LA VERDAD DEL EVANGELIO

LOS PECADORES OBLIGADOS AL CAMBIO DE SUS PROPIOS CORAZONES

por

CHARLES G. FINNEY

Ez. 18:31: Echad de vosotros todas vuestras transgresiones con que habéis pecado, y haceos un corazón nuevo y un espíritu nuevo. ¿Por qué moriréis, casa de Israel?

Esas palabras fueron dirigidas a la casa de Israel, que, por su historia y por los versículos en conexión con el texto, estaban evidentemente en un estado de impenitencia; el requerimiento para hacer un corazón nuevo y un espíritu nuevo fue puesto en vigor por la pena grave de muerte. La muerte mencionada en el texto no significa muerte natural, pues la muerte natural es común para quienes tienen corazón nuevo y para los que no lo tienen. Tampoco puede significar muerte espiritual, la cual es un estado de pecaminosidad completa, pues entonces se hubiese leído, "¿por qué están ya muertos?" La muerte que se habla aquí, debe significar muerte eterna, o aquel estado de proscripción de Dios y de la gloria de su poder, hacia el cual el alma será echada, que muere en sus iniquidades.

El mandamiento dirigido aquí a los israelitas es hacia cada pecador impenitente, a quien el evangelio está dirigido. Se le requiere cumplir el mismo deber sobre la misma pena. Se vuelve, por tanto, un asunto de suma importancia que entienda bien y obedezca total e inmediatamente. Las preguntas, que surgirán naturalmente a la mente reflexiva sobre este texto, son las siguientes:

1. ¿Qué vamos a entender por el requerimiento para hacer un corazón nuevo y un espíritu nuevo?

2. ¿Es razonable requerir el cumplimiento de este deber sobre el dolor de muerte eterna?

3. ¿Cómo es este requerimiento que debemos hacer para nosotros un corazón nuevo y un nuevo espíritu consistente con las frecuentes declaraciones repetidas de la Biblia que un corazón nuevo es el don y la obra de Dios?

4. ¿Nos requiere Dios el cumplimiento de este deber sin esperar su cumplimiento meramente para mostrarnos nuestra impotencia y dependencia en él? ¿Nos requiere hacer un corazón nuevo sobre el dolor de muerte eterna cuando al mismo tiempo sabe que no tenemos poder para obedecer, y que si la obra es hecha, debe él mismo hacer todo lo que requiere de nosotros?

Con el fin de responder estas preguntas satisfactoriamente intentaré mostrar:

I. Lo que no significa este requerimiento y

II. Lo que es.

Debe observarse aquí que, aunque la Biblia no es dada para enseñarnos filosofía mental, podemos estar seguros que todas sus declaraciones están en concordancia con la verdadera filosofía de la mente. El término espíritu en la Biblia es usado en diferentes sentidos: a veces significa ser espiritual, o agente moral; en otros lugares se usa en el sentido en el que a menudo empleamos en conversación. Al hablar del temperamento de un hombre, decimos que tienen un espíritu bueno o malo, un espíritu encantador u odioso. Es evidentemente usado en este sentido en el texto. El término corazón también se usa en varios sentidos: a veces aparece como sinónimo de alma; a veces evidentemente significa la voluntad; a veces la conciencia, como para cubrir todos los movimientos morales de la mente; a veces expresar los afectos naturales o sociales. El sentido particular en el que se va a entender en cualquier parte, puede fácilmente ser determinado por la conexión en la que está. Nuestro asunto es establecer su significado como se usa en el texto, puesto que es en ese sentido que se nos requiere hacer un corazón nuevo y un espíritu nuevo. Empiezo, por consiguiente, diciendo que:

1. No significa el corazón de carne o aquel órgano corporal que es el centro de la vida animal.

2. No significa un alma nueva. No tenemos alma nueva. Tenemos un alma y no necesitamos otra.

3. Ni se nos requiere crear nuevas facultades de mente o cuerpo. Tenemos ahora todos los poderes de agencia moral; somos como Dios nos hizo, y no necesitamos ninguna alteración en sustancia de alma o de cuerpo.

4. Ni quiere decir que vamos a llevar a cabo algún cambio constitucional en nosotros mismos. No se nos requiere añadir a la constitución de nuestras mentes o cuerpos cualquier principio nuevo o sentido del gusto. Algunas personas hablan de un cambio de corazón como algo milagroso--algo en el que el pecador va a estar completamente pasivo, y por el cual va a esperar el uso de los medios, como si esperara una cirugía o un choque eléctrico. No necesitamos algo añadido a la constitución de nuestra mente o cuerpo, ni es verdad en la experiencia que quienes tienen un corazón nuevo, tienen una alteración constitucional de sus poderes cuales sean éstos. Son las mismas personas, idénticas en cuanto se refiere a la mente y al cuerpo, que fueron antes. La alteración yace en la manera en que están dispuestos a usarse, y de hecho emplean sus poderes físicos y morales. Un cambio constitucional, sea de mente o de cuerpo, destruiría nuestra identidad personal. Un cristiano, o alguien que tiene un corazón nuevo, no sería el mismo individuo en cuanto a sus poderes de agencia moral que era antes--no sería el mismo agente bajo las mismas responsabilidades.

De nuevo--una alteración constitucional y la implantación de un principio nuevo, en la sustancia de su alma, o difundir un nuevo sentido del gusto con el que está incorporado, y se vuelva una parte esencial de su ser, destruiría toda la virtud de su obediencia. Haría de la obediencia a Dios una mera gratificación de apetito, en el que no habría ninguna virtud real en comer, cuando tuviésemos hambre, o en beber cuando tuviésemos sed.

De nuevo--La implantación constitucional de un principio de santidad en la mente, o la creación de un gusto constitucional por la santidad, si tal cosa fuera posible, rendiría la perseverancia de los santos físicamente necesaria, haría caer de la gracia una imposibilidad natural, y de este modo destruiría toda virtud de perseverancia.

De nuevo--Un cambio constitucional prescindiría de la necesidad de la agencia del Espíritu luego de la conversión. Una recreación de las facultades, la implantación de un sentido del gusto santo, en la sustancia de su mente, plenamente prescindiría de cualquier otra agencia de su parte en la otra vida, que el de sustentar la criatura para ser, y darle a él el poder para actuar, cuando, en obediencia a las leyes de su naturaleza renovada, o en la gratificación de su nuevo apetito, desde luego obedecería.

Pero esta implantación de un principio nuevo, que prescinde de la necesidad de influencias especiales del Espíritu en la otra vida, es contraria a la experiencia, porque aquellos que tienen un corazón nuevo encuentran que su agencia constante es tan indispensable en su perseverancia en santidad como lo fue para su conversión.

De nuevo--La idea de un cambio constitucional es inconsistente con la apostasía, pues si la constitución de la mente fuera cambiada, y el sentido del gusto por la santidad y obediencia fuera implantado en la sustancia del alma, es manifiesto eso en la apostasía, o la caída de la gracia, sería naturalmente tan imposible como alterar los apetitos constitucionales del cuerpo.

De nuevo--Un cambio constitucional es innecesario. Algunos suponen que los motivos del evangelio no tienen tendencia para mover la mente a la obediencia de Dios, a menos que haya algo implantado en la mente que conteste al motivo externo, entre éste y los motivos del evangelio hay una afinidad moral. En otras palabras, sostienen que como los motivos del evangelio son santos, debe haber un gusto santo o un principio implantado en la sustancia de la mente, antes que esos motivos puedan actuar como motivos; que debe haber un gusto correspondiente y de la misma naturaleza al motivo externo, o no hay nada en el motivo calculado para mover la mente. Esto es, si el motivo es santo, el gusto constitucional debe ser santo; si el motivo es pecaminoso, el gusto constitucional debe ser pecaminoso. Pero esto es absurdo, contrario al hecho. Sobre este principio, preguntaría ¿cómo pudo pecar Adán? ¿Acaso Dios o el diablo implantaron primero un sentido del gusto constitucional pecaminoso dentro de él que respondía al motivo externo? ¿Cómo pecaron los ángeles? ¿Acaso Dios también implantó un principio pecaminoso o gusto en ellos? O fueron Adán y los "ángeles que no guardaron su dignidad", originalmente creados con gustos pecaminosos para contestar aquellos motivos externos? Entonces fueron siempre pecadores, y eso por la creación. ¿Entonces quién es el autor y responsable de toda la perversidad? Es verdad, la constitución de la mente debe ser propio de la naturaleza de la influencia o motivos externos; y debe haber tal adaptación de la mente al motivo, y del motivo a la mente, como se calcula para producir cualquier acción deseada de la mente. Pero es absurdo decir que esta adaptación constitucional deba ser un principio santo, o un gusto, antojo por la desobediencia a Dios. Toda santidad, en Dios, ángeles, u hombres, debe ser voluntaria, o no es santidad. Llamar santa a cualquier cosa que sea parte de la mente o cuerpo--o hablar de una sustancia santa, a menos que sea en sentido figurado, es hablar disparates. La santidad es virtud; es algo loable. No puede, por tanto, ser una parte de la sustancia creada de cuerpo o mente, sino debe consistir en una obediencia voluntaria a los principios de rectitud eterna. La adaptación necesaria del motivo externo a la mente, y de la mente al motivo, yace en los poderes de la agencia moral, que cada ser humano posee. Tiene entendimiento para percibir y sopesar; tiene la conciencia para decidir sobre los opuestos morales de la naturaleza; tiene el poder y libertad de elección. Ahora, a este agente moral, que posee estas facultades, los motivos del evangelio son dirigidos, y hay simplemente una tendencia natural en estas consideraciones ponderables para influirlo a obedecer a su Hacedor.

