The GOSPEL TRUTH

LAS MEMORIAS DE CARLOS FINNEY

1868

CAPITULO 16

AVIVAMIENTO EN TROY

Temprano en el otoño de 1826 acepté la invitación del reverendo Beman y de su audiencia para laborar con ellos en Troy, en procura de un avivamiento en la región. En este lugar permanecí durante el otoño y el invierno y se produjo un avivamiento poderoso. Ya he mencionado que el doctor Beecher había enviado al señor Nettleton a Albany, según tengo entendido, para levantar una oposición en contra de los avivamientos que se habían estado produciendo en el centro de Nueva York. Aunque nunca había visto al señor Nettleton, tenía en él mucha confianza. Tenía muchos deseos de verlo, tantos que incluso había soñado con frecuencia que le visitaba y obtenía de él información acerca de los mejores medios para promover un avivamiento. Mis deseos de encontrarme con él eran verdaderamente enormes, deseba poderme sentarme a sus pies, tal como lo hace un apóstol, pues había escuchado mucho acerca de su éxito en la promoción de avivamientos. En ese entonces mi confianza en él era tanta, que bien habría dejado que aquel hombre me guiara como le pareciera. Poco después de mi arribo a Troy fui a verle a Albany.

El señor Nettleton era huésped de una familia a la que yo conocía. Pasé parte de una tarde con él y conversamos acerca de sus perspectivas doctrinales en algunos temas, especialmente en los sostenidos por las iglesias alemana y presbiteriana con respecto a la depravación moral como voluntaria o involuntaria. Hablamos también de otros asuntos semejantes. Descubrí que, en lo discutido, estaba completamente de acuerdo conmigo en todos los puntos teológicos que llegamos a plantear. De hecho, ni el doctor Beecher ni el señor Nettleton tenían quejas con respecto a nuestra enseñanza durante los avivamientos. No se habían quejado en lo absoluto de que no estuviésemos enseñando lo que ellos consideraban el verdadero evangelio. De lo que ellos se quejaban era de algo que suponían como tremendamente objetable en cuanto a las medidas que utilizábamos. Nuestra conversación en cada punto tratado fue breve. Observé que Nettleton evitaba el tema de la promoción de los avivamientos. Cuando le dije que tenía la intención de permanecer en Albany para escucharle predicar aquella tarde, se mostró intranquilo y enfatizó que no debía de ser visto conmigo. Con todo esto el Juez Chushman, quien me había acompañado desde Troy y que había ido al colegio con el señor Nettleton, y yo fuimos a la reunión y nos sentamos en la galería. Desde allí vi lo suficiente como para convencerme de que no debía esperar de parte del señor Nettleton consejo o instrucción alguna y que había llegado al lugar para levantar oposición en mi contra. Descubrí pronto que no me había equivocado.

Después de escribir el último párrafo, mi atención se desvió a una porción de la biografía del señor Nettleton en la que se afirma que trató en vano de cambiar mis perspectivas y mis prácticas en la promoción de los avivamientos de la religión. No creo que el señor Nettleton haya autorizado tal declaración, pues jamás hizo cosa semejante. Como ya he dicho, en ese tiempo le hubiera sido posible moldearme a su discreción mas sin embargo, jamás dijo una palabra acerca de mi forma de conducir los avivamientos, y tampoco me escribió del tema. Me tuvo al alcance de su mano--como ya he dicho, conversamos acerca de temas teológicos que en aquel entonces eran muy discutidos, y fue notorio que no estaba dispuesto a decir nada con respecto a los avivamientos y que no me permitiría acompañarle a la reunión. Esta fue la única vez que le vi, hasta que volví a encontrarme con él en la convención de New Lebanon. En ningún momento el señor Nettleton trató de corregir mis perspectivas en relación al avivamiento. Después de que escuché más acerca de sus perspectivas y de sus prácticas en la promoción de los avivamientos, me sentí agradecido de que jamás hubiera llegado a influir en mí en cuanto al tema.

Como Troy estaba a muy poca distancia de Albany, pronto empezamos a sentir la influencia de las cartas del doctor Beecher en algunos de los miembros líderes de la iglesia del doctor Beman. Esta oposición aumentó, y fue sin duda fomentada por influencias externas, hasta que sus integrantes se determinaron a quejarse del doctor Beman y a llevar su caso al presbiterio. Esto hicieron, y por varias semanas el presbiterio se sentó a examinar los cargos en su contra. Mientras tanto, yo continuaba con mis labores en el avivamiento. Los cristianos continuaron orando con poder a Dios y yo continué predicando y orando sin cesar y el avivamiento continuó con poder ascendente. Mientras esto transcurría el doctor Beman se vio en la necesidad de concentrar su atención casi por completo en su caso, el cual estaba bajo escrutinio del presbiterio. Cuando el presbiterio hubo examinado los cargos y las especificaciones, me parece que en casi o total unanimidad, descartaron todo el tema, y justificaron el curso tomado por el doctor Beman. Me parece que los cargos y las especificaciones no eran por herejía, sino por cosas conjuradas por los enemigos del avivamiento y por aquellos que habían sido confundidos por una influencia externa.

En medio de este avivamiento la salud de mi esposa requirió que dejara Troy para visitarla en Whitesboro, en el condado de Oneida. En mi ausencia, el doctor Beman invitó al reverendo Horatio Foote a predicar. Desconozco cuántas veces predicó, pero sí recuerdo que causó gran ofensa en los miembros de la iglesia que ya estaban descontentos. Según se me informó, les abordó con la serie más pesquisidora de discursos. Al final, algunos pocos de estos miembros tomaron la decisión de retirarse de la iglesia y formaron otra congregación; esto fue algo que hicieron, sin embargo, después de mi partida de Troy, no recuerdo cuanto tiempo después. Los esfuerzos hechos para tratar de derribar al doctor Beman resultaron en un completo fracaso, y llevaron a aquel movimiento exterior de oposición al avivamiento a un gran desconcierto.

Hubo muchos incidentes interesantes durante este avivamiento que dejaré sin mencionar, para evitar demasiada severidad para con los opositores de la obra. Sin embargo, para ofrecer un pequeño vistazo de la naturaleza de la oposición--lo cual me es necesario hacer para garantizar la veracidad de la historia--debo señalar que entre las cosas que se hicieron, se descubrió que uno de los líderes de la oposición en Nueva Inglaterra llegó a Troy y atendió a la reunión de oración de los nuevos convertidos, allí tomó notas de sus expresiones, y de cualquier otra cosa que encontró en la reunión. Este hombre no se dejó ver entre los simpatizantes del avivamiento ni asistió a ninguna otra de las reuniones, según supe, sino que solo se presentó de esta forma sigilosa. Evidentemente se trataba de un espía que había sido enviado o que había llegado con sus propios motivos, para espiar la tierra. Con todo esto, hasta lo que sé, no consiguió hallar nada semejante a lo que se había estado publicando, y tampoco creo que haya visto nada objetable en esas reuniones y en ninguna otra de nuestras asambleas que fuera digna de publicarse para la injuria del avivamiento. Este hombre era un hermano del ministerio, quien había laborado considerablemente con el hermano Nettleton. Ni yo ni el pastor tuvimos oportunidad de verle. Manifiestamente este hermano no llegó en calidad de amigo. A pesar de estas cosas no pretendo descubrir muchas más que causaron gran pesar en el pueblo de Dios y en Espíritu Santo.

