lo que es amor, a menos que haya podido ejercitar este amor en la realidad. Lo mismo puede decirse de los colores para un que ha nacido ciego. Oye la palabra "rojo", pero, ¿cuál es la idea unida a la misma, a menos que pueda ver? Es imposible conseguir introducir la idea en su mente de cuál es la diferencia de los colores. El término es una mera palabra.

Lo mismo ocurre en religión. Aquel cuya mente no la ha experimentado, puede razonar sobre la misma. Puede demostrar las perfecciones de Dios, como podría demostrar una proposición de Euclides. Pero lo que es el espíritu y la vida del Evangelio, no puede llevarlo a la mente con meras palabras, sin experiencia, como no puede llevar el amor a un intelecto puro, o los colores a uno nacido ciego. Se les puede comunicar la letra, como se les puede aplastar con la amenaza del infierno en la convicción de pecado; pero darles el sentido espiritual de estas cosas, sin el Espíritu de Dios, es tan absurdo como hacer discursos a un ciego sobre los colores.

Hay, pues, estas dos cosas en la idea de sabiduría: 1.) Como Cristo es nuestro representante, estamos interesados en toda su sabiduría, y toda su sabiduría es ejercida por nosotros. Su infinita sabiduría es realmente empleada para nuestro beneficio. Y 2.) que su sabiduría, tanta como sea necesaria, es seguro que nos será impartida, siempre que ejerzamos la fe en Él para sabiduría. De su infinita plenitud, a este respecto, podemos recibir todo lo que necesitamos. Y si no recibimos de Él la sabiduría que necesitamos, en todos los casos, sin excepción, es porque no ejercemos la fe.

2. Es hecho para nosotros justificación. ¿Qué es lo que esto significa?

Aquí he pensado mucho tiempo para entender la distinción que el apóstol intenta hacer entre justificación y santificación. Justificación significa santidad u obediencia a la ley, y santificación significa lo mismo.

Mi punto de vista presente de este texto es que por el hecho de ser hecho para nosotros justificación, el apóstol quiere decir que es nuestra justificación externa; o sea, que su obediencia es contada en favor nuestro, bajo el pacto de gracia. No en el sentido de la justicia que obedeció "por nosotros", y que Dios cuenta a nuestro favor, porque nuestro substituto ha obedecido, sino que estamos tan afectados por su obediencia, que, como cosa de la gracia, somos tratados como si hubiéramos obedecido nosotros mismos.

Hay un punto de vista sobre este punto, defendido por algunos que es distinto: que la justicia de Cristo nos es imputada de modo que somos considerados como si hubiéramos sido justos siempre. Se defendió ampliamente en el pasado que a justicia era contada en favor nuestro de tal forma que teníamos el derecho a reclamar la salvación, por causa de la justicia. Mi punto de vista es enteramente distinto. Es que la justicia de Cristo nos llega a nosotros como una dádiva. Dios nos ha unido de tal forma a Cristo que a cuenta suya somos tratados de modo favorable. Es como el caso en que un padre ha hecho un servicio señalado a su país, y el gobierno quiere premiarle con una recompensa conmensurada; y no sólo es premiado el individuo, sino que toda la familia recibe favores por esta causa, porque son los hijos de mi padre que ha beneficiado tanto al país. Los gobiernos humanos lo hacen y se comprende la base. También es justo en el gobierno divino. Los discípulos de Cristo están en este sentido considerados con Él, y Dios se deleita en el servicio señalado que ha hecho en el reino, por las circunstancias bajo las cuales llegó a ser el Salvador, que Dios nos concede su justicia como si fuera nuestra propia; o, en otras palabras, nos trata como trataría a Cristo mismo. De la misma manera que el gobierno del país, bajo ciertas circunstancias, trata al hijo de un padre que ha beneficiado al país, como trataría al padre y le concede los mismos favores. No se olvide que estoy hablando de lo que llamo justificación externa; quiero decir, la razón, con respecto al individuo, por la que Dios le acepta y le salva en Cristo. Y esta razón incluye la obediencia de Cristo a la ley, y su obediencia a la muerte, o sufrimiento en la cruz para hacer expiación.