Ahora mostraré lo que entendemos por el mandamiento del texto. La Biblia con frecuencia habla de corazón, como una fuente, de la que fluyen los afectos morales y acciones del alma, como en Mt. 15:19, "del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias". El término corazón, como se aplica a la mente, es figurativo, y reconoce una analogía entre el corazón del cuerpo y el corazón de alma. El órgano muscular del cuerpo llamado corazón es el centro y la fuente de vida animal, y por su acción constante, propaga vida a través del sistema animal. El corazón espiritual es la fuente de vida espiritual, es la preferencia profundamente asentada de la mente pero voluntaria; algo yace atrás de todos sus afectos y emociones voluntarios, de los cuales toman su carácter. En este sentido entiendo el término corazón para ser usado en el texto. Es evidentemente algo sobre el cual tenemos control; algo voluntario; algo por el que vamos a culpar, y que vamos a alterar. Ahora, si el requerimiento es que vamos a hacer algún cambio constitucional en la sustancia del cuerpo o la mente, es evidentemente injusto, y puesto en vigor por una pena no menos que infinita, como la obediencia es imposible, el requerimiento es tiranía infinita. Es evidente que el requerimiento aquí es cambiar nuestro carácter moral, nuestra disposición moral. En otras palabras, cambiar la preferencia constante, la que prefiere el pecado por la santidad; la gratificación de uno mismo por la gloria de Dios. Entiendo un cambio de corazón, como el término aquí usado, es lo que queremos decir por un cambio de mente en cuanto al objeto supremo de búsqueda; un cambio de un fin, no meramente en la elección de los medios. Un individuo puede cambiar de parecer, y preferir, en un momento, un conjunto de medios, y en otro momento, otro conjunto, para lograr el mismo fin: un hombre que se propone a sí mismo como el objeto supremo de búsqueda de su propia felicidad, puede, en un momento, imaginarse que su felicidad suprema yace en las posesiones de bienes mundanos, y en la búsqueda de este fin puede entregarse a sí mismo totalmente a la adquisición de riqueza, en la búsqueda puede con frecuencia cambiar la elección de los medios; en un momento puede buscar mercancía, en otro la profesión de la abogacía, y aún de nuevo, la profesión de la medicina, pero todas éstas son sólo cambios de la mente en cuanto a los medios para lograr el mismo fin. De nuevo, puede ver que su felicidad no consiste en la abundancia de riqueza; que él va existir por siempre; que por tanto tiene un interés más elevado en las cosas de la eternidad en vez de aquellas temporales; puede agrandar como corresponde sus ambiciones egoístas, llevar adelante su interés en la eternidad, y proponer como objeto supremo de búsqueda la salvación de su alma. Es ahora eternal en vez de un interés temporal, lo que persigue; lo que propone como el objeto supremo de búsqueda, pero aún el fin es su propia felicidad; el fin es sustancialmente el mismo, es sólo el ejercicio del egoísmo en una balanza más amplia y extendida, en vez de estar satisfecho con la felicidad temporal, el egoísmo tiene como fin asegurar la dicha de la eternidad. Cuando confina su modo de pensar y deseos para la adquisición de un bien mundano, ambiciona acaparar los afectos, servicios, honores, riqueza del mundo, ahora alarga sus cuerdas, y refuerza sus estacas de su egoísmo; lleva adelante sus ambiciones, deseos, esfuerzos hacia la eternidad; se pone a orar y leer su Biblia, se vuelve maravillosamente religioso; y se alegra de acaparar los afectos, enlistar los poderes y mandar los servicios de todo el cielo, y del Dios eterno. Mientras su mirada se confina a las cosas terrenales, se complace con que los hombres deban ser sus siervos, pero ahora, en la búsqueda egoísta de su propia felicidad eterna, se alegrará de invocar todos los atributos de Jehová para servirle. Pero en todo esto no hay cambio de corazón; puede haber con frecuencia cambiado la elección de los medios, pero su fin ha sido siempre el mismo; su propia felicidad ha sido su ídolo.

Un cambio de corazón, entonces, consiste en cambiar la preferencia controladora de la mente en cuanto al fin que se busca. El corazón egoísta es una preferencia por el interés de uno mismo en vez de la gloria de Dios y los intereses de su reino. Un corazón nuevo consiste en una preferencia de la gloria de Dios y los intereses de su reino en vez de la felicidad de uno. En otras palabras, es un cambio de egoísmo a benevolencia, de tener una suprema consideración por el interés de uno mismo a una elección absorbente y controladora de la felicidad y gloria de Dios y su reino.

Es un cambio en la elección de un Gobernante Supremo. La conducta de los pecadores impenitentes demuestra que prefieren a Satanás como el gobernante de este mundo, obedecen sus leyes, hacen campaña para él, y son celosos de su interés, incluso en martirio. Llevan su adherencia por él y su gobierno al grado de sacrificio del cuerpo y alma para promover su interés y establecer su dominio. Un corazón nuevo es la elección de JEHOVÁ como el gobernante supremo, una preferencia hondamente asentada y constante de sus leyes y gobierno, carácter y persona, como el Legislador y Gobernante supremo del universo.

De este modo el mundo está divido en dos grandes partidos políticos; la diferencia entre ellos es que un partido escoge a Satanás como el dios de este mundo, rinden obediencia a sus leyes, y son devotos de su interés. El egoísmo es la ley del imperio de Satanás, y todos los pecadores impenitentes le rinden una obediencia voluntaria. El otro partido escoge a Jehová por su gobernante, y se consagran ellos mismos, con todos sus intereses, al servicio y gloria de él. Este cambio no implica una alteración constitucional de la forma o administración de un gobierno humano.

Hay ciertas cosas tocantes a la mente con las que nos familiarizamos por la experiencia. Por ejemplo, sabemos por experiencia que es la naturaleza de la mente la que está controlada en sus ejercicios individuales y afectos por una disposición o preferencia hondamente asentada de un curso u objeto particulares. No es necesario aquí entrar en la filosofía de este hecho, sino simplemente reconocer el hecho en sí mismo. Por ejemplo, cuando Adán fue creado primero y despertó a vida, antes de que hubiese obedecido o desobedecido a su Creador, pudo haber no tenido carácter moral: no había ejercido afectos, ni deseos, ni aplicado acciones. En ese estado era un agente moral completo, y en este respecto a la imagen de su Creador, pero todavía pudo no haber tenido ningún carácter moral, pues el carácter moral no puede ser un sujeto de creación, sino se adhiere a la acción voluntaria. Transcurriría algún tiempo considerable entre la creación de Adán y la posesión de su carácter moral. Se supone que tan pronto despertó a vida, y tuvo conocimiento de la existencia y carácter de su Creador, las evidencias de las cuales sin duda todas a su alrededor brillaron, lo escogió a Él como su gobernante supremo, y voluntariamente dedicó todas sus facultades a su servicio. Esta preferencia hacia Dios y su gloria, y servicio, sobre su propio interés y todo lo demás, constituyeron su disposición, o su carácter moral; en otras palabras, era perfectamente un corazón santo. De su corazón, o preferencia, fluyó como una fuente agua pura de obediencia. Todos los movimientos subordinados, afectos, elecciones, y propósitos de la mente, y todas las acciones externas, fluyeron de esa preferencia fuerte y gobernante hacia Dios y su servicio. Así, salió para arreglar el huerto de Dios y mantenerlo. Ahora, por un tiempo, esta preferencia de Adán fue bastante fuerte y constante para asegurar obediencia perfecta en todas las cosas, pues la mente actuará en consistencia con una preferencia constante según la fuerza y permanencia de esa preferencia. Por ejemplo, la preferencia fuerte que un hombre pueda tener por el hogar puede prohibir el entretenimiento de cualquier propósito de salir fuera. La fuerza de su preferencia por su esposa puede prevenir su consentimiento hacia una intimidad impropia con otras mujeres; y la probabilidad, y puedo decir posibilidad, de traición en actos de infidelidad hacia su esposa pueden depender de la fuerza y energía constante de su preferencia por ella entre todas las mujeres. Así que mientras la preferencia de Adán permanecía inamovible, su energía daba dirección y carácter a todo su sentir y a toda su conducta, y aquello que debía estampar perfección sobre la obediencia del cielo fue la gran fuerza y constancia continua de su preferencia hacia Dios y su servicio. En efecto, la santidad continua de Dios depende de la misma causa, y fluye de la misma fuente. La santidad de Dios no consiste en la sustancia de su naturaleza, sino en su preferencia por lo recto. La santidad de Dios debe ser voluntaria, y él es inmutablemente santo, porque es infinitamente así. En otras palabras, su preferencia por lo recto es infinitamente fuerte, tan fuerte y constante como para nunca admitir cambio de cualquier conducta inconsistente con ella. Adán fue perfectamente santo, pero no infinitamente. Como su preferencia por Dios no fue infinitamente fuerte, fue posible que pudiera haber cambiado, y tenemos el acto lamentable, escrito en caracteres que no puede malentenderse, en cada lado de nosotros, sucedió que cambió de preferencia. Satanás, en la persona de una serpiente, presentó una tentación de un carácter muy peculiar. Fue dirigida a los apetitos constitucionales del cuerpo y alma para apetecer por alimento en el cuerpo, y por conocimiento en la mente. Estos apetitos fueron constitucionales; no fueron en sí mismos pecaminosos, sino su indulgencia ilícita fue pecado. La propuesta de la serpiente fue que él cambiara de parecer tocante al fin supremo de búsqueda, y así cambiar su corazón, o todo su carácter moral. "¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto? Y la mujer respondió a la serpiente: Del fruto de los árboles del huerto podemos comer; pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis. Entonces la serpiente dijo a la mujer: No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal". Ahora el cimiento de santidad en Adán, y aquel que constituyó su corazón santo, fue la elección suprema de Dios la que debía reinar, la preferencia suprema de Dios y su gloria por su felicidad o interés propios. Es fácil ver, por tanto, que el objeto en mente por la serpiente era afectar un cambio en el fin supremo de búsqueda. Era preferir su propia gratificación en vez de la preferencia de su Creador, volverse como un dios en vez de obedecer a Jehová, ir tras el fin de gratificación de uno mismo en vez de la gloria de Dios. Al someterse por tanto a esa propuesta, en cambiar de parecer en este punto fundamental, cambió su propio corazón, o esa preferencia controladora la cual fue una vez el fundamento, y fuente, de toda obediencia. Ahora esto fue un cambio real de corazón, de un corazón perfectamente santo a uno pecaminoso. Pero aquí no hubo ningún cambio constitucional, ningún cambio en la sustancia de cuerpo o mente. No fue un cambio en los poderes mismos de la agencia moral, sino simplemente en el uso de ellos, en consagrar sus energías a un fin distinto. Ahora supóngase que Dios haya presentado a Adán el mandamiento del texto, "hazte un corazón nuevo pues por qué morirás". Pudo Adán haber contestado justamente, "¿acaso crees que puedo cambiar mi propio corazón? ¿Acaso puedo yo, quien tiene un corazón totalmente depravado, cambiarlo?" Acaso pudo el Todopoderoso no haberle contestado con palabras de fuego, "Rebelde, acabas de cambiar tu corazón de santidad a pecado, ahora cámbialo de pecado a santidad".