En este avivamiento se presencio un fervoroso Espíritu de oración, al igual que en los demás avivamientos que le precedieron. Sostuvimos una reunión de oración de casa en casa diariamente a las once en punto. Recuerdo que en una de estas reuniones estuvo presente un señor de apellido Stowe, quien era cajero de un banco de la ciudad, y que este hombre estaba tan presionado por el Espíritu de oración, que cuando terminó la reunión no le era posible levantarse de sus rodillas. Permaneció arrodillado gimiendo y retorciéndose en agonía y decía: "por favor, ore por…" dando el nombre de quien era el presidente del banco en el cual trabajaba. Este presidente era un hombre rico, pero inconverso. Cuando se vio que el alma del señor Stowe estaba en gran angustia por causa de aquel hombre, la gente de oración se arrodilló y juntos lucharon en oración por su conversión. Tan pronto la mente del cajero quedó aliviada de tal modo que pudo marcharse a casa, todos nos retiramos; poco después de esto el presidente del banco por quien habíamos orado manifestó esperanza en Cristo. Me parece que antes de aquella oración el hombre no había asistido a ninguna de nuestras reuniones, y tampoco se conocía que tuviera interés en la salvación de su alma. Sin embargo, la oración prevaleció y pronto Dios se hizo cargo de su causa.

El padre del juez Cushman, quien estaba conmigo en Troy, se encontraba en aquel entonces viviendo con su hijo, de quien yo era huésped. Aquel anciano caballero había sido juez en Vermont y era un hombre muy correcto en su vida externa. Era un hombre venerable, cuya casa en Vermont había servido de hogar para los ministros que visitaban el lugar, y que a todas luces estaba satisfecho con la vida amigable y de auto justicia que había llevado. Su esposa me había comentado acerca de la gran ansiedad en la que se encontraba por la conversión de su marido, y su hijo, J.P. Cushman, me había reiterado su temor de que esa auto justicia de su padre se convirtiera en un obstáculo insuperable y que su amabilidad natural terminara arruinando su alma. En la mañana de un Sabbat el Espíritu Santo abrió el caso de este anciano juez claramente en mi entendimiento y me mostró cómo alcanzarlo. En breves momentos todo el asunto le fue mostrado a mi mente. Bajé las escaleras y le dije a la anciana dama y a su hijo J.P. lo que estaba por hacer y les exhorté a orar con fervor por el juez. Seguí la instrucción divina y tuve la seguridad de que la Palabra había tenido un efecto tan poderoso, pues el hombre permaneció despierto toda la noche y en la mañana se de dejó ver demacrado, pálido y enfermo. Su esposa me informó que había pasado la noche en angustia--pues su auto justicia había quedado del todo aniquilada--y que estaba al borde de la desesperación. Su hijo me dijo que por mucho tiempo se había sentido orgulloso de ser mejor que los miembros de la iglesia. Muchas conversiones semejantes ocurrieron. Antes de mi partida de Troy una joven dama se apellido Seward, de New Lebanon, en el condado de Columbia, que era la hija única de uno de los diáconos o ancianos de la iglesia de New Lebanon, llegó al pueblo, según tengo entendido, para comprar un traje para un baile al que deseaba asistir. Esta señorita tenía una parienta, otra joven dama como ella, que era parte de los nuevos convertidos y una celosa cristiana. Esta joven invitó a la señorita Seward a asistir con ella a todas las reuniones, lo que despertó enemistad en su corazón. Se mostraba incómoda, pero su prima le rogaba cada día que se quedara y asistiera a las reuniones, hasta antes de dejar el pueblo cuando se mostró completamente convertida a Cristo.

Tan pronto sus ojos fueron abiertos e hizo las pases con Dios, se fue inmediatamente de regreso a casa y empezó a trabajar allí en procura de un avivamiento en ese lugar. La religión en New Lebanon estaba en aquel entonces en muy mal estado. Casi todos los jóvenes del lugar eran inconversos, y los viejos miembros de la iglesia se encontraban en un estado de frialdad e ineficiencia. El padre de la señorita Seward se había hecho un hombre muy formal, y durante mucho tiempo los asuntos religiosos habían sido grandemente descuidados en el lugar. Tenían un anciano ministro, un hombre bueno, según confío, pero que sin embargo no sabía cómo llevar a efecto el avivamiento de la obra.

La señorita Seward empezó primero en su casa y procuró que su padre abandonara sus "vieja oración", como ella le llamaba, y despertara para involucrarse en la religión. Siendo ella una gran favorita en la familia, y especialmente para su padre, su conversión y conversación afectó a aquel hombre en gran manera. El señor Seward despertó pronto y se transformó por completo en otro hombre, y sintió en lo profundo que era necesario tener un avivamiento de la religión en el lugar. Sarah, este era el nombre de la hija en cuestión, fue también a la casa de su pastor, y procuró a su hija, quien estaba en sus pecados. Esta otra dama se convirtió pronto y ambas se unieron en oración por un avivamiento de la religión. Empezaron también a trabajar de casa en casa, buscando despertar a la gente. En el transcurso de una semana o dos el interés en la gente se había elevado tanto que Sarah en persona regresó a Troy y me rogó que fuera a su pueblo a predicar. Ella había sido enviada por su pastor y los miembros de su iglesia a hacerme tal solicitud. Fui a New Lebanon y prediqué. El espíritu del Señor se derramó y pronto el avivamiento empezó a avanzar con gran poder. Cada día se reportaban incidentes muy interesantes, las conversiones poderosas se multiplicaron y un gran y bendito cambio en el aspecto religioso se produjo en aquel lugar, en donde los habitantes más cultivados e influyentes se convirtieron. En New Lebanon estábamos fuera de la región que había sido contaminada por la oposición provocada por el doctor Beecher y por el señor Nettleton; y en consecuencia encontramos poca oposición en el lugar durante este avivamiento. La oposición fue especialmente sostenida por profesores de religión. Hasta donde sé, todo parecía avanzar con harmonía en la iglesia. Pronto sus miembros empezaron a sentir que estaban en profunda necesidad de un avivamiento y se veían muy agradecidos de que Dios les hubiera visitado. La mayoría de los hombres prominentes del lugar se convirtieron.

Entre estos hombres prominentes se encontraba un doctor de apellido Wright, de quien se decía era un incrédulo. Desde luego supuse que los comentarios eran ciertos. Este era un hombre muy respetado en su profesión y muy dotado en la conversación. En primera instancia manifestó gran hostilidad para con el avivamiento y declaró que la gente había perdido la cabeza. Sin embargo, la señorita Seward y otros hermanos hicieron de él el sujeto particular de sus oraciones. Ellos tenían mucha fe de que a pesar de su fiera oposición, el doctor pronto llegaría a convertirse.

Un domingo por la mañana este doctor Wright asistió a la reunión. Noté que aquellos que estaban cargados por su alma estaban de rodillas, con las cabezas hacia abajo y orando durante todo el sermón. Antes del anochecer fue evidente que la oposición del señor Wright había empezado a ceder. El doctor escuchó el evangelio durante el día, y pasó la noche en profundo ejercicio mental. A la mañana siguiente fue a verme, sometido cual niño pequeño, confesó que había estado equivocado; además abrió su corazón con mucha franqueza y declaró el cambió que había sucedido en él. Fue claro que se había convertido en otro hombre. Desde aquel día tomó acción en la obra y continuó progresando con toda su fuerza.

