LA VERDAD DEL EVANGELIO

LA BÚSQUEDA DEL EGOÍSMO

 Por Charles G. Finney

 

"La caridad (el amor)... no busca lo suyo." -- 1 Corintios 13:5 (RVA)

 

La caridad, o el amor cristiano, no busca lo suyo. La pregunta no es si es lícito tener alguna consideración por nuestra propia felicidad. Al contrario, parte de nuestro deber es considerar nuestra propia felicidad según su valor en la balanza con otros intereses. Dios ha ordenado amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Esto plenamente lo hace un deber de amarnos a nosotros mismos y considerar nuestra propia felicidad por la misma regla que consideramos la felicidad de otros.

Debemos considerar las promesas de Dios y las amenazas del mal como afectándonos a nosotros mismos, pero una amenaza contra nosotros no es tan importante como una amenaza del mal contra ustedes como un individuo. Esto no es tan importante como si incluyéramos la familia de ustedes. Entonces imagínense extendiéndose a toda la congregación, el estado, la nación o el mundo. La felicidad de un individuo, aunque grande, no debe considerarse como suprema.

Yo soy un ministro. Supongan que Dios me dice, "si no cumples con tu deber, serás enviado al infierno". Esto es un gran mal, y debo evitarlo. En su lugar, imagínenselo decir, "si tu gente no cumple con su deber, todos serán enviados al infierno. Pero si fielmente cumples con tu deber salvarás a toda la congragación". ¿Es correcto que esté tan influenciado por el temor al mal para mí mismo como por el temor a tener una congregación enviada al infierno?

¿INFLUENCIA O TEMOR DIVINOS?

La Biblia nos dice, "Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece" (Juan 6:27). Esto enseña que no vamos a valorar los intereses terrenales para nada comparados con la vida eterna.

Nuestro Salvador dice, "No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan (Mateo 6:19-20).

Cuando Jesucristo mandó a sus discípulos de dos en dos a predicar y hacer milagros, regresaron llenos de gozo y alegría porque vieron que hasta los demonios se rendían ante su poder. "Señor, aun los demonios se nos sujetan en tu nombre. Y les dijo: Pero no os regocijéis de que los espíritus se os sujetan, sino regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos" (Mateo 10:17, 20). Aquí él enseña que es un bien mayor tener nuestros nombres escritos en el cielo que gozar el gran poder temporal, incluso la autoridad sobre los mismos demonios.

La Biblia nos enseña la preferencia del bien eterno sobre el bien temporal. Esto es distinto que considerar nuestro propio interés individual como el objeto supremo.

La esperanza y el temor deben influir nuestra conducta, pero cuando somos influenciados por la esperanza y el temor, las cosas que se esperan o se temen deben ponerse en la balanza según su valor real en comparación con otros intereses.

Noé fue movido por temor y construyó el arca, pero ¿acaso fue el temor a ahogarse o el temor por su propia seguridad lo que principalmente lo movió? La Biblia no lo dice. Él temió por la seguridad de su familia y temió por la destrucción de toda la raza humana.

Hombres buenos son influenciados por la esperanza y el temor. Sin embargo, esta esperanza y temor con respecto a su propio interés personal no es el motivo controlador. Esto no se afirma en la Biblia. Tienen que ser influenciados por las promesas y amenazas. De otro modo, no podrían obedecer la segunda parte de la ley: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo".

¿Acaso es cristianismo la consideración suprema por nuestra propia felicidad? ¿Vamos a temer por nuestra propia condenación más que la condenación de todos los hombres y la deshonra a Dios? ¿Vamos a apuntar para asegurar nuestra propia felicidad más que la felicidad de todos los otros hombres y la gloria de Dios?

Todo cristianismo verdadero consiste en ser como Dios&emdash;actuar sobre sus principios y bases y tener sus sentimientos hacia diferentes objetos.

LA BENEVOLENCIA Y COMPLACENCIA

La Biblia nos dice que "Dios es amor" (1 Juan 4:16). El amor es la suma de todo su carácter. Todos sus atributos morales, tales como justicia, misericordia, etc., son sólo modificaciones de su amor. Su amor se manifiesta en dos formas. Una es la benevolencia&emdash;desear la felicidad de otros. La otra es la complacencia&emdash;aprobar el carácter de otros que son santos.