Supóngase que un soberano humano deba establecer un gobierno, y proponga como el gran fin de búsqueda producir la más grande cantidad de felicidad posible dentro de su reino. Promulga leyes sabias y benevolentes, calculadas para promover ese objeto para el cual se conforma toda su conducta; en la administración de la cual emplea toda su sabiduría y energías, y requiere de todos sus súbditos que simpaticen con él. Tener como meta el mismo objeto; ser gobernado por los mismos principios, tener suprema y constantemente como meta el mismo fin; la promoción de los intereses más elevados de la comunidad. Supóngase que esas leyes están tan formuladas que la obediencia universal necesariamente resultaría en la felicidad universal. Ahora supóngase que un individuo, después de una sesión de obediencia y devoción al interés del gobierno y la gloria de su soberano, sea inducido a retractarse de su influencia y energías para promover el interés público. Supongan que se prepara él mismo y diga ahora "ya no seré más gobernado por los principios de buena voluntad de mi comunidad, buscaré mi propia felicidad y gloria, a mi manera, y que el soberano y sus súbditos se hagan cargo de ellos mismos. La caridad empieza en casa". Ahora supóngase que él así se prepara para proponer su propia felicidad y ensalzamiento como el objeto supremo de su búsqueda, y no debe titubear para pisotear las leyes y usurpar los derechos, tanto de su soberano como de los súbditos, donde esas leyes o derechos se pongan en el camino del cumplimiento de sus planes. Es tan fácil ver que se ha vuelto un rebelde, ha cambiado su corazón, y como consecuencia su conducta; ha establecido un interés no sólo de separarse sino de oponerse al interés de su soberano legítimo. Ha cambiado su corazón de bien a mal, de ser un súbdito obediente se ha convertido en un rebelde; de su obediencia a su soberano, ha establecido una independencia soberana; de tratar de influir sobre todos los hombres para obedecer el gobierno, de buscar supremamente la prosperidad y gloria de su soberano, se ha vuelto él mismo un pequeño soberano, y como Absalón agarró a los hombres de Israel y los besó, y así robó sus corazones, del mismo modo ahora intenta absorber los afectos, conseguir las simpatías, ordenar el respeto y obediencia de todos alrededor de él. Ahora para que él se vuelva, cambie de parecer tocante al objeto supremo de búsqueda; --prefiera la gloria de su soberano y el bien del público a su propio interés separado, constituirá un cambio de corazón.

Ahora éste es el caso del pecador; Dios ha establecido un gobierno y propuesto por la exhibición de su propio carácter para producir la gran cantidad practicable de felicidad en el universo. Ha promulgado leyes sabiamente calculadas para promover este objetivo al cual él conforma toda su conducta y a la cual requiere que todos sus súbditos perfectamente y sin desvío se conformen. Después de un tiempo de obediencia, Adán cambió su corazón y se estableció él mismo. Así con el pecador, aunque no obedezca primero, como Adán hizo; sin embargo, su corazón perverso consistió en poner su propio interés en oposición al interés y gobierno de Dios, en buscar promover su propia felicidad privada, en una forma que está opuesta al bien general. La gratificación de uno mismo se vuelve la ley a la cual él ajusta su conducta. Es ir en pos de la carne, que es enemistad contra Dios. Un cambio de corazón, por tanto, es preferir un fin distinto. Preferir supremamente la gloria de Dios y el bien público por la promoción del interés propio, y cuando se cambie esta preferencia, vemos desde un luego un cambio correspondiente de conducta. Si un hombre cambia de partido político, lo verán con aquellos que tienen las mismas posturas y sentimientos que los suyos; urdir planes y usar su influencia para apoyar al candidato que ahora ha sido escogido. Tiene nuevos amigos en la política de un lado, y nuevos amigos políticos en el otro. Lo mismo con un pecador; si su corazón es cambiado, verán que los cristianos se vuelven sus amigos--Cristo su candidato. Busca honrarlo y promover su interés en todos sus caminos. Antes, el lenguaje de su conducta era "que Satanás gobierne el mundo". Ahora, el lenguaje de su corazón y de su vida es "que Cristo gobierne como Rey de las naciones, como es el Rey de los santos". Antes, su conducta decía "oh Satanás, venga tu reino y hágase tu voluntad". Ahora su corazón y su vida claman "oh Jesús, venga tu reino, hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo".

Como prueba que el cambio que acabo de describir constituye un cambio de corazón, si alguna prueba fuera necesaria--Observo, primero, que quien de hecho prefiera la gloria de Dios, y el interés de su reino, en vez de su propio interés, es un cristiano; y quien de hecho prefiera su propio interés egoísta en vez de la gloria de Dios es un pecador impenitente.

La diferencia fundamental yace en esta preferencia reinante, esa fuente, ese corazón, de la que fluyen sus emociones, afectos, y acciones. Como la diferencia entre ellos no consiste en la sustancia de sus mentes o cuerpos, sino en el estado voluntario de la mente en el que se está, es tan poco filosófico, absurdo e innecesario, suponer que un cambio físico o constitucional ha tomado lugar en una persona que tiene un corazón nuevo, como para inferir que porque un hombre ha cambiado su postura política, por tanto su naturaleza es cambiada. Además, esta nueva preferencia necesita sólo volverse lo bastante profunda y energética en su influencia para pisotear la perfección del cielo sobre todo el carácter. Desde hábitos de pecado atesorados desde hace tiempo, y puesta en acción bajo el dominio de una preferencia opuesta, cuando viene realmente a ser cambiada, es con frecuencia débil y mediblemente ineficiente, y consecuentemente la mente con frecuencia actúa en inconsistencia con esta preferencia general. En consecuencia, Dios le dice a Israel, "¡cuán inconstante es tu corazón!" Como un hombre que se hace tan pequeño bajo la influencia del principio o el afecto hacia su esposa, que aunque por lo general, y en general, la prefiera sobre cualquier otra mujer, pero puede ocasionalmente sentirse culpable de serle infiel. Ahora lo que se necesita en el caso de un cristiano es que sus viejos hábitos de pensamiento, sentimiento, y acción deban ser rotos, que su nueva preferencia gane fuerza, estabilidad, firmeza y perpetuidad; así tomará el control de todo el hombre. Este proceso constituye santificación. Cada acto de obediencia a Dios fortalece esta preferencia y da obediencia futura de manera más natural. El control perfecto sobre todos los movimientos morales de la mente trae al hombre de vuelta adonde Adán estaba antes de la caída, y constituye santidad perfecta.

Una vez más--Si un cambio de corazón fuera físico, o un cambio en la constitución de la mente, no tendría ningún carácter moral. El cambio, para que tenga carácter moral, debe ser voluntario. Para constituir un cambio de corazón, no debe sólo ser voluntario, sino debe ser un cambio en la preferencia gobernante de la mente. Debe ser un cambio tocante al objeto supremo de búsqueda.

Finalmente, es un hecho en la experiencia de cada cristiano que el cambio por el cual ha pasado no es más que aquello que he descrito. Al hablar desde la experiencia, puede decir que, "mientras alguna vez preferí mi propio interés separado de glorificar a mi Creador, ahora prefiero su gloria e intereses de su reino y consagro todos mis poderes a la promoción de ellos por siempre".

2. La segunda pregunta es si el requerimiento del texto es razonable y equitativo. La respuesta a esta pregunta debe depender de la naturaleza del deber a cumplirse. Si el cambio es físico, un cambio en la constitución o sustancia del alma, no está claramente dentro del campo de nuestra habilidad, y la respuesta a la pregunta debe ser que no, no es razonable ni equitativo. Es absurdo sostener que estamos bajo obligación de hacer lo que no tenemos poder para hacer. Si estamos bajo una obligación de hacer algo, y no la cumplimos, pecamos, pues lo censurable del pecado consiste en el ser de la violación de una obligación. Pero si estamos bajo una obligación para hacer lo que no tenemos poder para hacer, entonces el pecado es inevitable; somos forzados a pecar por una necesidad natural. Pero esto es contrario a la razón correcta, el hacer que el pecado consista en cualquier cosa que es forzada en nosotros por la necesidad de naturaleza. Además, si es pecado, estamos ligados a arrepentirnos, de corazón culparnos a nosotros mismos, y justificar el requerimiento de Dios, pero es simplemente imposible que nosotros nos culpemos por no hacer lo que estamos conscientes que nunca tuvimos poder para hacer. Supóngase que Dios deba ordenar al hombre que vuele, ¿acaso esa orden impondría en él cualquier obligación hasta que fuese provisto de alas? Ciertamente no. Pero supóngase, en su fracaso de obedecer, Dios deba requerirle arrepentirse de su desobediencia, y amenazarlo con enviarlo al infierno si de corazón no se culpa él mismo, y justifica el requerimiento de Dios. Debe dejar de ser un ser razonable antes de que pueda hacer eso. Sabe que Dios nunca le dio el poder de volar, y por tanto no tiene derecho de requerírselo. Su sentido natural de justicia, y del fundamento de la obligación, es atroz, y con indignación y concienzudamente le avienta de regreso el requerimiento al rostro de su Creador. El arrepentimiento, en este caso, es una imposibilidad natural; mientras es un ser razonable, sabe que no es de ser culpado por no volar sin alas; y no obstante cuánto pueda lamentarse del no poder obedecer el requerimiento, y no obstante cuán grande pueda ser su temor de la ira de Dios, aún el culparse a sí mismo y justificar a Dios es una imposibilidad natural. Como, por tanto, Dios requiere que los hombres se hagan un corazón nuevo, sobre el dolor de muerte eterna, es la evidencia más fuerte posible de que ellos pueden hacerlo. Decir que les ordenó hacerlo sin decirles que pueden es completamente trivial. Su habilidad está implícita tan fuertemente como puede ser en el mandamiento mismo. De todo esto se verá que la respuesta a esta pregunta, si el requerimiento en el texto es justo, debe volverse a la pregunta de la habilidad del hombre; y la pregunta de la habilidad debe volverse a la naturaleza del cambio en sí mismo. Si el cambio es físico, claramente está más allá del poder del hombre; es algo sobre el cual no tiene más control que del que tuvo sobre la creación de su alma y cuerpo. Pero si el cambio es moral--en otras palabras, si es voluntario, un cambio de elección o preferencia, tal como he descrito, entonces la respuesta a la pregunta, ¿es justo y razonable el requerimiento del texto? Claramente lo es. Sí, es completamente razonable y justo;