Había también en el lugar un señor de apellido Tilden que era mercader y probablemente el ciudadano más prominente y rico de aquel entonces, pero escéptico. Recuerdo que una noche prediqué acerca del tema: "La mente carnal es enemiga de Dios" cuando él estaba presente. Este señor Tilden había sido un hombre muy moral, dentro del uso común del término, y resultaba muy difícil imprimir algo en su mente que lograra convencerle de pecado. Su esposa era una mujer cristiana y su hija había sido también convertida por el Señor. El estado de las cosas en el pueblo le había interesado tanto a Tilden que asistía a nuestras reuniones para escuchar lo que allí se decía. Al día siguiente de esta predicación acerca de la depravación moral, confesó que estaba bajo convicción. Me dijo que el tema había llegado a su mente con poder irresistible y que podía ver que todo era verdad. También me aseguró que su mente estaba resuelta a servir al Señor por el resto de su vida. Recuerdo también que el reverendo John T. Avery, un connotado evangelista que ha laborado en muchos lugares y durante muchos años, estuvo presente en esa misma reunión. Su familia vivía en New Lebanon y él había nacido y se había criado en el lugar, para el tiempo de mi relato era un muchacho de unos quince o dieciséis años. Al día siguiente del sermón se me presentó como uno de los más queridos pequeños convertidos que jamás he visto. Empezó diciéndome lo que había estado pasando por su mente durante varios días y luego añadió: "El sermón me envolvió por completo y me fue guiando. Pude comprenderlo y me rendí. Me entregué por completo a Cristo". Esto lo dijo en una forma imposible olvidar. ¿Para qué continuar narrando casos? Si lo hago estaré horas narrando incidentes y las conversiones de individuos particulares. No debo ahondar en los particulares, si así lo hago esta narrativa aumentará en proporciones excesivas.

Debo, sin embargo, narrar un pequeño incidente que de algún modo tuvo conexión con la oposición que se manifestó en Troy. El presbiterio de Columbia se reunió en algún lugar dentro de sus límites mientras me encontraba laborando en New Lebanon. Al haber sido informados acerca de que me encontraba trabajado en una de sus iglesias, fijaron un comité para visitar el lugar e indagar acerca del estado de las cosas, pues por causa de Troy, de otros lugares, la oposición del señor Nettleton y las cartas del doctor Beecher, habían sido llevados a creer que mi método usado en la conducción de los avivamientos era tan objetable, que era el deber del presbiterio indagar acerca de él. Señalaron a dos o tres, según conocí posteriormente, para que visitaran el lugar. Supe después--aunque no recuerdo haber escuchado acerca del asunto en aquel entonces--que las noticias de estas intenciones llegaron a New Lebanon y la gente empezó a temer que la acción de presbiterio causara división o algún tipo de alboroto. Algunos de los cristianos más comprometidos hicieron del asunto un tema particular de oración y durante un día o dos, en el tiempo en el que se esperaba el arribo del tal comité, oraron mucho para que el Señor anulara aquellos planes y para que la iglesia no sufriera división o la introducción de algún elemento de discordia. Se esperaba que el comité llegara en el Sabbat y que asistieran a las reuniones. Sin embargo, el día anterior se desencadenó una violenta tormenta y cayó tanta nieve que aunque aquellos hermanos empezaron su viaje se encontraron con que les era imposible continuar y fueron retenidos todo el Sabbat y el lunes. Sucedió de esa manera o tan pronto como les fue posible regresaron cada uno a sus congregaciones. Los hermanos que integraban el comité eran el reverendo Joel Benedict y el reverendo Chester. El señor Chester era pastor de la iglesia Presbiteriana de Hudson, Nueva York. Y el reverendo Benedict era pastor de la iglesia Presbiteriana de Chatham, una villa a unas quince o dieciséis millas al sur de Albany, en el río Hudson.

Poco después recibí una carta del hermano Benedict, informándome que el presbiterio le había nombrado integrante de un comité que tenía el propósito de visitarme y hacerme algunas preguntas con respecto a mi forma de conducir avivamientos. Me invitaba, para esto, a ir y a pasar el Sabbat con él, para predicar en su lugar. Así lo hice. Supe después que su reporte al presbiterio fue que era innecesario e inútil el continuar tomando acciones en el caso, que la obra era del Señor y que debían guardarse de no encontrarse luchando en contra de Dios. No volví a escuchar oposición proveniente de aquella misma fuente. Jamás he dudado de que el presbiterio de Columbia fuera honesto en alarmarse por lo que había llegado a sus oídos. Jamás he cuestionado la propiedad del curso que tomaron, y de hecho he admirado su manifiesta honestidad al haber recibido testimonios que acallaron sus temores. Hasta lo que he sabido, más tarde fueron simpatizantes de la obra, que continuaba en progreso. La oposición del doctor Beecher y del señor Nettleton estaba llegado a su fin.

Por aquel tiempo surgió la propuesta--no sé por parte de quién--de sostener una convención o una consulta en el tema de conducción de los avivamientos. Surgió correspondencia entre los hermanos del oeste, que había estado trabajando en los avivamientos, y los hermanos del este, que se habían opuesto a los mismos. Finalmente se acordó sostener dicha convención en cierto día, si no me equivoco en el mes de julio, en New Lebanon, en donde yo había estado laborando. En ese tiempo había salido de New Lebanon para pasar una corta temporada en la villa de Little Falls, en el río Mohawk, cerca de Utica. Algunos incidentes muy interesantes tuvieron lugar durante mi corta estancia, pero nada tan sobresaliente como para merecer espacio en esta narrativa. Fui obligado a abandonar mi breve visita a Little Falls para regresar a New Lebanon y asistir a la convención.

Al parecer el propósito de esta reunión, desde su efecto, ha sido muy malentendido. He encontrado que la impresión en el público es que se habían hecho quejas en mi contra y que la reunión fue una suerte de juicio a mi persona en donde se presentaron tales quejas delante de un consejo. Sin embargo, para nada fue ese el caso. No tuve nada que ver con la organización de la convención, ni estuve particularmente más interesado en sus resultados de ella que cualquier otro de los miembros que asistieron. El propósito de la reunión fue atender a los hechos de aquellos avivamientos que tanta oposición habían recibido, consultar con respecto a ellos, comparar perspectivas, y ver si era posible llegar a un mejor entendimiento del que había existido entre los opositores del este y los hermanos que habían sido instrumentales en la promoción de los avivamientos.

Hice mi arribo a New Lebanon un día o dos antes de la convención. Los miembros invitados llegaron en el día señalado. Estos miembros no eran personas que hubieran sido enviadas por ningún cuerpo eclesiástico, sino que habían sido invitados por los hermanos más preocupados del tema, tanto en el este como en el oeste, para reunirse y realizar la consulta. Ninguno de los que estuvimos presentes asistimos en representación de ninguna iglesia o cuerpo eclesiástico. Nos reunimos sin tener la autoridad de actuar en nombre de la iglesia, o de ninguna de sus ramas. Simplemente, como ya lo he dicho, nos reunimos para consultarnos, comparar perspectivas, y para ver si en los hechos se había dado algo incorrecto, y si así era, para entrar en el acuerdo de corregir lo que había estado equivocado en cada una de las partes. Por mi parte, supuse que tan pronto los hermanos nos reuniéramos e intercambiáramos perspectivas, los hechos quedarían esclarecidos; que los hermanos del este que habían mostrado oposición a los avivamientos, especialmente el doctor Beecher y el señor Nettleton, verían su error y que habían sido confundidos y que el asunto quedaría a un lado, pues estaba convencido de que aquello de lo cual se quejaban en sus cartas no tenía fundamento alguno. Entre los hermanos que integraron la convención recuerdo a los siguientes: Por el este estaba el doctor Beecher y el señor Nettleton; el reverendo Joel Hawes, de Hartford; el reverendo doctor Dutton, de New Haven; el reverendo doctor Humphrey, presidente del Colegio de Williams; el reverendo Justin Edwards, de Andover, y un número considerable de hermanos del este cuyos nombres no puedo recordar. Provenientes del oeste, es decir, desde el Centro de Nueva York en donde se habían dado tales avivamientos, estaban el reverendo Beman, de Troy; el doctor Lansing, de Auburn; el señor Aikin, de Utica; el reverendo Frost, de Whitesboro; el reverendo Moses Gillett, de Rome; el reverendo señor Coe, de New Hartford; el reverendo George W Gale, de Western, el reverendo William R. Weeks, de Paris Hill; quizá algunos otros cuyos nombres se me escapan, y yo.