La benevolencia de Dios considera a todos los seres que son capaces de felicidad. Esto es universal. Ejerce el amor de complacencia hacia todos los seres morales. En otras palabras, Dios ama a su prójimo como a sí mismo. Considera los intereses de todos los seres, de acuerdo con su valor relativo, tanto como el suyo. Busca su propia felicidad, o gloria, como su bien supremo. La suma total de su felicidad, como un ser infinito, es mayor que la suma total de la felicidad de otros seres o de cualquier número posible de criaturas finitas.

Imaginen a un hombre que es bueno con los animales. Este hombre y su caballo caen al río. Ahora, ¿acaso un verdadero amor cristiano requiere al hombre de ahogarse para salvar su caballo? No. Sería benevolencia verdadera salvarse él mismo. Su felicidad es de mucho mayor valor que la del caballo, pero la diferencia entre Dios y todos los seres creados es infinitamente mayor que entre un hombre y un caballo, o entre el ángel más elevado y el insecto más bajo.

Dios, por tanto, considera la felicidad de todas sus criaturas precisamente de acuerdo con su valor real. A menos que hagamos lo mismo, no somos como Dios. Si somos como Dios, tenemos que considerar la felicidad y la gloria de Dios en la misma luz que él considera&emdash;como bien supremo, más allá de cualquier cosa en el universo. Si deseamos nuestra propia felicidad más que la felicidad de Dios, no somos como Dios.

Es contrario al Espíritu de Cristo apuntar supremamente a nuestra propia felicidad. Se nos dice que "si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él" (Romanos 8:9). Jesús, como hombre, no buscó su propia gloria, ¿Qué estaba buscando? ¿Fue su propia salvación o felicidad? No. Era la gloria de su padre y el bien del universo a través de la salvación de los hombres. Vino a beneficiar el Reino de Dios&emdash;no para beneficiarse él mismo. Esto fue el gozo puesto delante de él" por el cual "sufrió la cruz, menospreciando el oprobio" (Hebreos 12:2).

La suma del evangelio es ésta: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo" (Lucas 10:27). La benevolencia hacia Dios y el hombre es el gran requerimiento. Amar la felicidad y gloria de Dios sobre todas las otras cosas es agradable y deseable y es el bien supremo.

Algunos han objetado que no es nuestro deber buscar la felicidad de Dios porque su felicidad ya está asegurada. Supongan al rey de Inglaterra que es perfectamente independiente de mí y es feliz sin mí. ¿Acaso hace eso que sea menor mi deber para desearle bien, para desear su felicidad, y regocijarme en ella? Porque Dios es feliz, independiente de sus criaturas, ¿no debemos amar su felicidad y alegrarnos en ella?

MORIR AL YO

Buscar nuestra propia felicidad como el fin supremo es contrario al evangelio. En 1 de Corintios 13, el apóstol empieza, "Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo caridad, vengo á ser como metal que resuena, ó címbalo que retiñe. Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia; y si tuviese toda la fe, de tal manera que traspasase los montes, y no tengo caridad, nada soy. Y si repartiese toda mi hacienda para dar de comer a pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo caridad, de nada me sirve (1 Corintios 13: 1-3, RVA).

Pablo no pudo haber expresado la idea que la caridad (amor), o benevolencia, es esencial al cristianismo en lenguaje más fuerte. Baja su guardia en cada lado y hace que sea imposible que se equivoque en su postura: si una persona no tiene amor verdadero, es nada.

Pablo entonces muestra las características de la caridad verdadera: "La caridad es sufrida, es benigna; la caridad no tiene envidia, la caridad no hace sinrazón, no se ensancha; No es injuriosa, no busca lo suyo, no se irrita, no piensa el mal; No se huelga de la injusticia, mas se huelga de la verdad; Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta (1 Corintios 13: 4-7, RVA).

Aquí vean que una peculiaridad importante de su amor es que la caridad "no busca lo suyo". Muchos pasajes enseñan plenamente lo mismo. "Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará" (Mateo 16:25). Un principio establecido del gobierno de Dios es que si una persona apunta supremamente a su propio interés, perderá su propio interés.

El mismo principio es enseñado en otro lado en esa epístola: "Ninguno busque su propio bien, sino el del otro" (I Corintios 10:24). Si ven ese pasaje, verán que la palabra bien está en cursivas, que muestra que fue añadida por el traductor y no está en el griego*. Pudieron fácilmente usar la palabra "felicidad" o "bienestar" como bien.