3. ¿En qué sentido es Cristo hecho nuestra santificación?

La santificación es la pureza interna. Y el significado es que el control que Cristo mismo ejerce sobre nosotros, por su Espíritu obrando en nosotros, nos santifica al derramar su amor en nuestros corazones, controlándonos de forma que, por la fe que es de la operación de Dios, somos hechos realmente santos.

Quisiera dejar la idea clara. Cuando digo que Cristo es nuestra santificación, o nuestra santidad, quiero decir que Él es el autor de nuestra santidad. No sólo es la causa que la proporciona, por medio de su expiación e intercesión, sino por relación directa con el alma Él mismo produce la santidad. No es sólo la causa remota, sino también inmediata del hecho que seamos santificados. Él hace sus obras en nosotros, no dejando en suspenso nuestra acción, sino que controla nuestra mente por medio de la influencia de su Espíritu en nosotros, en una forma del todo consecuente con nuestra libertad, con miras a santificarnos. Y esto, también, es recibido por la fe. Es por la fe que Cristo es recibido y entronizado como rey en nuestros corazones; cuando la mente, confiando en Cristo, se entrega a Él, para ser conducida por su Espíritu y guiada y controlada por su mano. Él acto de la mente, que lanza así al alma a las manos de Cristo para santificación, es la fe. No falta nada, sino que la mente corte toda confianza en sí misma y se entregue a Él, para ser conducida y controlada por Él, de modo absoluto; como el hijo pone su manecita en la mano del padre, y se deja conducir adonde él quiere. Si el niño desconfía, o no quiere ser conducido, o tiene confianza en su propia fuerza y sabiduría, se soltará y echará a correr solo. Pero si le falla toda confianza en sí mismo dejará sus propios esfuerzos y volverá y se entregará al padre otra vez, para ser guiado por entero por su voluntad. Supongo que el acto de la fe por el cual un individuo entrega su mente para ser guiada y controlada por Cristo es similar. Cesa en sus propios esfuerzos para guiarse, controlarse y santificarse a sí mismo, y se entrega a Cristo para su santificación.

4. Se dice que Cristo es hecho de Dios para nosotros redención. ¿Qué hemos de entender por esto?

Aquí el apóstol se refiere claramente a la práctica judía de redimir las propiedades, o de redimir a los parientes propios que habían sido vendidos por deudas. Cuando una finca había sido vendida fuera de la familia, o un individuo había sido privado de su libertad por deudas, se le podía redimir, pagando el precio de la redención. Hay alusiones frecuentes en la Biblia a esta práctica de la redención. Y cuando Cristo está hablando de nuestra redención, supongo que significa precisamente esto. Mientras estamos bajo nuestros pecados, bajo la ley, somos vendidos como esclavos, en mano de la justicia pública, entregados atados a la muerte, y no tenemos posibilidad de redimirnos nosotros mismos de la maldición de la ley. Ahora bien, Cristo se ha hecho a sí mismo el precio de nuestra redención. En otras palabras, Él es el precio de nuestra redención; Él nos compra de la ley, pagando el rescate. Cristo nos ha redimido de la maldición de la ley, haciéndose Él mismo redención por nosotros; y así nos redime del poder del pecado. Pero he de dejar esto para considerar el plan de salvación.

Bajo el pacto de la gracia, nuestras obras, las que sean, no tienen valor para nuestra salvación, pues al estar bajo la ley, es como si no existieran. Hay que hacer una separación entre salvación por las obras y salvación por gracia. Nuestra salvación por la gracia está fundada enteramente aparte de nosotros mismos. Antes, dependía de nosotros. Ahora recibimos salvación como un don gratuito, solamente por causa de Jesucristo. Él es el autor, base y razón únicas de nuestra salvación. El que amemos y no amemos a Dios, por lo que respecta a la base de nuestra salvación es indiferente. Todo es enteramente un asunto de gracia, por medio de Jesucristo. No hay que entender en modo alguno que lo que estoy diciendo es que no hay necesidad de amar a Dios o de hacer buenas obras. Sé que "sin la santidad nadie verá al Señor". Pero la necesidad de santidad no es a este respecto. La santidad no entra como base o razón de nuestra aceptación y salvación. Por perfectos y santos que lleguemos a ser en esta vida o en la eternidad, Jesucristo sigue siendo la única razón en el universo por la que no vamos al infierno. Aunque lleguemos a ser santos, ante la justicia hemos pecado, y no podíamos ser salvos del eterno castigo. Esto es lo que realizó Jesucristo, y por ello es la única base de nuestra salvación.