Pronto descubrimos que cierto tipo de política se había desplegado en la organización de la convención--esto por parte del doctor Beecher--mas no le dimos importancia. La convención se organizó, y me parece que el reverendo Humphey presidió de moderador. Que yo sepa no existió ningún tipo de sentimientos incorrectos en los miembros de la convención. Es cierto, sin embargo, que los miembros del oeste veían con sospecha al señor Weeks, como ya he dicho antes, por creerle el responsable en alto grado, de la mala interpretación en los hermanos del este. Tan pronto como la convención quedó debidamente organizada y los puntos a tratar planteados y entendidos, se presentó la inquietud de los hermanos del oeste con respecto a las fuentes de las cuales el doctor Beecher y el señor Nettleton habían recibido su información. Habíamos puesto especial solicitud en tratar de averiguar quién había sido el responsable de la mala interpretación de los hermanos, y quién les había dado tales perspectivas acerca de los avivamientos como para que se sintieran justificados en el curso que estaban tomando. El hacer ese descubrimiento era para nosotros una idea principal, queríamos saber de dónde provenía toda aquella misteriosa oposición. Por esta razón levantamos la pregunta enseguida, deseando saber por parte de los hermanos de qué fuente habían recibido la información en lo tocante con esos avivamientos. Vimos de inmediato que la tal era una pregunta embarazosa.

Debí haber hecho una observación que ahora me parece importante que debe quedar muy clara: ninguno de los ministros del este que habían asistido a la reunión habían mostrado oposición, sino solamente el doctor Beecher y el señor Nettleton. No fue difícil ver desde el exterior que el doctor Beecher se sentía comprometido y que su reputación estaba en juego; pues como sus cartas, o algunas de ellas, habían hallado el camino a las imprentas públicas, sería tenido como responsable por ellas, si es que no se llegaba a probar lo que afirmaban. Fue muy evidente que tanto él como el señor Nettleton estaban muy sensibles. También fue muy aparente que el doctor Beecher había asegurado la asistencia de los ministros más importantes de Nueva Inglaterra, para poder así sostenerse delante del público y justificarse a sí mismo en el curso que había tomado. En lo que al señor Nettleton concierne, el doctor Beecher le había garantizado que sería apoyado por Nueva Inglaterra y que todas las judicaturas de las iglesias de aquella región hablarían a su favor y le sostendrían.

Como ya he dicho, desde el principio levantamos la pregunta de de dónde aquellos hermanos habían obtenido la información sobre la cual habían basado su oposición, y a la cual tanto se habían referido en sus cartas. Cuando se presentó la pregunta el doctor Beecher dijo: "No hemos llegado aquí para ser catequizados; y nuestra dignidad espiritual nos prohíbe dar respuesta a preguntas semejantes". Esto me pareció extraño, ¿cómo era posible que estas cartas hayan sido escritas y publicadas mostrando oposición a aquellos avivamientos, que cosas se habían afirmado como hechos cuando realmente lo no eran, que semejante tormenta de oposición se haya levantado a lo largo y ancho del territorio, y que una vez reunidos para considerar todo el asunto, no nos fuera permitido conocer la fuente de las informaciones obtenidas? Habíamos sido totalmente mal representados, y el resultado había sido gran daño a la causa de Cristo. Deseábamos saber, y creíamos que teníamos el derecho a saber, la fuente de la cual había provenido todo ese error. Sin embargo, al final, nos encontramos incapaces de averiguarlo.

La convención duró varios días; pero a medida que los hechos acerca de los avivamientos salían a la luz, el hermano Nettleton empezó a ponerse muy nervioso e incluso no le fue posible atender a varias de nuestras sesiones. Vio con claridad que estaba perdiendo terreno, y que nada se podría demostrar para justificar el curso que estaba tomando. Esto también debió de ser muy sensible para el doctor Beecher. Debí haber dicho antes que cuando se presentó el asunto acerca de los hechos que debían de conocerse acerca de aquellos avivamientos, el doctor Beecher asumió la postura de que el testimonio de los hermanos del oeste que habían estado involucrados en la promoción de los avivamientos, no debía de ser recibido, pues éramos en cierto sentido parte de la cuestión y habíamos sido el objeto de su censura, y que esto era como testificar en nuestro propio caso; y que por lo tanto no podíamos ser admitidos como testigos y los hechos no podían ser recibidos de parte nuestra. Sin embargo, en este punto los hermanos del este no le prestaron oídos ni por un segundo. El doctor Humphey aseveró muy firmemente que nosotros éramos los mejores testigos que podían hallarse; que sabíamos lo que habíamos hecho en aquellos avivamientos de la religión y que por lo tanto éramos los testigos más competentes y veraces, y que nuestras declaraciones serían recibidas por la convención sin vacilación. En este punto el acuerdo fue casi universal, con la excepción del doctor Beecher y el señor Nettleton.

Fue muy claro en aquel momento que tal decisión afectó en gran medida al doctor Beecher y al señor Nettleton, quienes pudieron ver que si los hechos eran mostrados por los hermanos que habían sido testigos de los avivamientos--aquellos que habían estado en el territorio y que conocían todo acerca de ellos--todos los malentendidos y los errores que se habían hecho y entretenidos acerca del tema serían echados por tierra. Nuestra reunión, en toda su extensión, resultó muy fraternal, no se manifestaron combates o amarguras, y con la excepción de aquellos dos hermanos que he nombrado, el doctor Beecher y el señor Nettleton, los hermanos del este se mostraron siempre cándidos y deseosos de conocer la verdad, como también contentos de saber las particularidades de los avivamientos del oeste.

Durante la convención se discutieron varios puntos, en especial el tocante a si era apropiado que las mujeres tuvieran alguna parte en las reuniones sociales. El doctor Beecher presentó la objeción y la discutió en su longitud, insistiendo en que la práctica no era bíblica y que era inadmisible. El doctor Beman respondió con un breve discurso, demostrando que la tal era un práctica familiar para los apóstoles, y que en el capítulo once de la carta a los Corintios el apóstol llama a la iglesia a poner atención al hecho de que las mujeres cristianas habían impactado los prejuicios orientales con su práctica de tomar parte y orar en la reuniones religiosas sin usar el velo. El doctor Beman mostró claramente que el apóstol no se quejaba de que las mujeres tomaran parte en las reuniones, sino en el hecho de que lo hicieran sin sus velos, lo cual había ocasionado impacto en los prejuicios y dado ocasión para que los opositores paganos se quejaran de que las mujeres cristianas aparecían en público en sus asambleas y que tomaban parte en ellas, especialmente en la oración, si estar cubiertas con sus velos. El apóstol no pretendía reprobar la práctica, sino simplemente amonestarlas para que hicieran uso de sus velos cuando participaran en público. Luego de la intervención del doctor Beman nadie procuró dar respuesta a sus argumentos, pues quedaron manifiestamente tan claros que toda refutación resultaría inútil.