Pablo también dice, "como también yo en todas las cosas agrado a todos, no procurando mi propio beneficio, sino el de muchos, para que sean salvos" (1 Corintios 10:33). Por tanto, hacer de nuestro propio interés el objeto supremo es tan contrario al evangelio como a la ley.

Una consideración suprema por nuestra propia felicidad no es virtud. Lo hombres han siempre sabido que servir a Dios y beneficiar a la humanidad es lo correcto, y buscar supremamente su interés personal no está bien. Consecuentemente, vemos cuánta molestia toman los hombres para ocultar su egoísmo y parecer benevolentes. A menos que su conciencia sea mitigada por el pecado o pervertida por la instrucción falsa, cualquier hombre puede ver que poner su propia felicidad sobre los intereses más importantes es pecaminoso.

La razón correcta nos enseña a considerar todas las cosas según su valor real. Dios hace eso, y debemos hacer lo mismo. Dios nos ha dado la habilidad de razonar con el propósito de pesar y comparar el valor relativo de las cosas. Es una burla de la razón negar que nos enseña a considerar las cosas según su valor real. Apuntar y preferir nuestro propio interés es contrario a la razón.

IR EN POS DE LA FELICIDAD

Vean el sentido común de la humanidad en cuanto a lo que es patriotismo. Ningún hombre nunca ha sido considerado un verdadero patriota si su objeto era observar su propio interés. Supongan que su objeto de lucha era hacerse rey; ¿le darían todos crédito por patriotismo? Todos los hombres concuerdan que patriotismo es cuando un hombre lucha por causa de su país. El sentido común de la humanidad entiende que un espíritu réprobo busca sus cosas y prefiere sus propios intereses a los intereses mayores de los demás.

La felicidad es gratificación de deseo. Debemos desear algo y adquirir el objeto que deseamos. Si un hombre desea su propia felicidad, el objeto de su deseo siempre estará por delante de él como su sombra. Cuanto más rápida sea su búsqueda, más rápido volará. La felicidad está inseparablemente adherida a la obtención del objeto deseado.

Supongan que deseo mil dólares. Cuando los tenga, ese deseo será gratificado y estaré contento, pero si deseo mil dólares con el propósito de tener un reloj, una camisa, etc., el deseo no se gratifica hasta que tenga esas cosas.

Pero supongan que el objeto deseado fuese mi propia felicidad. Obtener mil dólares no me hace feliz porque no es aquello en el que está puesto mi deseo. Y obtener el reloj, la camisa y otras cosas tampoco me harán feliz pues no gratifican mi deseo.

Dios ha constituido cosas así y dado tales leyes a la mente que el hombre nunca puede obtener la felicidad al ir en pos de ella. Esta conformación plenamente indica el deber de la benevolencia desinteresada. En efecto, lo ha hecho posible para que ellos sean felices excepto por el grado que están desinteresados.

Imaginen a dos hombres caminando por la calle juntos. Se encuentran a un hombre que acaba de ser atropellado y yace sangrando en el borde de la banqueta. Lo levantan y lo llevan al hospital. Su gratificación está en proporción a la intensidad del deseo de ese socorro. Si uno de ellos no sintió y poco le importó el sufrimiento del pobre hombre, será gratificado poco, pero si su deseo de que el hombre fuese auxiliado equivale a agonía, su gratificación será como corresponde.

Supongan a un tercer individuo que no tiene deseo de socorrer al hombre en apuros. No habría ninguna gratificación por ayudarlo. Podría pasar a un lado de él y verlo morir. No es gratificado en lo absoluto. Por tanto, la felicidad es en proporción al deseo gratificado.

A fin de hacer completa la felicidad del deseo gratificado, el deseo en sí mismo tiene que ser virtuoso. Si el deseo es egoísta, la gratificación se mezclará con dolor por el conflicto en la mente.

El que esto sea cierto es un asunto de la conciencia y es probado a nosotros por el tipo de testimonio más elevado que tengamos. Para que alguien niegue esto, es cobrarle a Dios neciamente como si nos hubiera dado una composición que nos permitiera ser felices en obedecerlo.