1. porque se tiene todos los poderes de agencia moral, y lo que se requiere es no alterar esos poderes, sino emplearlos en el servicio del Creador. Dios ha creado estos poderes, y se pueden usar y se usan. Da poder para obedecer y desobedecer; y el pecado es que mientras se sostienen esos poderes, se prostituye para el servicio del pecado y Satanás.

De nuevo--Esos poderes también están adecuados para obedecer como para desobedecer. La perversidad consiste en una elección equivocada y obstinada de pecado. Pero ¿acaso no es tan fácil escoger lo correcto como lo incorrecto? ¿Acaso no son los motivos para una elección correcta infinitamente mayores que los de una incorrecta? ¿Pudo Adán razonablemente haber objetado que no podía cambiar su elección? ¿Pudo Satanás objetar que no tenía ningún poder para cambiar la preferencia gobernante de su mente y preferir la gloria de su Creador para la rebelión contra su trono? Si Satanás, o Adán, o ustedes, pueden razonablemente traer esa objeción, entonces no hay tal cosa como pecado en la tierra y en el infierno.

De nuevo--Dios sólo requiere que ustedes escojan y actúen razonablemente, pues ciertamente está de acuerdo con la razón correcta para preferir su gloria, y el interés de su reino inmenso en vez del interés propio y privado de ustedes. Es un bien infinitamente mayor; por tanto ustedes, y Dios, y todas sus criaturas, están para preferirlo. Pero dije que los motivos para una preferencia correcta son infinitamente mayores que uno incorrecto. Los pecadores con frecuencia se quejan de que ellos están tan influenciados por motivos que no pueden resistir la iniquidad. Con frecuencia excusan sus pecados al alegar que la tentación era demasiado fuerte para ellos. Pecador, ¿por qué es que mientras eres tan fácilmente influenciado por los motivos como para quejarte de que no puedes resistirlos, que eres demasiado débil para resistir la influencia para pecar; que eres lo bastante fuerte para resistir los motivos del mundo que vienen rodando como una bola de fuego para hacer lo correcto y obedecer a tu Creador?

2. Cuando el Hijo de Dios se acerca a ti, reuniendo los motivos del cielo, tierra e inferno, y los derrama en un fuego centrado sobre la mente, ¿cómo es que eres lo bastante fuerte para resistir? Tú, cuya mente está sometiéndose a los motivos para pecar, quien eres toda debilidad, y te quejas que no puedes resistir el pecado cuando eres tentado para desobedecer a Dios, puedes ejercer una fuerza gigantesca, había casi dicho de la fuerza de la omnipotencia, en resistir el peso infinito del motivo que rueda sobre ti desde cada rincón del universo, para obedecer a Dios. Es claro que si no ejerces toda la fuerza de la agencia moral para resistir, esta consideración cambiaría tu corazón.

3. Voy ahora a la tercera y última pregunta: ¿Cómo es este requerimiento para que se hagan un corazón nuevo consistente con las declaraciones frecuentes e iterativas de la Biblia, que un corazón nuevo es el don y la obra de Dios? La Biblia atribuye la conversión, o un corazón nuevo, a cuatro agencias distintas. Frecuentemente se le atribuye al Espíritu Santo. Y si consultan la escritura, la encontrarán aún más frecuentemente adscrita a la verdad, como, "Él, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad"-- "la verdad os hará libres"--"Santifícalos en tu verdad"--"La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma". A veces se le atribuye al predicador, o a quien presenta la verdad; "el que gana almas es sabio". Pablo dice, "yo os engendré por medio del evangelio"--"el que haga volver al pecador del error de su camino, salvará de muerte un alma, y cubrirá multitud de pecados". A veces se habla como de la obra del pecador mismo; de ahí que el Apóstol diga, "Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad"; "Consideré mis caminos", dice el salmista, me volví al Señor. Y de nuevo dice, "mi corazón ha dicho de ti: Buscad mi rostro. Tu rostro buscaré, oh Jehová". Ahora la pregunta es, ¿son todas estas declaraciones de la escritura consistentes una con otra? Todas son verdad; todas quieren decir lo que dicen; ni hay ningún desacuerdo real entre ellas. Hay un sentido en el que la conversión es obra de Dios. Hay un sentido en el que es el efecto de la verdad. Hay un sentido en el que el predicador lo hace. Y también es la obra apropiada del pecador mismo. El agente que lo induce es el Espíritu de Dios. Un agente secundario es el predicador, o el individuo que presenta la verdad. La verdad es el instrumento, o motivo, que el Espíritu usa para inducir al pecador a que vuelva. Supóngase que están de pie en el banco de las Cataratas de Niágara. Mientras están de pie a la orilla del precipicio, ven a un hombre absorto en contemplación profunda, acercándose a la orilla sin darse cuenta de su peligro. Se acerca cada vez más hasta que de hecho levanta su pie para dar el paso final que lo arrojará a la destrucción. En ese momento levantan su voz de advertencia sobre el rugido de las aguas espumosas y gritan, "¡detente!" La voz perfora su oído, y rompe el encanto que lo ataba; se vuelve instantáneamente, pálido y horrorizado, se retira, temblando, de la orilla de muerte. Se tambalea, y casi se desmaya con horror; se vuelve y camina lentamente hacia la casa pública; lo siguen; la agitación manifiesta en el rostro llama la atención de muchos alrededor de él; y al acercarse ustedes él les señala, y dice, "me han salvado la vida". Aquí él atribuye la obra a ustedes; y ciertamente hay un sentido en el que lo han salvado. Pero al preguntársele más, dice "¡detente!" "esa palabra resuena en mis oídos. Oh, para mí fue la palabra de vida." Aquí lo atribuye a la palabra que lo despertó y causó volverse. Pero al platicar aún más, dijo, "si no me hubiera dado la vuelta en ese instante, estaría muerto". Aquí habla de ella, y ciertamente, como su propio acto, pero directamente lo oyen decir, "Ah, la misericordia de Dios. Si Dios no se hubiese interpuesto, debía haber estado perdido". Ahora el único defecto en esta ilustración es éste: En el supuesto caso, la única interferencia de parte de Dios fue providencial; y sólo el único sentido en que la salvación de la vida del hombre se le atribuye a él es en un sentido providencial. Pero en esa conversión de un pecador hay algo más que el empleo de la providencia de Dios, pues aquí no sólo la providencia lo ordenó así, el que el predicador gritara, "detente", sino el Espíritu de Dios fuerza la verdad dirigida a él con tremendo poder para inducirlo a que se regresara.

No sólo el predicador grita, "detente", sino a través de la voz viva del predicador el Espíritu grita "detente". El predicador grita "vuélvete, ¿por qué morirás?" El Espíritu derrama la reconvención con tal poder que el pecador se vuelve. Ahora, al hablar de este cambio, es perfectamente apropiado decir que el Espíritu lo volvió, tal como se diría a un hombre que había persuadido a otro para cambiar de parecer en el asunto de la política, que lo había convertido, como en un caso cuando los sentimientos políticos de un hombre fueron cambiados por cierto argumento, deberíamos decir, que el argumento lo convenció. Así también con la propiedad perfecta uno puede atribuir el cambio al predicador, al que le había presentado los motivos, tal como debiéramos decir de un abogado que había prevalecido en su argumento con el jurado; tenía su caso, había convertido al jurado. También es con la misma propiedad adscrita al individuo mismo cuyo corazón es cambiado; debemos decir que había cambiado de parecer, que ha vuelto, que se ha arrepentido. Ahora es estrictamente cierto, y cierto en el sentido más elevado y absoluto; el acto es su propio acto, el volverse es su propio regreso, mientras Dios por la verdad le ha inducido volverse; aún es estrictamente cierto que se ha vuelto y lo ha hecho él mismo. De este modo vemos el sentido en el que es la obra de Dios, y también el sentido en que es la obra del propio pecador. El Espíritu de Dios, por la verdad, influye en el pecador para que cambie, y en este sentido es la causa eficiente del cambio. Pero el pecador de hecho cambia, y por tanto él mismo, en el sentido más apropiado, el autor del cambio. Hay algunos que, al leer sus Biblias, fijan sus ojos en pasajes que atribuyen la obra al Espíritu de Dios, y parecen pasar por alto aquéllos que lo atribuyen al hombre, y hablan al respecto como el propio acto del pecador. Cuando han citado la escritura para probar que es la obra de Dios, parecen pensar que han probado que es aquello en el que el hombre es pasivo, y que no puede en ningún sentido ser la obra del hombre. Hace algunos meses un folleto fue escrito con el título "La regeneración es el efecto del poder divino". El escritor habla para probar que la obra es del Espíritu Santo, y ahí se detiene. Ahora hubiera sido como igual de cierto, como igual de filosófico, como igual de escritural, si hubiese dicho que la conversión fue obra del hombre. Era fácil probar que fue obra de Dios, en el sentido en el que lo he explicado. El escritor, por tanto, habla de la verdad, hasta donde llega, pero sólo ha dicho la mitad de la verdad, pues mientras haya un sentido en el que es la obra de Dios, como él mostró, hay también un sentido en el que es la obra del hombre, como hemos visto. El mismo título de ese folleto es una piedra de tropiezo. Dice la verdad, pero no la verdad completa. Y otro folleto puede ser escrito sobre esa proposición que "la conversión o regeneración es la obra del hombre"; que sería como igual de cierto, como igual de escritural y como igual de filosófico, como aquél al que he aludido. De ese modo el escritor, en su celo de reconocer y honrar a Dios como se refiere en ese escrito, al dejar fuera el hecho de que un cambio de corazón es el propio acto del pecador, ha dejado al pecador fuertemente atrincherado con sus propias armas en sus manos rebeldes, resistiendo resueltamente las exigencias de su Hacedor, y esperando pasivamente para que Dios le haga un corazón nuevo. Así verán la consistencia entre el requerimiento del texto, y el hecho declarado de que Dios es el autor del corazón nuevo. Dios les ordena que lo hagan, espera que ustedes lo hagan, y si se hace, ustedes deben hacerlo.