Casi al término de la convención el señor Nettleton entró mostrándose bastante agitado y dijo que había llegado el momento de que los participantes comprendieran las razones del curso que había tomado. Dijo poseer lo que el llamaba "una carta histórica", en la cual profesaba dar ciertas razones, y establecer hechos, sobre los cuales había fundamentado su oposición. Me sentí contento de escuchar el anuncio de que deseaba leerle la carta a la convención. El señor Aikin había recibido una copia de esa carta cuando yo estaba laborando con él en Utica y me la había dado. De hecho, yo mismo la tenía conmigo la copia en la convención y hubiera pedido su lectura, en el debido momento, si el señor Nettleton no hubiera hecho su anuncio primero. Tuve la seguida impresión de que el señor Nettleton no tenía idea de que yo tenía una copia de esta carta o de que alguna vez la hubiera visto. Prosiguió a dar lectura a la misiva. Ésta era una declaración, de las cosas de las cuales se quejaba y que se le había informado que eran practicadas en los tales avivamientos, en especial por mi persona. Era evidente que la carta me señalaba en forma particular, aunque se me mencionaba por nombre muy pocas veces. Aún con esto las quejas se presentaron de tal modo que no había duda de que el propósito era culparme de tales cosas. La convención escuchó toda la carta--que era tan larga como un sermón--con mucha atención. Luego de la lectura el señor Nettleton hizo la observación de que ahora la convención tenía delante de sí los hechos que le habían movido a actuar, y que él invocaba como justificación para sus procedimientos.

Cuando el señor Nettleton tomó asiento yo me puse de pie y expresé mi satisfacción de que se haya dado lectura a la carta; y señalé que poseía una copia y que iba a leerla en el oportuno momento, de no haberlo hecho el señor Nettleton. Luego afirmé que hasta donde llegaba mi conocimiento, ninguno de los hechos mencionados en ella, motivo de su queja, eran ciertos y que yo no había hecho tales cosas. Añadí además que: "todos los hermanos con quienes he trabajado están aquí, y ellos pueden decir si hice estas cosas en alguna de sus congregaciones. Si ellos saben o creen que algunas de estas cosas son ciertas acerca de mí, que lo digan aquí y ahora y de inmediato las confesaré". Todos aquellos hermanos, al unísono, ya sea haciendo afirmaciones o manifestando su consentimiento, dejaron saber que estas cosas no eran ciertas. El señor Weeks estaba presente. He dicho antes que sospechábamos que el señor Weeks le había comunicado muchas de estas cosas al señor Nettleton. Por esta razón esperaba que cualquier respuesta a mi negación explícita de los hechos que se me imputaban en la carta del señor Nettleton veiniera del señor Weeks. Yo no estaba seguro, pero sospechaba que el señor Weeks creía estar en posesión de todos los hechos y que estaría dispuesto a relatarlos en la convención. Supuse también que si él les había escrito al doctor Beecher o al señor Nettleton afirmando aquellos hechos, se sentiría en la obligación de hablar y justificar sus afirmaciones, sin embargo el señor Weeks no dijo una sola palabra. De hecho, nadie en el lugar pretendió justificar ni una sola de las afirmaciones con respecto a mi persona, hechas en aquella carta histórica del señor Nettleton. Por supuesto, esto era una sorpresa para el señor Nettleton y para el doctor Beecher. Si alguno de los hechos presentados por ellos había sido recibido del señor Weeks, sin duda esperaban que hablase y justificara lo que había escrito, mas Weeks no dijo nada que dejara ver que tenía algún conocimiento acerca de los hechos presentados en la carta. La lectura de la carta y lo que sucedió inmediatamente después, prepararon el terreno para el cierre de la convención.

A continuación debo añadir algunas cosas de las cuales me lamento estar obligado a mencionar. El hermano Justin Edwards estuvo presente durante toda la discusión y asistió, si no me equivoco, a todas las sesiones de la convención. Edwards era amigo íntimo del doctor Beecher y del señor Nettleton, y debe de haber notado con toda claridad el estado de las cosas. No sé si a petición del doctor Beecher o por iniciativa propia, casi al término de la convención, presentó una serie de resoluciones en al cuales, paso a paso, resolvía el desaprobar tales y tales medidas en la promoción de los avivamientos. En su resolución Edwards fue a lo largo de casi todas--sino todas--las especificaciones contenidas en la carta histórica del señor Nettleton, desaprobando todas las cosas de las cuales se quejaba la carta. Cuando terminó de leer sus resoluciones, inmediatamente algunos de los hermanos del oeste dijeron: "aprobamos estas resoluciones; ¿pero cuál es la intención de las mismas? Nos es manifiesto que la intención de estas resoluciones es crear la impresión pública de que tales cosas han sido practicadas; y que esta convención, condenándolas, ha condenado a los hermanos que han estado involucrados en estos avivamientos y que por lo tanto esta convención justifica la oposición hecha a los mismos". El doctor Beecher insistió en que la intención de las resoluciones era completamente prospectiva; que no se aseguraba o implicaba nada con respecto al pasado, sino que servirían meramente como puntos de referencia, y para dejar en claro que la convención desaprobaba tales cosas en el caso de que estas llegaran a darse, sin implicar que algunas de ellas se hayan practicado anteriormente.

Se respondió en seguida que dado el hecho de que tales quejas habían traspasado los límites de la región, y de que era de conocimiento público que tales cargos y quejas se habían levantado, resultaba evidente que las resoluciones fueron diseñadas para cubrir la retirada de los hermanos que habían presentado oposición, y para crear la impresión de que tales cosas se habían practicado en estos avivamientos, según eran condenadas en las resoluciones, por lo tanto así quedaría justificada la oposición del doctor Beecher y del señor Nettleton, en lo que respecta a la opinión pública. De hecho, estaba perfectamente claro que este era el significado que las resoluciones tendrían para el doctor Beecher y para el señor Nettleton. Los hermanos del oeste dijeron: "Por su puesto que debemos votar por estas resoluciones. Creemos en ellas y desaprobamos tales prácticas condenadas por ellas tanto como ustedes, por lo que no tenemos más remedio que votar a su favor. Mas sí afirmamos que creemos que tienen la intención de justificar la oposición y de tener una aplicación retrospectiva más que prospectiva." De cualquier modo las resoluciones fueron aprobadas, si no me equivoco unánimemente. Recuerdo que por mi parte dije que estaba dispuesto a que estas resoluciones se transmitieran, y que todos los hechos debían dejarse a la publicación y adjudicación de una sentencia solemne. Propuse después que antes de despedir la reunión pasáramos una resolución en contra de la tibieza en la religión, y que la condenáramos con la misma severidad con la que se condenaron las demás prácticas en las resoluciones. El doctor Beecher declaró que no existía riesgo alguno de tibieza; con esto la convención quedó suspendida sine die (sin fecha de reestablcimiento).

