The GOSPEL TRUTH

PODER DESDE LO ALTO

POR CHARLES G. FINNEY

 

Capítulo 5

¿ACASO ES UNA ASEVERACIÓN ÁSPERA?

En un artículo anterior dije que la carencia de una investidura de poder desde lo alto debía considerarse como una descalificación para un pastor, diácono, o anciano, superintendente de escuela dominical, profesor en una universidad cristiana, y especialmente para un profesor en un seminario teológico. ¿Acaso es una aseveración áspera? ¿Acaso es severa? ¿Acaso es injusta? ¿Acaso es irracional? ¿Acaso es no escritural? Supóngase que cualquiera de los apóstoles, o aquellos presentes en el día de Pentecostés, hubieren fallado, a través de la apatía, egoísmo, indolencia, o ignorancia, para obtener esta investidura de poder, ¿acaso hubiera sido severo, injusto, irrazonable, o falto de la escritura, haberle considerado como descalificado para la obra que Cristo le había encomendado?

Cristo les había claramente informado que sin esta investidura no podrían hacer nada. Claramente les había mandado que no intentaran con su propia fuerza, sino que se quedaran en Jerusalén hasta que recibieran el poder necesario desde lo alto. Había claramente prometido que si esperaban, en el sentido que él quería, lo recibirían "dentro de no muchos días". Evidentemente le entendieron y obedecieron para permanecer en el sentido de una espera constante en él en oración y súplica por la bendición. Ahora, supóngase que cualquiera de ellos se hubiera ausentado por atender sus ocupaciones, y esperado la soberanía de Dios que les otorgara ese poder. Desde luego que se les hubiera descalificado para la obra; y si sus colaboradores cristianos que obtuvieron ese poder, lo hubieran considerado así, ¿hubiera sido severo irrazonable y no bíblico?

Y ¿acaso no es verdad de todos a quienes el mandato de discipular al mundo es dado y para quienes la promesa de este poder es hecha, si a través de cualquier desavenencia o falta suya fallan en obtener este don, que son de hecho descalificados para la obra, y especialmente para cualquier puesto oficial? ¿Acaso no son descalificados para el liderazgo en la hueste sacramental? ¿Acaso son maestros calificados de aquellos que va van a hacer la obra? Si es un hecho que les falta ese poder, no obstante que de este defecto den cuenta, es también un hecho que no son maestros calificados de la gente de Dios; y si son vistos que descalifican porque les falta poder, debe ser razonable, correcto y escritural considerarlos así, y por así decir de ellos, tratarlos así. ¿Quién tiene derecho a quejarse? Seguramente ellos no lo tienen. ¿Se le pondrá la carga a la Iglesia con maestros y líderes que les falta esta calificación fundamental cuando fallan en poseerla? ¿Es su culpa? La apatía, indolencia, ignorancia e incredulidad manifiestas e existentes sobre el tema es verdaderamente sorprendente. Están sin excusa. Deben ser altamente criminales. Con tal mandato para convertir al mundo que les retumba en sus oídos; con esa advertencia de esperar con paciencia, una oración que lucha hasta que recibamos el poder; con una promesa así, hecha por un Salvador, para que persistamos con toda la ayuda que necesitamos de Cristo mismo, ¿qué excusa podemos ofrecer por estar sin poder en esta gran obra? ¡Qué horrible responsabilidad descansa sobre nosotros, sobre la Iglesia, sobre cada cristiano! Uno pudiera preguntar, ¿cómo que apatía, cómo que indolencia, cómo es posible el descuido fatal común, bajo esas circunstancias? Si alguien de los primeros cristianos a quienes se les dio la orden hubiera fallado en recibir este poder, ¿acaso no pensaríamos culparlo grandemente? Si esa falla hubiera sido pecado en él, ¿cuánto más en nosotros con toda la luz de la historia y del hecho ardiendo sobre nosotros que no hubiéramos recibido? Algunos ministros y muchos cristianos tratan este asunto como si fuera a dejarse a la soberanía de Dios, sin ningún esfuerzo persistente para obtener esta investidura. ¿Acaso los primeros cristianos lo entendieron y trataron? Ciertamente no. No descansaron hasta que el bautismo de poder vino sobre ellos. Una vez oí a un ministro predicar sobre el tema del bautismo del Espíritu Santo. Lo trató como una realidad; y cuando vino la pregunta de cómo se obtenía, dijo sinceramente que iba a ser obtenido como los apóstoles lo obtuvieron en el día de Pentecostés. Quedé muy satisfecho y le escuché ansiosamente insistir en la obligación para quienes le oían de no descansar hasta que lo obtuvieran. Pero en esto me desilusioné: pues antes de que se sentara parecía aliviar al público del sentimiento de obligación de obtener el bautismo. Y dejó la impresión que el asunto era para ser dejado a la discreción de Dios, y dijo lo que parecía implicar una censura para aquellos que con vehemencia y persistencia urgían a Dios el cumplimiento de la promesa. Tampoco les sostuvo la certeza de obtener la bendición si cumplían las condiciones. El sermón fue en muchos aspectos bueno, pero creo que el público fue dejado sin un sentimiento de motivación o sentido de obligación para buscar con denuedo el bautismo. Esto es una falla común de los sermones que escucho. Hay mucha instrucción en ellos, pero fallan en dejar un sentimiento de obligación o sentimiento de gran motivación como para usar los medios sobre la congregación. Son grandemente defectivos para finalizar. Tampoco dejan la conciencia bajo presión ni toda la mente bajo el estímulo de esperanza. La doctrina con frecuencia es buena, pero ¿el qué entonces? Es dejado afuera. Muchos ministros y profesantes de religión parecen teorizar, criticar y esforzarse para justificar su descuido de esta obtención. No fue así para los discípulos y otros cristianos. No fue un asunto el cual se esforzaran para agarrarse de sus intelectos antes de abrazarlo con sus corazones. Fue con ellos, como debe ser con nosotros, un asunto de fe en una promesa. Encuentro a muchas personas esforzándose por agarrar con su intelecto y arreglar como asuntos teóricos de experiencia pura. Se desconciertan con esfuerzos por aprehender con el intelecto aquellos que es recibido como una experiencia consciente a través de la fe.