Según este plan tenemos el beneficio de su obediencia a la ley como si hubiera obedecido por nosotros. No que obedeciera por nosotros, en el sentido de que no lo hizo por él sino por nosotros, sino que nosotros tenemos los beneficios de su obediencia, por el don de la gracia, como si lo hubiera hecho.

Quisiera hablar de la idea de Cristo como nuestra "Luz", nuestra "Vida" y nuestras "Fuerza", pero es evidente que no habrá tiempo esta noche. Quisiera tocar un poco la pregunta: "¿Cómo nos pone la fe en posesión de Cristo, en todas estas relaciones?"

La fe en Cristo nos pone en posesión de Cristo como la suma y sustancia de las bendiciones del Evangelio. Cristo fue la misma bendición prometida en el pacto de Abraham. Y a lo largo de las Escrituras se presenta como la suma y sustancia de todos los favores de Dios al hombre. Él es "el Pan de Vida", "el Agua de Vida", "nuestra Fuerza", "nuestro Todo". El Evangelio ha forzado la capacidad del lenguaje para describir la vasta variedad de sus relaciones y mostrarnos que la fe es poner a los creyentes en posesión de Jesucristo en todas estas relaciones.

La manera en que la fe pone a la mente en posesión de todas estas bendiciones es ésta: Aniquila todas las cosas que interfieren en la vida de nuestra relación íntima con Cristo. Él dice: "He aquí yo estoy a la puerta y llamo, y si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo." Aquí hay una puerta, un obstáculo en nuestra relación con Cristo, algo que se interpone. Pongamos el ejemplo de la sabiduría. ¿Por qué no recibimos a Cristo como nuestra sabiduría, pensamos que disponemos del conocimiento de las cosas de Dios, y en tanto que dependemos de nosotros mantenemos la puerta cerrada. Esto es la puerta. Ahora bien, echemos todas estas cosas, y renunciemos a toda nuestra sabiduría, y veamos cuán vacíos estamos de conocimiento, como la bestia que perece, respecto al camino de salvación, hasta que Cristo nos enseña. Hasta que estemos en esta actitud hay una puerta entre nosotros y Cristo. Tenemos algo propio; en vez de ponernos en las manos de Cristo, usamos nuestra propia sabiduría.

¿Cómo nos pone la fe en posesión de la justicia de Cristo? De esta manera. Hasta que nuestra mente echa mano de la justicia de Cristo, permanecemos en nuestra propia justicia. Procuramos obtener una justificación nuestra, hasta que cesamos enteramente en nuestras obras, y nos entregamos totalmente a Cristo para nuestra justificación. Cristo no va a remendar nuestra justicia, para usarla. Si dependemos de nuestras oraciones, lágrimas, obras benéficas, o lo que sea, no nos sirve de nada, Él no va a recibirnos. Pero en el momento en que un individuo echa mano de Cristo, recibe y se apropia su justicia como propia; como una razón perfecta e inmutable para ser aceptado por Dios, por medio de la gracia.

Lo mismo ocurre con nuestra santificación y redención. No puedo detenerme sobre esto como quisiera. Hasta que el individuo recibe a Cristo no cesa en sus propias obras. En el momento en que lo hace, este mismo acto pone toda la responsabilidad en Cristo. En el momento en que su mente se entrega a Cristo, la responsabilidad pasa a Él, como la persona que hace cruzar la calle a un ciego es responsable del cruce seguro. El creyente, por el acto de fe, se compromete con Cristo para su obediencia y santificación. Al darse a sí mismo a Cristo, toda la veracidad de la Divinidad es la garantía de que será conducido rectamente y santificado.

En cuanto a la redención, en tanto que el pecador cuenta con sus sufrimientos, oraciones, lágrimas y agonía mental, esto no le sirve de nada, no va a recibir a Cristo. Tan pronto como recibe a Cristo, es redimido por Él.