No necesito decir como la publicación de todo el procedimiento fue recibido por el público. En el segundo volumen de la biografía del doctor Beecher, página 101, encontré la siguiente nota del editor: "En un minucioso seguimiento de los minutos de esta convención nos quedó probado que no existían diferencias radicales entre las perspectivas sostenidas por los hermanos del oeste y las abrazadas por los hermanos de Nueva Inglaterra, y que de no haber sido por la influencia de un solo individuo, la misma declaración que se hizo luego en Filadelfia, debió de haber sido hecha entonces en aquel lugar. De esto no había duda alguna. El hecho es que de no haber el señor Nettleton dado una lista de reportes falsos y de haberse comprometido en oposición en contra de los avivamientos, ninguna convención se hubiera celebrado sobre este tema. Lo que resulta aún más maravilloso es que hubiera dado crédito a tales reportes cuando él mismo había sido comúnmente sujeto de malas interpretaciones. Con todo esto, el señor Nettleton había llegado al borde del agotamiento, se había vuelto excesivamente nervioso, temeroso y fácilmente exaltable, y con todo esto se le atribuía además en la biografía del doctor Beecher la falta de nunca haber renunciado a su terquedad. Esto lo digo con la seguridad de albergar los mejores sentimientos hacia el señor Nettleton. Jamás me he permitido guardar hacia él sentimientos mal sanos.

Después de esta convención el sentir público en contra del hermano Nettleton era abrumador. Ya bien entrado el otoño de ese mismo año me lo encontré en la ciudad de Nueva York. Me dijo que se encontraba en el lugar para entregar sus cartas en contra de los avivamientos del oeste en forma de un panfleto público. Le pregunté si iba a publicar también su "carta histórica", aquella que había leído en la convención. Me respondió que debía de publicarla para justificar lo que había hecho. Yo le dije que si publicaba esa carta la reacción de la misma sería su ruina, pues todos los que llegaron a conocer esos avivamientos verían que había actuado sin razón. Me respondió que debía de publicarla y correr el riesgo de aquella reacción. El señor Nettleton publicó varias otras cartas, pero aquella "carta histórica" hasta lo que sé, no llegó a las imprentas. Si realmente hubiera publicado aquella carta se hubiera impreso en el público la idea de que su oposición tenía justificación. Se hizo un bien a sí mismo al no haber publicado la carta.

En este punto me es necesario llamar la atención a algunas cosas que he encontrado en la biografía del doctor Beecher, en las que creo debió de haber habido cierta confusión. La biografía afirma que el doctor Beecher justificó su oposición a los tales avivamientos--es decir, a la forma en la que eran conducidos--hasta el día de su muerte y que mantuvo hasta el fin que los males que fueron motivos de quejas fueron reales y que fueron corregidos gracias a su oposición. Si en realidad esta fue su opinión al fin de la convención, debió de haber creído que los hermanos que dieron sus testimonios en la convención y que afirmaron que tales cosas no habían sucedido no eran más que un grupo de mentirosos, tal como antes le había escrito al doctor Taylor, y que sus testimonios debían de ser rechazados por completo. Sin embargo, siendo que él y el señor Nettleton estaban tan tremendamente ansiosos por justificar su oposición, si ambos estaban aún convencidos de todas aquellas afirmaciones hechas por el señor Nettleton en su "carta histórica", ¿por qué entonces no la publicaron y apelaron a aquellos que habían estado en el territorio y sido testigos de los avivamientos? Si la carta hubiera sido verdadera, la publicación de la misma hubiera resultado en su justificación. Si aún creían que esta carta contenía la verdad ¿por qué no se publicó en conjunto con las demás cartas del señor Nettleton? Creo que el desarrollo de los hechos en la convención mermó la confianza del doctor Beecher en la sabiduría y la justicia del señor Nettleton en cuanto a su oposición a los avivamientos. Esto lo he inferido porque cuando me encontraba trabajando en Boston, un año y medio después de la convención y después de que las cartas del señor Nettleton fueran publicadas, el doctor Beecher, cuando se refirió a la convención, dijo que después de la misma él "no habría hecho que el señor Nettleton viniera a Boston ni por mil dólares". ¿Será posible que hasta el día de su muerte el doctor Beecher haya continuado creyendo que los pastores de las iglesias en las cuales ocurrieron aquellos avivamientos no fueran más que mentirosos y que no debían de ser confiados en cuanto a los hechos que afirmaban conocer de forma personal? ¿Qué dirían aquellas iglesias de esto?

Tanto en la biografía del doctor Beecher como en la del señor Nettleton he encontrado muchas quejas en cuanto al supuesto mal espíritu que prevaleció en aquellos avivamientos. Su error yace en que le atribuyen un espíritu de denuncia a la parte incorrecta. Que yo recuerde jamás escuché el nombre del doctor Beecher o del señor Nettleton mencionarse en público, y mucho menos para censurarles. Hasta lo que sé, ni siquiera en la conversación privada se hizo referencia a ellos con la menor de las amarguras. Los amigos y los promotores de aquellos avivamientos se mantenían en un espíritu cristiano dulce y lo más lejos posible de la denuncia. Si en ellos hubiera habido un espíritu de denuncia, nunca les hubiera sido posible promover aquellos benditos avivamientos, y jamás los mismos hubieran resultado tan gloriosos. Al contrario, la denuncia se dio en la parte de la oposición. Una cita de la biografía del doctor Beecher sirve para ilustrar el ánimo de la oposición. En el volumen 2, página 101, se representa al doctor Beecher diciéndome en la convención de New Lebanon: "Finney, conozco su plan y usted lo sabe; tiene la intención de venir a Connecticut y de llevar un rayo de fuego a Boston. Pero si lo intenta, vive el Señor que yo mismo le encontraré en la frontera del estado y llamaré a todos los artilleros y lucharemos por cada pulgada de terreno a Boston y cuando lleguemos a la ciudad, allí también pelearemos contra usted". No recuerdo que me haya dicho tal cosa, pero sin duda esta declaración ilustra el espíritu de su oposición. El hecho es que Beecher había sido grandemente engañado. Yo no tenía ni la intención ni el deseo de ir a Connecticut o a Boston. La cita arriba mencionada, y muchas otras cosas que encontré en su biografía, muestran cuán engañado estuvo y cuán ignorante fue del carácter, los motivos y las acciones de aquellos quienes laboraron en esos gloriosos avivamientos. Estas cosas las escribo sin ningún placer. He encontrado muchas cosas en su biografía que me sorprenden y que me llevan a concluir que por algún error el doctor Beecher fue mal entendido y mal interpretado. Sin embargo, ahora debo pasar a otros asuntos.

Después de esta convención no volví a escuchar más acerca de la oposición del doctor Beecher y del señor Nettleton. Sí debo relatar que el señor Nettleton publicó un panfleto con sus cartas con la intención de justificarse. Sin embargo, estas cartas parecieron no tener efecto pues creo que muy rara vez escuché hablar de ellas. La oposición de ese tipo se consumió a sí misma. Los resultados de aquellos avivamientos que recibieron tanta oposición, fueron tales como para callar las bocas contradictoras y para convencer a todo el mundo de que eran en verdad puros y gloriosos avivamientos de la religión, y de que estaban tan lejos de cualquier cosa objetable como cualquier otro verdadero avivamiento en el mundo. Cualquiera que lee los Hechos de los Apóstoles y la promoción de los avivamientos en sus días, y luego lee en sus epístolas la reacción a los mismos, notará que se dieron retrocesos y apostasías. Luego esta misma persona podrá descubrir también la verdad con respecto a los gloriosos avivamientos de los que he hablado, sus comienzos, su progreso y sus resultados, los mismos que se han manifestado cada vez más durante casi cuarenta años, y no se equivocarán al ver que estos avivamientos fueron mucho más puros y que resultaron más favorables que los de la antigüedad. De hecho, nunca he sido testigo de ningún avivamiento cuyos resultados merezcan las quejas que con justicia hicieron los apóstoles con respecto a los avivamientos de su época. Así es como debió de haber sido, y de hecho, así fue.