Hay necesidad de una gran reforma en la Iglesia sobre este punto en particular. Las iglesias deben despertar a los hechos en el caso, y tomar una posición nueva, una postura firme en cuanto a las calificaciones de los ministros y cargos de la Iglesia. Deben rehusar preparar a un hombre como pastor cuyas calificaciones para el cargo en este respecto no están bien satisfechas. Lo que sea que se recomienda de él, si su historial no muestra que tiene esta investidura de poder para ganar almas para Cristo, deben considerarlo como no calificado. Era costumbre de las Iglesias, y creo que todavía en algunos lugares, de presentar un llamado al pastorado, para certificar que, habiendo testificado de los frutos espirituales de su trabajo, lo consideren calificado y llamado de Dios para la obra del ministerio. Las iglesias deben estar bien satisfechas de algún modo de que llaman a un ministro fructífero, y no a un tallo seco --que es puro intelecto, pura cabeza con poco corazón, un escritor elegante, pero sin unción, un gran especialista en lógica, pero de poca fe, uno de imaginación apasionada, podría ser, sin ningún poder del Espíritu Santo.

Las Iglesias deben tener los seminarios teológicos con una responsabilidad estricta en este asunto, y hasta que lo hagan, me temo que los seminarios teológicos nunca despertarán a su responsabilidad. Hace unos años, una rama de la Iglesia escocesa fue tan probada con la carencia de unción y poder en los ministros proporcionados por los seminarios teológicos que pasaron una resolución que hasta que el seminario reformara este aspecto no emplearía ministros que fueran educados ahí. Esto fue una reprensión necesaria, justa, y puntual, la cual creo tuvo un efecto muy saludable. Un seminario teológico debe por todos los medios ser una escuela no sólo por la enseñanza de doctrina, sino también, e incluso más especialmente aún, por el desarrollo de experiencia cristiana. Cierto que el intelecto deba proporcionarse en esas escuelas, pero es mucho más importante que los alumnos deban ser llevados a través de un conocimiento personal de Cristo, y el poder de su resurrección, y la comunión de sus sufrimientos, y ser hecho acorde a su muerte. Un seminario teológico que busca principalmente la cultura y el intelecto, y envía a hombres que les falta esta investidura de poder desde lo alto es una trampa y piedra de tropiezo para la Iglesia. Los seminarios no deben recomendar a nadie a las iglesias, no obstante sus logros intelectuales, a menos que tenga los logros más esenciales, la investidura de poder. Los seminarios deben considerarse incompetentes para educar si son vistos que envían a hombres como ministros que no tienen esta calificación esencial. Las iglesias deben informarse, y ver esos seminarios que proporcionan no solamente a los más estudiados, sino a los ministros más ungidos y poderosos espiritualmente. Es asombroso que, mientras se admita generalmente que la investidura de poder desde lo alto es una realidad, y esencial para el éxito ministerial, prácticamente deba ser tratada por las iglesias y por las escuelas como comparativamente de poca importancia. En teoría se admite ser todo, pero en práctica se trata como si fuera nada. Desde los apóstoles hasta ahora se ha visto que hombres de poca cultura, pero investidos con este poder, han sido muy exitosos para ganar almas para Cristo, mientras hombres cultos, con todo lo que las escuelas han hecho por ellos, no han tenido poder en cuanto se refiere a la obra apropiada del ministerio. Sin embargo, enfatizamos más sobre la cultura humana que lo que hacemos sobre el bautismo del Espíritu Santo. Prácticamente la cultura humana se trata como infinitamente más importante que la investidura de