CONCLUSIÓN

I. No hay vida espiritual en nosotros, ni nada que sea aceptable a Dios, hasta que hemos creído realmente en Cristo.

El mismo acto de creer es recibir a Cristo como la sola y única influencia que puede despertar la mente a la vida espiritual.

II. No somos nada, como cristianos, más allá de lo que creemos en Cristo.

III. Algunos parece que esperan hacer algo antes, para poder recibir a Cristo.

Algunos esperan a morir más para el mundo. Otros esperan tener el corazón quebrantado. Otros que sus dudas se desvanezcan antes de acudir a Cristo. Esto es una gran equivocación. Esperan hacer antes de la fe lo que sólo es posible como resultado de la fe. Tu corazón no será quebrantado, tus dudas no se aclararán, no morirás al mundo hasta que creas. En el momento en que eches mano de las cosas de Cristo, tu mente verá, como en la luz de la eternidad, lo vacío del mundo, la fama, las riquezas, el honor y el placer. El esperar esta preparación antes del ejercicio de la fe es empezar por el otro extremo. Esto es el resultado, no la preparación.

IV. La fe perfecta produce el amor perfecto.

Cuando la mente reconoce debidamente a Cristo y le recibe en sus varias relaciones, cuando la fe no vacila y la vista es clara, no quedará nada en la mente contrario a la ley de Dios.

V. La fe que permanece producirá un amor que permanecerá.

La fe que aumenta, producirá un amor que aumentará. Y aquí hemos de observar que el amor puede ser perfecto en todo momento y con todo en diferentes grados en ocasiones diferentes. Un individuo puede amar a Dios de modo perfecto y eterno, y con todo, este amor puede aumentar en vigor por toda la eternidad, como supongo lo hará. A medida que los santos en gloria vean más y más las excelencias de Dios, le amarán más y más, y con todo, tendrán un amor perfecto en todo momento. Esto es, el amor en la mente será perfecto, pero los grados de amor serán diferentes según la visión del carácter de Dios se haya desplegado. Cuando Dios nos ponga a la vista las maravillas de su gloriosa benevolencia, nuestras almas sentirán nuevo amor a Dios. En esta vida, el ejercicio del amor varía, en gran manera, en grado. Algunas veces Dios despliega ante sus santos las maravillas de su gobierno, y les da visiones que casi postran su cuerpo, y con ello el amor es altamente elevado en grado. Y con todo, el amor puede haber sido perfecto antes; esto es, el amor de Dios era supremo y único, sin mezcla de afectos inapropiados. Y no es fuera de razón suponer que será así por toda la eternidad; que habrá ocasiones en que el amor de los santos será llevado a un ejercicio más activo por el despliegue de la gloria de Dios. A medida que Dios desarrolle sus maravillas, su amor aumentará indefinidamente, y será constantemente ampliado en fervor por toda la eternidad.

VI. Se ve, pues, en este tema, el camino para llegar a ser santos, y cuando se puede ser santificado.

Cuando acudes a Cristo, le recibes por lo que es, y aceptas su salvación por gracia, tendrás todo lo que Cristo es para ti, sabiduría, justificación, santificación y redención. No hay nada que pueda impedirte gozar todo esto, excepto la incredulidad. No tienes que esperar para estar preparado. No hay preparación que sea de ningún valor. Has de recibir toda la salvación, como un don gratuito. ¿Cuándo vas a echar mano de Cristo? ¿Cuándo vas a creer? La fe, la verdadera fe, siempre obra por amor, y purifica el corazón, y vence al mundo. Cuando halles alguna dificultad en tu camino, ya puedes saber de qué se trata. Es falta de fe. No importa lo que te ocurra en lo externo: si te encuentras confundido, desconcertado, la causa es la incredulidad y el remedio es la fe. Si echas mano de Cristo, y te mantienes firme, ni los demonios del infierno pueden separarte de Dios, o apagar la luz que posees. Pero si dejas que predomine la incredulidad, puedes seguir en tu camino tambaleando y desgraciado, hablando de santificación, usando palabras sin sabiduría, y deshonrando a Dios hasta el día de tu muerte.

 

 

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