Los avivamientos deben ir aumentando en su pureza y en su poder a medida que la inteligencia aumenta. Los convertidos en tiempos apostólicos eran, o judíos con todos sus prejuicios e ignorancia, o paganos degradados. El arte de la impresión no había sido descubierto aún. Copias del Antiguo Testamento y de la Palabra escrita de Dios, solo podían encontrarse en manos de gente rica, con la capacidad de comprar las copias manuscritas. La cristiandad no contaba con literatura que pudiera ser accesible a las masas. Los medios de instrucción tampoco estaban a la mano. Con toda esta oscuridad e ignorancia, y con tantas nociones incorrectas de la religión; con tanto engaño y degradación y con tan escasos medios de instrucción y facilidades para sustentar una reforma religiosa, no era de esperarse que los avivamientos de la religión fueran tan puros y libres de errores que lamentar. Mas si debiéramos de esperar en nuestros días tal pureza en nuestros avivamientos, habiendo tantas Biblias y medios de instrucción.

Tenemos y predicamos el mismo evangelio que predicaron los apóstoles. Tenemos todas las facilidades para guardarnos del error en cuanto a la doctrina y práctica y para asegurar una religión evangélica sólida. La gente en medio de la cual prevalecieron estos avivamientos eran gente inteligente y cultivada, no solo con educación secular, sino también con abundante educación religiosa en su medio. Casi todas las iglesias contaban con un pastor educado, capaz y fiel. Estos pastores eran totalmente competentes para juzgar la habilidad, solidez y discreción del evangelista de cuyas labores deseaban disfrutar. También eran totalmente competentes para juzgar la propiedad de las medidas que vieron emplearse.

Dios mismo puso su sello, de la forma más impactante y admirable, sobre las doctrinas predicadas y los medios usados para impulsar su obra. Los resultados hoy pueden encontrarse en todas partes del territorio. Los convertidos de aquellos avivamientos aún viven y laboran para Cristo y las almas en casi todos--sino en todos--los estados de esta unión. No es un halago inútil el decir de ellos que se encuentran entre los cristianos más inteligentes y útiles que puedan hallarse en este o en cualquier otro país. Las medidas usadas en la promoción de estos avivamientos de ninguna manera fueron objetables. Constituyeron simplemente la predicación, reuniones de oración y otras de instrucción, y la oración y la confesión de acuerdo a las necesidades de la gente. No hubo desenfreno, ni apareció la herejía o el fanatismo. No existió espíritu de denuncia ni algún otro mal espíritu en medio de los convertidos, de hecho, nunca vi ni escuché de avivamientos de la religión tan libres de cualquier cosa deplorable como estos, los mismos que de manera misteriosa excitaron, o mas bien fueron objeto, de tanta oposición en su tiempo por parte de hombres buenos, pero engañados. Se ha dicho y escrito tanto acerca de las nuevas medidas que pareciera que se da por hecho que hubo mucho que lamentar en cuanto a los medios usados para promover aquella bendita obra del Espíritu Santo. Sin duda, esta idea es un error.

Como desde entonces he laborado extensamente en este país y en Europa, y no ha habido excepciones en mis medidas, se ha asumido y asegurado que por causa de la oposición presentada por el señor Nettleton y por el doctor Beecher reformé mis medidas y deseché aquellas que fueron motivo de sus quejas. Tal suposición es un error. Siempre y en todo lugar hice uso de todas y de las mismas medidas que empleé en los avivamientos en cuestión, y con frecuencia añadí otras, como la silla ansiosa, cuando lo considere necesario. Nunca vi la necesidad de reformas en este aspecto. De tener la oportunidad de vivir mi vida de nuevo, creo que con la experiencia de más de cuarenta años en las labores de avivamiento, estando bajo las mismas circunstancias, usaría substancialmente las mismas medidas. Con esto no pretendo que se piense que de ellas doy crédito a mi propia persona. No fue mi propia sabiduría la que me guió. Continuamente fui guiado a sentir mi propia ignorancia y dependencia, así como a mirar a Dios continuamente para recibir su dirección. No tuve duda entonces, ni la tengo ahora, de que fue Dios, por medio de su Espíritu, quien me guió a tomar el curso que tomé. Su guía diaria fue tan clara que jamás he dudado de que fui divinamente dirigido.

También es un error el suponer que la oposición del doctor Beecher y del señor Nettleton provocó en mí vergüenza por lo que había hecho, como la biografía del doctor Beecher afirma, y que por motivo de esta vergüenza me reformé, y consecuentemente ellos cesaron su oposición. Puedo apelar con toda seguridad a todos los que me escucharon durante esos aviamientos y a todos aquellos que desde entonces han visto mis medidas en cada lugar, para que sean ellos quienes digan si no es cierto que en todas partes y en todo tiempo he empleado las mismas medidas que usé durante los grandes avivamientos del centro de Nueva York, y que en otras partes he añadido aún otras medidas, las cuales de acuerdo a mi juicio fueron necesarias. No tengo duda de que los hermanos que se opusieron a esos avivamientos eran hombres buenos. Y tengo muy pocas dudas de que fueron mal guiados y engañados por alguien de la forma más crasa e injuriosa. Si en realidad murieron bajo la convicción de que tenían razones justas para lo que hicieron, escribieron y dijeron, y de que llegaron a corregir los males de los cuales se quejaban, entonces murieron tremendamente engañados al respecto. El que la posteridad crea que aquellos males existieron y que fueron corregidos por medio del espíritu presente en la oposición y por la manera representada, no es seguro para la iglesia, ni para el honor de los avivamientos ni para la gloria de Cristo. De no haberse hecho intentos de perpetuar y confirmar tal engaño--el de que la oposición a los avivamientos fue justificable y exitosa--yo hubiera permanecido en silencio. El hecho es que la oposición ni logró justificarse, ni tuvo éxito alguno.

No tengo dudas de que el doctor Beecher fue guiado por alguien a creer que su oposición era necesaria. En su biografía aparece que en Filadelfia, durante la primavera siguiente a la convención, yo acordé junto al doctor Beman y otros, abandonar el tema y a no publicar nada más con respecto a aquellos avivamientos. La verdad es que toda la controversia y todas las publicaciones habían provenido de parte de la oposición. Antes de la reunión en Filadelfia ya el señor Nettleton había impreso sus cartas, y yo no volví a ver ninguna otra impresión con respecto al tema aparte de estas.