Concluiré este discurso con varias inferencias y observaciones.

1. Los pecadores hacen sus propios corazones perversos.

Su preferencia por pecar es su propio acto voluntario. Hacen de la gratificación de sí mismos la regla a la cual conforman toda su conducta. Cuando llegan al mundo, el primer principio que descubrimos en su conducta es su determinación para gratificarse a sí mismos. Pronto acontece que cualquier esfuerzo para frustrarlos en la gratificación de sus apetitos es enfrentado por ellos con resistencia firme, parece que fijan sus corazones enteramente para ir en pos de su propia felicidad, gratificase a ellos mismos, suceda lo que suceda; y así con éxito harán guerra a su nana, a sus padres, y a su Dios, cuando encuentran que sus requerimientos prohíben la búsqueda de ese fin. Ahora esto es puramente un estado voluntario de la mente. Este estado de la mente no es un sujeto de creación, es enteramente el resultado de la tentación al egoísmo, el surgimiento de las circunstancias bajo las que el niño llega a la existencia. Esta preferencia al interés en sí mismo es sufrida por el pecador para crecer con su desarrollo, y fortalecer con su fuerza, hasta que desesperadamente el corazón perverso lo lleva hacia las puertas del infierno.

2. De lo que se ha dicho, la necesidad de un cambio de corazón es lo más manifiesto.

Al estado de la mente en el que están los pecadores impenitentes le llama el Apóstol Pablo "mente carnal"; o como debió haberse traducido "los designios de la carne son enemistad contra Dios". El niño suelta las riendas a los apetitos corporales. Dios le requiere que se mantenga bajo su cuerpo, y haga él el instrumento de su alma en el servicio de Dios--sujetar y subordinar todas sus pasiones a la voluntad de su Creador. Pero en vez de eso, hace de la gratificación de sus apetitos y pasiones la ley de su vida. Es esa ley en sus miembros de la que Pablo habla como advertencia contra la ley de su mente. Ese estado mental es el opuesto directo del carácter y los requerimientos de Dios. Con ese corazón, la salvación del pecador es una imposibilidad manifiesta.

3. A la luz de este asunto, ustedes pueden ver la naturaleza y el grado de la dependencia del pecador del Espíritu de Dios.

La agencia del Espíritu no necesita darle poder, sino vencer su obstinación voluntaria. Algunas personas parecen suponer que el Espíritu se emplea para dar al pecador poder--que no puede obedecer a Dios, sin la agencia del Espíritu. Me alarmo cuando oigo tales declaraciones; y si no fuera, que supongo hay un sentido en el que el corazón de un hombre puede ser mejor que su cabeza, debo sentirme obligado a sostener que las personas que guardan ese sentimiento no son cristianos en lo absoluto. Ya he mostrado que un hombre no está bajo ninguna obligación de hacer lo que no tenga habilidad para hacer; en otras palabras, que su obligación es sólo en proporción con su habilidad. No puede culparse a sí mismo por no ejercer un poder que nunca poseyó. Si cree, por tanto, que no tiene ningún poder para obedecer a su Creador, es imposible que deba culparse a sí mismo por no hacerlo. Y si cree que la agencia del Espíritu es indispensable para hacerlo capaz, la consistencia debe obligarlo a sostener que sin una agencia sobreañadida no está bajo ninguna obligación de obedecer. Esta dotación al pecador de poder, por la ayuda del Espíritu Santo, para obedecer a Dios, es lo que los arminianos llaman habilidad por gracia, cuyos términos son absurdos. ¿Qué es gracia? Es un favor no merecido; algo al que no tenemos exigencia en la justicia. Aquello que puede ser sostenido sin injusticia. Si es cierta esta definición, es claro que una habilidad por gracia para cumplir nuestro deber ser absurda. Es un dictado de la razón, de la conciencia, del sentido común, y de nuestro sentido natural de justicia que si Dios requiere la ejecución de cualquier deber o acto, está obligado en justicia a darnos poder para obedecer; esto es, debe darnos las facultades y fuerza para realizar el acto. Pero si la justicia requiere esto, ¿por qué llamarla habilidad por gracia? La habilidad natural para cumplir nuestro deber no puede ser una habilidad por gracia. Llamarla así, es confundir la gracia y la justicia como si significaran lo mismo. El pecado de desobediencia entonces debe ser el mentir, no el haber roto la ley de Dios, sino sólo el no haberse acatado a los esfuerzos del Espíritu. Mientras, por tanto, él no esté sensible de que el Espíritu está dándole poder, no puede sentirse bajo obligación de convertirse, ni puede, sobre los principios de la razón, culparse a sí mismo. ¿Cómo, me preguntaría, se le va a culpar por no haberse arrepentido y vuelto al Señor?

Pero para ilustrar la naturaleza y grado de la dependencia en el Espíritu de un hombre, supóngase que un hombre está resuelto a matarse, en la ausencia de su esposa carga sus pistolas y se prepara para cometer una acción horrible. Su pequeño hijo observa el desorden de su mente, y le dice, "Papá, ¿qué vas a ser? "No te muevas", contesta, "voy a volarme los sesos". El pequeño llora, extiende sus manitas de mendigo, le suplica que desista y derrama sus oraciones, lágrimas y súplicas agonizantes, para que viva. Ahora si la elocuencia del dolor del niño, sus oraciones y lágrimas, pudiera prevalecer para cambiar la obstinación del propósito del padre, éste no necesitaría ninguna otra influencia para someter y cambiar su parecer. Pero el padre insiste, el niño le grita a su mamá, quien llega volando a la voz de su súplica, y al saber la causa de su angustia, se apresura, en alas de terror, hacia su esposo y le implora que cambie su propósito. Por amor a su familia--por el amor de ellos hacia él--por dependencia en él--en vista del corazón destrozado, y la distracción de la esposa de su marido--por la angustia, las lágrimas, la inutilidad de sus bebés--por la consideración que tiene de su propia alma--por la esperanza del cielo--por el horror del infierno--por cada cosa tierna y persuasiva en la vida--por todo lo que es solemne en el juicio final, y lo terrible de los dolores de la muerte segunda, le implora una y otra vez que no precipite su propia destrucción. Ahora si todo eso puede moverlo, no necesita ninguna otra influencia, y ni otra más elevada para cambiar de parecer. Pero cuando ella fracasa en sus esfuerzos, supóngase que pudiera convocar a todos los ángeles de Dios, y que fallaran en persuadirlo por la elocuencia de otro mundo; aquí entonces, algún poder más elevado debe interferir, o el hombre se pierde. Pero así como pone su pistola en su sién, el Espíritu de Dios, quien conoce perfectamente el estado de su mente, y entiende todas las razones que le llevaron a esa determinación desesperada, reúne un mundo de motivos, y los derrama en un fuego central en su alma que al instante se amedrenta, tira el arma de su mano temeraria, renuncia a su propósito de muerte, cae de rodillas, y le da la gloria a Dios. Ahora fue la fuerza el propósito voluntario del hombre de matarse solo lo que hizo necesaria la agencia del Espíritu en el asunto. ¿Se hubiera rendido a todos los motivos que se hubiesen presentado, y le debió haberlo sometido, ninguna interposición del Espíritu Santo hubiera sido necesaria. Pero fue la perversidad, y la obstinación de la desdicha que puso el solo fundamento para la interferencia de Dios. Ahora éste el caso del pecador. Puso su corazón enteramente para hacer mal, y si las oraciones y lágrimas de sus amigos, y de la iglesia de Dios--la advertencia de los ministros--la reprensión de la iglesia--los mandamientos, y reconvenciones, las lágrimas, lamentos, la muerte del hijo querido de Dios: si el ofrecimiento del cielo, la amenaza del infierno pudieran vencer su preferencia obstinada por el pecado, la agencia del Espíritu sería innecesaria. Pero porque ninguna persuasión humana, ningún motivo que el hombre o ángel pudieran convencerlo, causaría que volviera, por tanto, el Espíritu de Dios debe interponerse para sacudir su preferencia, y hacerlo volver del infierno. El grado de su dependencia en el Espíritu es justo el grado de su obstinación; si estuviese ligeramente inclinado a ir en pos del camino de muerte, los hombres podrían cambiarlo sin pedirle ayuda a Dios, pero sólo en proporción a la fuerza de su preferencia por el pecado es necesario que el Espíritu deba interponerse o se perderá. De modo que como verán, la dependencia del pecador en el Espíritu de Dios, en vez de ser su excusa, es lo que constituye su culpa.