poder desde lo alto. Los seminarios están llenos de hombres cultos, pero con frecuencia sin hombres con poder espiritual; de ahí, que no insistamos en esta investidura de poder como indispensable para la obra. Los alumnos son presionados con estudio y cultura del intelecto más allá de la resistencia, mientras muy poco tiempo al día se le dedica a la instrucción de la experiencia cristiana. En efecto, no sé qué tanto como un curso de conferencias se imparta sobre experiencia cristiana en seminarios teológicos. Mas la religión es una experiencia. Es un estado consciente. La relación personal con Dios es el secreto del todo de ello. Hay un mundo del aprendizaje más esencial en esta dirección totalmente descuidado por los seminarios teológicos. Con ellos doctrina, filosofía, teología, historia de la Iglesia, dar sermones, son todo, y nada de una unión real de corazón con Dios. El poder espiritual para prevalecer con Dios y prevalecer con los hombres tiene un lugar mínimo en su enseñanza. Con frecuencia se me ha sorprendido el juicio que los hombres forman en cuanto a la utilidad prospectiva de los jóvenes que se preparan para el ministerio. Incluso profesores son muy aptos, veo yo, para engañarse a sí mismos en este tema. Si un joven es un buen erudito, un buen escritor, tiene un buen desempeño en exégesis, y posee una vasta cultura intelectual, se tiene muchas esperanzas en él, aunque se deba saber que en muchos casos no pueden orar; que no tienen unción, ningún poder en oración, ningún espíritu de lucha, de agonizar y prevalecer en Dios. No obstante se espera de ellos, por su cultura, que sobresalgan en el ministerio para ser altamente útiles. De mi parte, no espero tal cosa de esta clase de hombres. Tengo infinitamente más esperanza de la utilidad de un hombre que, a cualquier costo, llevará una comunión diaria con Dios; quien ansía y lucha por el logro espiritual más alto; de que quien no viva sin una oración diaria prevaleciente y no sea revestido con poder desde lo alto. Las iglesias, presbíteros, asociaciones, que otorgan licencia a jóvenes para el ministerio, están con frecuencia faltos en este aspecto. Pasarán horas en informarse ellos mismos de cultura intelectual de los candidatos, pero escasos minutos en cerciorarse sobre su cultura de corazón, y lo que saben del poder de Cristo para salvarlos del pecado, lo que saben del poder de la oración, y hasta dónde son investidos con poder desde lo alto para ganar almas para Cristo. Todo el procedimiento en tales ocasiones no puede más que dejar la impresión de que el aprendizaje humano se prefiere sobre la unción espiritual. ¡Ah! si aquello fuera diferente, y que todos estuviéramos de acuerdo, prácticamente de ahora y para siempre, agarrarnos de la promesa de Cristo, y nunca pensar de nosotros mismos o alguien más de estar aptos para la gran obra de la Iglesia hasta que hayamos recibido una investidura rica de poder desde lo alto. Les pido a mis hermanos, especialmente a mis hermanos jóvenes, que no conciban estos artículos como escritos en un reproche espiritual. Les pido a las iglesias, les pido a los seminarios, recibir una palabra de exhortación de un anciano quien ha tenido experiencia en estas coas, y cuyo corazón se lamenta y está acongojado en vista de las desavenencias de la Iglesia, los ministros y los seminarios sobre el tema. Hermanos, les ruego consideren más estrictamente este asunto, que despierten y lo pongan en su corazón, y nos descansen hasta que este asunto de la investidura de poder desde lo alto sea llevado a su lugar apropiado, y que tome esa posición prominente y práctica en vista de toda la Iglesia como Cristo planeó que fuera así.

 

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