Yo no tomé parte en los acuerdos a los que se llegaron en Filadelfia. Con todo esto, de no haber la biografía del doctor Beecher abierto nuevamente el tema con la intención manifiesta de justificar el curso tomado por él y de imprimir en la mente del público la idea de que al haberse opuesto a los avivamientos realizó un gran bien y una buena obra, no me sentiría en el deber de decir lo que ya no tengo justificación para guardarme. Lo que escribo lo escribo a partir de la experiencia personal, y me tiene sin cuidado quién le haya dado al doctor Beecher aquellos supuestos datos a partir de los cuales actuó. Aquellos datos fueron los mismos mencionados en substancia en la carta histórica del señor Nettleton, la cual se leyó en la convención. Aquellos alegados hechos, no eran hechos, como lo establecí en la convención y como cada uno de los hermanos que laboraron junto a mí en los avivamientos afirmaron. Estos testimonios fueron la prueba, si es que algo puede ser probado en base al testimonio humano. Sin embargo, si su biógrafo no lo ha representado mal, en estos testimonios el doctor Beecher no creía. ¿Qué dirán de esto las iglesias del condado de Oneida? ¿Podrán creer estas iglesias que hombres como el reverendo Aikin, el reverendo Frost, el reverendo Moses Gillett, el reverendo señor Coe y los demás hombres de ese condado que asistieron a tal convención mintieron deliberadamente acerca de un tema que conocían de manera personal? Jamás podrán creer semejante cosa. No importa quiénes fueron los informantes del doctor Beecher. Ciertamente ninguno de los pastores en donde prevalecieron aquellos avivamientos pudo haberle dado jamás ninguna información que justificara su accionar, y ningún otro hombre entendía como aquellos pastores el asunto. Así como lo afirmó la convención, yo también sostengo que aquellos pastores fueron los mejores testigos posibles de lo que se dijo e hizo en sus congregaciones y sus testimonios, unánimemente, establecieron que ninguna de las cosas imputadas por aquella "carta histórica" del señor Nettleton tuvo lugar.

Jamás pudimos saber de quienes habían recibido el doctor Beecher y el señor Nettleton su información. Si las cosas afirmadas por sus corresponsales eran ciertas ¿por qué ocultar sus nombres? ¿Tenían ellos el derecho de recibir sus testimonios y de actuar en base a ellos de forma tan pública y aún rehusarse a dar sus nombres? Yo mismo he leído los fuertes y terribles cargos en contra de los hermanos que trabajaron en aquellos avivamientos contenidos en la carta del doctor Beecher al doctor Taylor, en la cual establecía que su correspondencia justificaría lo que estaba haciendo y escribiendo en contra de aquellos hermanos. Cuando supe que este asunto iba a ser esparcido al público en la biografía del doctor, tuve la esperanza de que al fin llegáramos a los autores de aquellos reportes por medio de la publicación de las correspondencias de Beecher. Sin embargo, no veo nada en sus correspondencias que pueda justificar su acción. ¿Son estos cargos todavía repetidos y estereotipados, pero la correspondencia por medio de la cual pudieran justificarse es aún ocultada? Si hasta el día de su muerte el doctor Beecher rechazó nuestro testimonio unánime ¿no podremos conocer aún por causa del contra testimonio de quién el nuestro fue tenido en menos?

En la página 103 del volumen 2 de la autobiografía del doctor Beecher, encontramos lo siguiente: "En la primavera de 1828, dijo el doctor Beecher, que en conversaciones del tema hallé que los amigos del señor Finney estaban haciendo planes para crear una impresión en la asamblea general, que sesionó en Filadelfia, y para introducir a uno de sus hombres en el púlpito del señor Skinner. La iglesia de Skinner me acababa de pedir que predicara para ellos y les escribí en respuesta que lo haría, si así lo deseaban, mientras la asamblea estuviera en sesión. Con esto se frustraron los planes de alguno. Me quedé hasta la clausura, cuando Beman predicó medio día. Con esto quedaron aniquilados sus planes. Fracasaron". Lo que Beecher quiso decir con esto, no lo sé. Al leer lo que acabo de presentar, y lo que le sucede hasta el final del capítulo, junto con lo demás que he encontrado con respecto a este tema en su biografía, me siento admirado ante las sospechas y el engaño bajo los cuales la mente de Beecher trabajaba. No recuerdo el que haya llegado a mis oídos que alguno de mis amigos estuviera tratando de acceder al púlpito vacante del doctor Skinner. Para aquel entonces yo era ministro en la iglesia presbiteriana, y me encontraba predicando en Filadelfia cuando la asamblea entró en sesión y el señor Beecher estuvo allí. Me pregunto cuánta de la influencia del doctor Beecher en los miembros de aquella asamblea tuvo que ver con la oposición a los avivamientos que apareció poco tiempo después en la iglesia y la cual me sentí en la obligación de señalar en mis lecturas en el tema de los avivamientos. Continué mi obra de avivamiento en Filadelfia y en otros lugares sin distraerme o agitarme por lo que el doctor Beecher y el señor Nettleton estuvieran diciendo o haciendo, y sin dedicarle ningún pensamiento a la posibilidad de tener alguna controversia con ellos.

Yo era tan ignorante como un niño en cuanto a todo ese manejo revelado en la biografía del doctor Beecher. Da la impresión de que el doctor y el señor Nettleton sufrieron bajo una vasta cantidad de emociones, sospechas y conceptos erróneos en cuanto a mis motivos, planes y labores, y en cuanto a los planes y a los motivos de quienes ellos consideraban como mis comprometidos amigos, mientras la realidad era que atendí a mi obra de avivamiento sin ningún otro plan o motivo que el de ir a dónde el Señor me llamara a la obra y cuándo Él me llamara. Perseguí esta obra sin interrupción, excepto los pocos días en los cuales asistí a la convención. No compartí ninguno de los terrores o de las distracciones que al parecer angustiaron tanto al doctor Beecher y al señor Nettleton. Si alguno de mis amigos compartió el estado mental de estos dos hombres, lo ignoro. El registro veraz de mis labores hasta el momento de la convención, y a partir de ella en adelante mostrará cuán poco supe o me interesó lo que el doctor Beecher y el señor Nettleton estuvieran diciendo o haciendo por mi causa. Bendigo al Señor por haberme guardado de distracciones en mi obra y porque jamás me entregué a ninguna angustia por causa de la oposición.

Como relaté anteriormente, cuando estuve en Auburn, Dios me dio la seguridad de que Él anularía toda oposición sin que yo me viera en la necesidad de hacer un alto para dar respuesta a mis opositores. Jamás olvido esto. Bajo esta seguridad divina continué avanzando, enfocado y confiado en espíritu, y ahora, cuando leo acerca de las agitaciones, sospechas y mal interpretaciones que poseían las mentes del doctor Beecher y del señor Nettleton, me asombro al ver el engaño en el que se encontraban y las consecuentes ansiedades por mi causa y por mis labores. Dios me mantuvo lleno de amor y de fe y llenó mi corazón y mis manos de las obras más exitosas. Para el momento en el que el doctor Beecher se encontraba en Filadelfia gestionando con los miembros de la asamblea general, como se relata en su biografía, yo me encontraba trabajando en aquella ciudad ya por varios meses, en diferentes iglesias y en medio de un poderoso avivamiento de la religión y tan ignorante como un bebé de las procuras del doctor Beecher. Al parecer él había ido a Filadelfia para influenciar a la asamblea general en contra mía y para impedir que algún amigo mío llegara a ocupar el púlpito que el doctor Skinner había dejado vacante. Me pregunto cuál de mis amigos era aquel, y cuánto crédito realmente merece por el supuesto servicio. No puedo estar más agradecido con Dios por haberme guardado de la agitación, y de los cambios en mi espíritu y en mis perspectivas por causa de todo lo que estaba sucediendo en las filas de la oposición de aquellos días. Como ya he dicho, ni siquiera llegué a escuchar o a sentir mucho de la oposición después de los días de la convención. Supe por el mismo señor Nettleton que sintió profundamente la reacción pública de rechazo en su contra. También supe que él y el doctor Beecher fueron mal informados y mal guiados y que se habían metido en un mal lío, pero no fue sino hasta que vi sus biografías que estuve conciente de cuánta tribulación y perplejidad les costó salir de él.

 

 

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