4. De nuevo--Verán a partir de este tema la NATURALEZA de la agencia del Espíritu.

El que no actúe por contacto físico sobre la mente, sino que use la verdad como su espada para traspasar al pecador, y que los motivos presentados en el Evangelio son los instrumentos que usa para cambiar el corazón del pecador, algunos dudan eso, y suponen que es el equivalente a negar la agencia del Espíritu todo junto para sostener que convierte a pecadores por motivos. Otros han negado la posibilidad de cambiar de corazón por motivos. Pero ¿acaso no cambió la serpiente el corazón de Adán por motivos, y acaso no puede el Espíritu de Dios con motivos infinitamente más elevados ejercer como gran poder sobre la mente como pueda? ¿Acaso puede la serpiente antigua cambiar un corazón de perfectamente santo a perfectamente pecaminoso por el poder de motivos, y acaso no puede el Dios infinitamente sabio hacer tanto como hizo Satanás? Ciertamente, negar esto, se ve como retractarse de la sabiduría y poder de Dios, pero el que la escritura abundantemente declare que el Espíritu convierte pecadores por el poder de motivo es muy manifiesto--"De su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de la verdad", es una de las muchas declaraciones expresas sobre este tema. La filosofía de este tema es puesta por la Biblia; es un tema sobre el cual no tenemos la libertad de especular e incluso desde nuestras teorías filosóficas propias, y sostener que por contacto físico directo, sin consideración de la verdad, Dios interpone y cambia el corazón del pecador. Cuando Dios dice "de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de la verdad", esto responde la pregunta, y es equivalente a decir, que no nos ha concebido de ninguna otra manera.

Los mismos términos usados por nuestro Salvador en la promesa del Espíritu para reprender al mundo de pecado, de justicia y de un juicio venidero, fuertemente implican el modo de su agencia. El término que se traduce como Consolador en la Biblia es parakletos; es el mismo término que en una de las epístolas de Juan, se traduce como Abogado. El término es ahí aplicado a Jesucristo. "Si alguno hubiere pecado, abogado [parakletos] tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo". En este pasaje se habla de Jesucristo como el Abogado de los hombres con Dios. El Parakletos, o Consolador, prometido por nuestro Salvador, es representado como el Abogado de Dios, para convencer de su causa a los hombres. El término utilizado aquí reprender o convencer en nuestra traducción es un término legal, y significa el cierre de un argumento, y el establecer o demostrar la culpabilidad del pecador. Así los esfuerzos del Espíritu de Dios con los hombres no son un forcejeo físico sino un debate, una contienda, no de cuerpo a cuerpo, sino de mente a mente; y eso con acción y reacción de argumentación vehemente. Por estas observaciones, es fácil contestar la pregunta a veces puesta por individuos que parecen estar enteramente en la oscuridad sobre el tema, si en convertir el alma el Espíritu actúa directamente sobre la mente o la verdad. Éste es el mismo disparate como si preguntaran si el abogado terrenal que ha ganado su causa lo hizo al actuar directa y físicamente sobre el jurado o sobre su argumento.

5. De nuevo--es evidente por este tema que Dios nunca hace, en cambiar el corazón del pecador, lo que requiere que al pecador le corresponde.

Algunas personas, como ya he observado, parecen estar dispuestas a estar pasivas, a esperar por alguna influencia misteriosa, como un choque eléctrico, para cambiar sus propios corazones. Pero en esa actitud, y con esas posturas, puede que esperen hasta el día del juicio, y Dios nunca cumplirá los deberes por ellos. El hecho es, pecadores, que Dios les requiere que se vuelvan, y lo que requiere de ustedes, él no puede hacerlo por ustedes. Debe ser un acto propio voluntario. No es la obra apropiada de Dios hacer lo que les corresponde a ustedes. No esperen entonces para que él cumpla el deber de ustedes, sino háganlo inmediatamente, so pena de muerte eterna.

6. Este tema también muestra que si el pecador tiene un corazón nuevo, debe obedecer el mandamiento del texto y hacerlo él mismo.

Pero aquí algunos pueden interponer y decir, "¿acaso no es quitar la obra de las manos de Dios?" No. Es la única postura del tema que le da la gloria a Dios. Algunos en su celo para magnificar la gracia del Evangelio enteramente la derrocan. Sostienen la inhabilidad del pecador, y por consiguiente, eliminan la culpa del pecador. En vez de considerarlo culpable, un rebelde voluntario, y digno de la muerte eterna, lo hacen ver como una criatura indefensa y desafortunada, sin capacidad de hacer lo que Dios le requiere. En vez de hacer que consista su única dificultad en una indisponibilidad, insisten en la inhabilidad del pecador y así destruyen su culpa, y desde luego la gracia desplegada en su salvación. ¿Pues qué gracia puede haber en ayudar a un individuo desafortunado? Si los pecadores no tienen capacidad de obedecer a Dios, precisamente en proporción a su inhabilidad, están sin culpa. Pero si no están dispuestos, si su no puedo es no haré, hemos visto ya que su culpa es en proporción a la fuerza de su indisposición, y la gracia en su salvación debe ser equivalente a su culpa. No demerita la gloria de Dios que el acto de volverse sea el acto mismo del pecador. El hecho es, éste nunca lo hace, y nunca se volverá, a menos que Dios lo induzca a hacerlo, así que aunque es del pecador mismo, pero la gloria pertenece a Dios, en vista de que lo causó a que actuara. Si un hombre ha resuelto quitarse la vida, y ustedes, al tomarse muchas molestias y penas, deben insistirle que desista, ¿acaso no merecerían crédito por las influencias que ejercieron en el asunto? Aunque el cambiar su parecer y renunciar a su propósito suicida fueron actos propios de él, en vista de que eran ustedes la única causa de su retractación, y como tan cierto que si no hubiesen intervenido hubiera cometido un acto horroroso, ¿acaso ustedes no tienen derecho a tantos elogios como si la agencia del pecador no hubiera sido considerada en su volverse? ¿No podría decirse sinceramente que lo hicieron volver?

7. Pero de nuevo--La idea de que el Espíritu convierte a pecadores por la verdad es la única postura del tema que honra al Espíritu o la verdad de Dios

La obra de la conversión se habla en la Biblia como una obra de gran poder; hubo una vez que oí de un clérigo que expiaba sobre los grandes poderes de Dios en la conversión--aunque parecía verla como una alteración física de la constitución del hombre, como la implantación de un principio nuevo, o gusto--afirmar que era un mayor ejercicio de poder que aquello colgaba de los cielos. La razón por la que asignó para que su ser fuera un gran ejercicio de poder fue que en la creación del material del universo él no tenía ninguna oposición, sino en la conversión de un alma, tenía todos los poderes del infierno para oponérsele. Ahora esto es bastante extraño y ridículo. Como si la oposición del infierno pudiera poner cualquier obstáculo en el camino de la omnipotencia física. El poder que Dios ejerce en la conversión de un alma es poder moral; es el tipo de poder por el que un estadista influye en la mente de un senado; o por el que un abogado mueve y somete el corazón de un jurado; por el que David "inclinó el corazón de todos los varones de Judá, como el de un solo hombre". Ahora cuando consideramos el egoísmo hondamente enraizado en el pecador; sus hábitos atesorados de pecado; sus excusas múltiples y guarida de mentiras; es una exhibición sublime de sabiduría y poder moral el persuadirlo paso a paso con la verdad, cazarlo desde su guarida de mentiras, encerrarlo por la fuerza sola del argumento, someter su egoísmo y dedicarlo a él al servicio de Dios. Esto refleja una gloria y brillo sobre la verdad de Dios y la agencia del Espíritu Santo que de inmediato encanta y sorprende al espectador.

8. Pero de nuevo--La idea de que el Espíritu usa motivos para cambiar el corazón es la única postura que da consistencia, y significado al mandato frecuente e iterativo, el no resistir al Espíritu Santo--no porfiar con su Creador.

Pues si el Espíritu operó en la mente por contacto físico directo, es ridícula la idea de resistir eficazmente la omnipotencia física. El mismo pensamiento aplica a aquellos pasajes que nos previenen contra contristar y apagar el Espíritu.

9. De nuevo--Verán por este asunto que un pecador, bajo la influencia del Espíritu de Dios, es tan libre como un jurado bajo los argumentos de un abogado.

Aquí también pueden ver la importancia de las posturas correctas sobre este punto. Supóngase que un abogado, al dirigirse al jurado, no deba esperar cambiar el parecer de sus miembros por nada que pudiera decir, sino que debiera esperar por una agencia invisible y física para ser ejercido por el Espíritu Santo sobre ellos. Y supóngase, por otro lado, que el jurado pensaba que al dar el veredicto, debieran estar pasivos, y esperar una agencia física directa para ser ejercida sobre ellos. En vano pudiera el abogado argumentar, y en vano el jurado oír, pues él pondría sus argumentos como si estuviera determinado a inclinar sus corazones, y hasta hacerlos ponerse de acuerdo y decidir el asunto, y así actuar como seres racionales, tanto el argumento del abogado como el oír del jurado serían en vano. Así que si un ministro pasa al púlpito a predicar a los pecadores, creyendo que éstos no tienen poder para obedecer la verdad, y bajo la impresión que una influencia física directa debe ejercerse sobre ellos antes de que puedan creer, y si la audiencia está con la misma opinión, en vano predica él, y en vano escuchan ellos, porque "están aún en sus pecados"; se sientan y calladamente esperan a una mano invisible que baje del cielo, y realice una operación quirúrgica, infunde algún principio nuevo, o implante algún gusto constitucional; luego del cual suponen que podrán obedecer a Dios. Los ministros deben esforzarse con los pecadores, como un abogado con un jurado, y sobre los mismos principios de la filosofía mental; y el pecador debe sopesar sus argumentos y decidir sobre juramento por su vida, y dar un veredicto de inmediato de acuerdo con la ley y evidencia. Pero aquí quizá alguien pregunte, si la verdad, cuando es vista con todas sus aplicaciones y relaciones, es el instrumento de convertir al pecador, ¿por qué no es convertido en el infierno, donde se supone que toda la verdad brotará sobre su mente con toda su realidad abrasante? En respuesta, observo que el motivo que prevalece para hacer volver al rebelde convicto a Dios, en el infierno será de carencia. Cuando el pecador se llena de convicción y está listo para entrar en desesperación, y listo para huir y esconderse de la presencia de su Creador, la oferta de reconciliación es puesta ante él, que, junto con los otros motivos que están pesando, como una montaña sobre su mente, dulcemente lo constriñe para someterse a Dios. Pero en el infierno la oferta de reconciliación será de carencia; el pecador estará en desesperación; y mientras esté así, será la imposibilidad moral de volver su corazón a Dios. Que el hombre en su vida arruine completamente su destino como para no tener ninguna esperanza de recuperarla; en ese estado de desesperación absoluta, ningún motivo podrá alcanzarlo para hacerle aplicar un esfuerzo; no tiene motivo suficiente para intentarlo; de modo que si su reputación se ha ido por completo, que no tiene esperanza de recuperarla, en ese estado de desesperación, no hay posibilidad de reclamarlo; ningún motivo puede alcanzarlo y aplicar un esfuerzo para rescatar su carácter porque está sin esperanza. De modo que en el infierno, el pobre pecador moribundo estará encerrado en desesperación; su carácter se irá; su destino para la eternidad estará perdido; no hay oferta, ni esperanza de reconciliación, el castigo lo conducirá cada vez más lejos de Dios por siempre.

10. Pero, dice el objetante, si las aprehensiones correctas de la verdad presentadas por el Espíritu de Dios convierten a un pecador, ¿no se deduce que su ignorancia es la causa de pecado?

Respondo, ¡no! Si Adán hubiera guardado firmemente la verdad que sabía en su mente, sin duda hubiera resistido la tentación, pero falló desde luego cuando sufrió su mente al ser desviada de las razones de la obediencia por los motivos para la desobediencia. Cuando hubo caído, y el egoísmo se había vuelto predominante, fue adverso para saber y sopesar las razones de volverse de nuevo a Dios; y si alguna vez se volvió, el Espíritu de Dios debió haberle apremiado el asunto. Así con cada pecador: primero peca contra el conocimiento que tiene al pasar por alto los motivos de la obediencia, y someterse a los motivos de la desobediencia, y cuando ha adoptado el principio egoísta, su ignorancia se vuelve voluntariosa y pecaminosa, y a menos que el Espíritu de Dios lo induzca, no verá. Conoce la verdad a una extensión suficiente para dejarlo sin excusa, pero no la considerará y no dejará que haga efecto en él.

Pero el objetante puede aún preguntar, ¿acaso no es verdad, después de todo, si un conocimiento pleno y suficientemente impresionante de la verdad es todo lo necesario para someter al pecador, que sólo necesita saber la verdad del verdadero carácter de Dios para amarlo, y que su enemistad contra Dios surge de sus nociones falsas de él? ¿Acaso no es un carácter falso de Dios, y no el verdadero carácter, que él odia? Respondo, ¡no!-- Es el verdadero carácter de Dios que él odia. Odia a Dios por lo que es, y no por lo que no es. El carácter del pecador es egoísmo: el carácter de Dios es benevolencia. Éstos son opuestos eternos. El pecador odia a Dios porque es opuesto a su egoísmo. Mientras el hombre permanezca siendo egoísta, es absurdo decir que está reconciliado con el verdadero carácter de Dios. Pero ¿no es su ignorancia la causa de su egoísmo? ¡No! Sabe que es mejor que ser egoísta. Es cierto que no considera, ni considerará la irracionalidad del egoísmo, si no es obligado por el Espíritu Santo. La obra del Espíritu Santo no consiste meramente en dar instrucción, sino en forzarlo a considerar verdades que ya sabe--pensar en sus caminos y volverse al Señor. Urge a su atención y consideración aquellos motivos que odia para considerar y sentir el peso. Es probable, si no seguro, que si hubieran estado todos los motivos para obediencia ampliamente ante la mente de Adán u otro pecador, y si la mente los hubiera considerado debidamente a tiempo, no hubiera pecado, pero el hecho es, los pecadores no ponen la verdad que saben ante su mente sino desvían la atención y se precipitan hacia el infierno.

Contestaría todavía alguno que aunque sea cierto que la falta de consideración voluntariosa y el desvío de atención del pecador pone el único cimiento para la necesidad de las influencias del Espíritu, pero, ¿acaso no le corresponde al Espíritu remover esta ignorancia ocasionada por el rechazo voluntarioso del pecador a la luz? ¿Qué hace la consideración sino llevar al pecador al conocimiento más justo de él mismo, de Dios, y de su deber, y de ese modo, por fuerza de la verdad, constreñirlo para rendirse? Si por ignorancia significa un rechazo voluntario y perverso de la luz y del conocimiento, supongo que es este estado de la mente el cual no es meramente la causa de su pecado, sino es su pecado en sí mismo. El Apóstol ve el asunto en esta luz: al hablar de pecadores, dice, "teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón".

Ciertamente la verdad es apremiante en la consideración del pecador que lo induce a volverse. Pero no es cierto que sea ignorante de estas verdades antes de que las considere. Sabe que debe morir--que es un pecador--que Dios está bien y él mal--que hay un cielo y un infierno--pero, como dice el profeta, "ellos no ven"--y de nuevo, "mi pueblo no [considera] tiene entendimiento". No es principalmente entonces instruir, sino guiar al pecador a pensar sobre sus caminos, que el Espíritu emplea su agencia.

Ya he mostrado por qué no será convertido cuando la verdad es forzada en él en el infierno.

11. Pero algunos pueden decir, ¿acaso no es la exhibición del tema inconsistente con ese misterio del cual Cristo habla, cuando dice, "el viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu"?

El objetante dice, "he estado en el hábito de considerar el tema de un corazón nuevo, como misterioso, pero usted lo pone muy sencillo. ¿Cómo es esto? ¿Acaso no Cristo, en el texto citado, lo representa como misterioso?" En respuesta a esto, pregunto, ¿dónde Cristo, en ese texto, representa como misterio un nuevo nacimiento? No consiste en los efectos que el Espíritu produce, pues los efectos son asuntos de la experiencia y observación. No consiste en el instrumento utilizado, pues esto es con frecuencia revelado en la Biblia, sino que el misterio yace en la manera de comunicación del Espíritu con la mente. ¿Cómo espíritus incorpóreos se comunican unos con otros?, no podemos decir--o ¿cómo un espíritu incorpóreo puede comunicarse con quien se pone un cuerpo?, no sabemos. Sabemos que nos comunicamos unos con otros a través del medio de los sentidos corporales. La manera particular en la que el Espíritu de Dios realiza sus debates y esfuerzos con la mente, es lo que, en esta vida, quizá nunca sabremos. Ni es importante que debamos saberlo. Cada cristiano sabe que en alguna forma la verdad fue mantenida ante su mente, y hecha para llevarlo y presionarlo, y cercarlo, hasta que fuera constreñido para someterse. Hay asuntos de la experiencia, pero la manera particular que el Espíritu Santo hace eso es tan misterioso como millones de otros hechos, que diariamente presenciamos, pero que no podemos explicar.

12. Pero aquí quizá pueda surgir otra objeción--Si el pecador tiene la capacidad de convertirse a sí mismo, ¿por qué necesita el Espíritu de Dios?

Supongan un hombre que les debe a ustedes cien dólares, con solvencia abundante, pero totalmente indispuesto a pagarles; obtienen una orden judicial, al levantar una demanda contra él, para presionarlo con un motivo que lo compelerá a ser honesto y pagar sus deudas. Ahora supongan que él diga, "tengo perfectamente la capacidad de pagar estos cien dólares", ¿qué uso entonces tendrá la orden, el comisario y la demanda? Del mismo modo con el pecador--puede cumplir su deber, pero no está dispuesto, por consiguiente, el Espíritu de Dios lo orilla con motivos para hacerlo estar dispuesto.

13. De nuevo--Ven que los pecadores no deben contentarse con orar por un corazón nuevo.

Ha sido común por quienes creen que los pecadores pueden cambiar su propio corazón, cuando ellos han preguntado lo que deben hacer para ser salvos, para sustituir otro requerimiento por aquél contenido en el texto, y en vez de ordenarles que hagan un corazón nuevo, les dicen que oren a Dios para que cambie su corazón. Han usado un lenguaje como el siguiente: "Debes recordar que estás dependiendo de Dios para un corazón nuevo. No intentes hacer nada con tus propias fuerzas--pon atención a la Biblia, usa los medios de la gracia, clama a Dios para que cambie tu corazón, y espera pacientemente la contestación". Hace unos años, un abogado, bajo una convicción profunda de pecado, vino a mi cuarto para preguntar qué debía hacer para ser salvo. Me informó que cuando estuvo en la universidad, junto con otros, se sintieron profundamente ansiosos por sus almas, que esperaron y esperaron al presidente, y preguntaron qué debían hacer. Sus instrucciones fueron, en sustancia, que leyeran sus Biblias y usaran los medios para su salvación. Al preguntarle cómo terminó todo el asunto, contestó que resultó como el presidente les dijo que terminaría; pronto dejaron de leer sus Biblias, y de usar los medios. Me dijo que las instrucciones del presidente aliviaron su mente, y que mientras más oraba y usaba los medios menos congoja sentía, que pensó que estaba cumpliendo con su deber, y de una manera esperanzadora, mientras más leía su Biblia y oraba, más aceptable se creía ante Dios, y más probable era su conversión. Mientras con más diligencia usaba los medios, más complaciente de sí mismo y contento se volvió--y así oró y esperó a Dios para que cambiara su corazón hasta que sus convicciones se desgastaron completamente, e irrumpiendo con dolor añadió, "así resultó con todos nosotros. Los otros dos son borrachos empedernidos, y yo casi me tiro a la bebida. Ahora si hay alguna esperanza en mi caso, dígame ¿qué debo hacer para ser salvo?" Al decirle que se arrepintiera e instara al cumplimiento inmediato del deber, se rindió inmediatamente a Dios. Ahora bien, el resultado de las direcciones dadas por el presidente era estrictamente filosófico. El consejo fue tal como para solamente agradar al diablo. Respondería a su propósito infinitamente mejor que haberle dicho que abandonara todos los pensamientos de religión de una vez, pues esto les hubiera causado un choque y asustado, y ansiosos como estaban, se hubieran vuelto con aborrecimiento por tal consejo; pero ponerse en este método santurrón de orar y esperar a Dios para hacer lo que él requiere de ellos era algo suavizante para sus conciencias; sustituir otro requerimiento en lugar de otro mandamiento de Dios, nutrir su espíritu de tardanza, confirmarlos en una actitud santurrona, uno de dos resultados debieron haber esperado--ya sea que abrazaran una esperanza falsa, o ninguna esperanza en absoluto, pues era perfectamente natural y razonable, si el deber era orar y usar los medios, y esperar en Dios, para que ellos supusieran que, como estaban haciendo lo que Dios les requería, estaban creciendo mejor, que mientras más diligentes eran en sus intentos impenitentes, con más seguridad podían confiar en que Dios los convertiría. Por tanto, desde luego, mientras más procedían de esta forma, menos conocimiento tendrían de ellos mismos, su peligro, y sus merecimientos, y más seguramente, se afligirían para alejar el Espíritu de Dios.

¡Pecador!, en vez de esperar y orar a Dios para cambiar tu corazón, debes de inmediato juntar todos tus poderes, esforzarte, y cambiar la preferencia gobernante de tu mente. Pero aquí alguien puede preguntar, "¿acaso la mente carnal, la cual es enemistad contra Dios, puede cambiarse a sí misma? Ya he dicho que este texto en el original se lee "los designios de la carne son enemistad contra Dios". Este ir tras la carne, entonces, es una elección o preferencia por gratificarla. Ahora es ciertamente absurdo decir que una elección pueda cambiarse a sí misma, pero no es absurdo decir, que el agente que ejercita esta elección, pueda cambiarla. El pecador que va tras la carne puede cambiar su parecer e ir en pos de Dios.

14. Por este tema es claro que la obligación del pecador para hacerse él mismo un corazón nuevo es infinita.

¡Pecador!, tus obligaciones para amar a Dios son iguales a la excelencia de su carácter, y tu culpa para no obedecerlo es desde luego igual a tu obligación. No puedes por tanto por una hora, o un momento, deferir obediencia al mandamiento en el texto, sin merecer condenación eterna.

15. Como ven, es de lo más razonable esperar que los pecadores, si se convierten, se conviertan bajo la voz de un predicador en vida, o mientras la verdad se sostenga en todo su esplendor ante la mente.

En la iglesia ha prevalecido una idea, que los pecadores deben tener una temporada de convicción extensa, y que esas conversiones que fueron repentinas eran de un carácter sospechoso. Pero ciertamente esta persuasión no procede de Dios. En ningún lado en la Biblia leemos casos de convicciones extensas. Pedro no tuvo miedo en el Día de Pentecostés de quienes lo escuchaban no tuvieran la convicción suficiente. No les dijo que oraran y trabajaran por un sentido más impresionante de su culpa, y esperaran al Espíritu Santo para que cambiara sus corazones, sino que los urgió a que volvieran a su deber de inmediato. Si los hubiera hecho sufrir para escapar, evadir su voz mientras aún en sus pecados, es probable que cientos, si no es que miles de ellos, no hubieran sido convertidos. Es tan razonable y filosófico esperar al pecador que vuelva, si lo hace, mientras escucha los argumentos del predicador en vida, como es de esperar que el miembro del jurado sea convencido, y se ponga de acuerdo bajo los argumentos del abogado, quien espera, si estos miembros del jurado van a ser convencidos, que sea así, mientras él se esté dirigiendo a ellos. No actúa sobre la suposición absurda que es muy probable que sean convencidos y den su veredicto a su favor cuando se retiren, y calmadamente consideren el asunto. El objetivo del abogado es tan exhaustivo para convencer, tan completo para imbuir sus mentes con el asunto, como para obtener de su intelecto, conciencia y corazón para que tomen una posición en el asunto. Esto es sabio, y ciertamente, en este respecto, "los hijos de este siglo son más sagaces en el trato con sus semejantes que los hijos de luz". Y ahora, pecador, si te vas sin decidir, y cambiar tu corazón, es muy probable que tu mente sea desviada--olvidarás muchas cosas que has oído--muchos de los motivos y consideraciones que ahora te presionan pueden ser abstraídos de tu mente--perderás de vista claramente el asunto que ahora tienes--puede lastimar el Espíritu, deferir el arrepentimiento y empujar tus pasos intactos hacia las puertas del infierno.

16. Ven la importancia de presentar esas verdades, y en tales conexiones y relaciones, como se calculan para inducir al pecador a cambiar su corazón.

Unos pocos sentimientos maliciosos más han sido introducidos de que no hay ninguna conexión filosófica entre medios y fin en la conversación de los pecadores, que no hay ninguna adaptación natural en los motivos del Evangelio para aniquilar el egoísmo del pecador, y llevarlo a rendirse a Dios. Esta idea es una parte del esquema de depravación física. Considera la regeneración como un cambio en la sustancia de la mente; como efectuada por una agencia física del Espíritu de Dios, sin consideración de la verdad. Si esto fuera una postura correcta de la regeneración, sería claro que no podría haber conexión entre medios y fin, pues si la obra es una creación física, ejecutada por el poder físico y directo del Espíritu Santo, entonces ciertamente no es efectuada por ningún medio. Pero hasta donde es cierto, que ningún pecador hubo o se vaya ya a convertir, más que por medios adaptados sabiamente y filosóficamente a ese fin.

El Espíritu selecciona tales consideraciones, y en tales momentos y bajo circunstancias, como son naturalmente calculados para desarmar y desconcertar al pecador, despojarlo de sus excusas, responder a sus trivialidades, humillar su orgullo, y romper su corazón. El predicador, por tanto, debe conocer la guarida de sus mentiras, y en tanto sea posible, tomar en consideración toda su historia, incluyendo su modo de pensar y estados de la mente presentes, debe sabiamente escoger un tema; tan hábilmente arreglado, y tan simple y poderosamente presentado, como para atraer toda la atención del pecador, y entonces éste sea llevado a que se rinda de inmediato. La persona que trate con almas debe estudiar muy bien las leyes de la mente, y cuidadosamente, y con oración, adaptar el asunto y modo al estado y circunstancias, maneras de ver y sentimientos, en los que se pueda encontrar el pecador en ese momento. Debe presentar ese tema en particular, en esa conexión y modo que tenga la mayor tendencia natural para someter al rebelde de inmediato. Si los hombres actuaran tan sabia como tan filosóficamente para intentar hacer cristianos a los hombres, como lo hacen al intentar inclinar la mente hacia otros temas, si adaptan su tema al estado de la mente, conforman "la acción con la palabra y la palabra con la acción", e insisten a su sujeto con mucho discurso, calidez, y perseverancia, como hacen los abogados y estadistas en sus discursos; el resultado sería la conversión de cientos de miles, y los convertidos serían añadidos al Señor como las gotas del rocío de la mañana. Si toda la iglesia y todo el ministerio fueran directos al punto, si tuvieran las posturas correctas, si fueran imbuidos con el espíritu correcto, e irían andando y llorando, llevando la preciosa semilla, pronto levantarían la cosecha de todo el mundo con regocijo, y regresarían trayendo sus gavillas.

La importancia de correctamente entender que Dios convierte almas por motivos es inconcebiblemente grandiosa. Aquellos que no reconocen esta verdad en su práctica por lo menos es probable que obstaculicen en vez de que ayuden al Espíritu en esta obra. Algunos han negado esta verdad en teoría, pero felizmente la han admitido en la práctica. Han orado, predicado y hablado como si esperaran al Espíritu Santo para convertir a los pecadores por la verdad. En tales casos, pese a su teoría, su práctica fue bendecida y perteneció a Dios. Pero una falta de atención a esta verdad en la práctica ha sido la fuente de mucho error ruin en la administración de los avivamientos, y en el trato con almas ansiosas. Mucho de la predicación, conversación y exhortación ha sido irrelevante, perplejo y místico. No se han tomado las molestias suficientes para evitar una desviación de la atención pública e individual. Los pecadores han estado por mucho tiempo bajo convicción, porque sus guías espirituales han retenido estas verdades particulares que a su tiempo sobre las demás necesitaban saber. Se les ha dejado perplejos y aturdidos por doctrinas abstractas, sutilezas metafísicas, exhibiciones absurdas de la soberanía de Dios, inhabilidad, regeneración física, y la depravación constitucional, hasta estar la mente agonizada, desanimada y molesta por la contradicción desde el púlpito, y lo absurdo en la conversación, descartaron el asunto por ser incomprensible, pospusieron el cumplimiento del deber por ser imposible.

17. Por este tema pueden ver la importancia de forzar cada argumento y cada consideración que pueda tener algún peso.

Y ahora, pecador, mientras el asunto está frente a ti, ¿te rendirás? Alejarte de estar bajo los motivos del Evangelio, al despreciar la iglesia, tu Biblia, será fatal para tu alma. Y sin importarte cuando asistas, u oigas con atención, y rehúses decidir y someterte, será igual de fatal. Y ahora, "os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional". Que la verdad tome tu conciencia--que arrojes tus armas rebeldes--dejes tu guarida de mentiras--fijes tu mente firmemente en el mundo de consideraciones que debes instantáneamente decidir para acercarte con la ofrenda de reconciliación mientras está puesta ante ti. Otra demora más y será muy tarde. El Espíritu de Dios puede alejarse de ti--la oferta de vida ya quizá no podrá ser más, y esta oferta menospreciada más de misericordia puede cerrar tu contabilidad, y envolverte en los horrores de la muerte eterna. Escucha, entonces, te ruego, obedece al Señor--"haceos un corazón nuevo y un espíritu nuevo".

 

 

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