Los hombres pueden disfrutar un cierto tipo de placer que no es felicidad verdadera. El placer que no brota de la gratificación de un deseo virtuoso es un engaño. La razón por la que los hombres no encuentran la felicidad cuando están todos ansiosos por ella es que la están buscando. Si ellos buscarán la gloria de Dios y el bien del universo como su fin supremo, la felicidad los perseguiría.

Si cada individuo apuntara a su propia felicidad como su fin principal, sus intereses inevitablemente chocarían. Guerra y confusión universales seguirían la columna de egoísmo universal.

SENTIDO COMÚN Y CONCIENCIA

Mantener que una consideración suprema de nuestro propio interés sea cristianismo verdadero es contradecir la experiencia de los santos. Cada santo verdadero sabe que su felicidad suprema consiste en negarse a sí mismo y considerar la gloria de Dios y el bien de los demás. Si no sabe eso, no es cristiano.

Mucha gente que ha tenido una religión egoísta se ha dado cuenta de su error y llega a entender el cristianismo verdadero. He conocido a cientos de casos así y testifican que ahora saben, por experiencia, que la benevolencia es cristianismo verdadero.

Cada pecador impenitente sabe que está apuntando supremamente a su propio interés, y sabe que no tiene la verdad. Aquello por lo que la conciencia lo condena es que está considerando su propio interés en vez de la gloria de Dios.

Si una consideración suprema a nuestro propio interés (porque es nuestro) es cristianismo verdadero, entonces se deduce que Dios no es santo. Dios considera su propia felicidad porque es el bien supremo, no porque sea el suyo. Él es amor, o benevolencia, y si la benevolencia no es cristianismo verdadero, la naturaleza de Dios tiene que cambiar.

Si una consideración suprema a nuestra propia felicidad es cristianismo, entonces la ley debe leerse: "te amarás a ti mismo con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente y con toda tu fuerza, y a Dios y al prójimo menos que a ti mismo".

Cuando primero ponemos nuestra felicidad, tenemos que cambiar "Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios" por "hacedlo por vuestra propia felicidad". En vez de "todo el que quiera salvar su vida, la perderá", nos encontraremos diciendo: "todo el que esté ansioso de salvar su vida, la salvará, pero todo el que sea benevolente y esté dispuesto a perder su vida por el bien de otros, la perderá".

Las conciencias de los hombres cambiarían para testificar a favor del egoísmo y condenar todo lo referente al amor.

La razón correcta no se haría para pesar las cosas según su valor relativo, sino para decidir que nuestro propio interés es de más valor que los grandes intereses de Dios y el universo.

La composición humana estaría reservada. Si el egoísmo supremo es virtud, la constitución humana fue hecha mal. Y si el cristianismo consiste en buscar nuestra propia felicidad como el bien supremo, entonces a más fe un hombre tenga, más miserable es.

Toda la estructura de la sociedad tendría que ser cambiada. El bien público será mejor promovido cuando cada hombre ande en rebatiña por sus propios intereses sin consideración de los intereses de otros.

La experiencia de los santos tendría que ser reservada. En vez de encontrar que cuanto más amor tienen, más felicidad se tiene, testificarían que cuanto más apunten a su propio bien, más disfrutan el favor de Dios.

El impenitente testificaría que está supremamente feliz en egoísmo supremo.

Ya no dedicaré más a esta evidencia. Se ha probado plenamente que apuntar supremamente a nuestra propia felicidad es inconsistente con el cristianismo.

¿EGOÍSMO O CRISTIANISMO VERDADERO?

La mayoría de los hombres no saben lo que es la felicidad, y la buscan en vano. No la encuentran porque no la están buscando. Si se dieran la vuelta y buscaran la felicidad, entonces la felicidad los buscaría. Si se volvieran desinteresados y determinaran hacer el bien, no podrían evitar ser felices. Si escogen la felicidad como un fin, ella se aleja de ellos. La verdadera felicidad consiste en la gratificación de deseo virtuoso, y si ellos se disponen a glorificar a Dios y hacer el bien, la encontrarían.

Muchos dicen, "¿quién cuidará de mi felicidad si no lo hago yo? Si me voy a preocupar solamente por los intereses de mi prójimo y descuido el mío, ninguno de los dos será feliz". Eso sería cierto si su preocupación por la felicidad de su prójimo fuera una detracción de la suya, pero si su felicidad consiste en hacer el bien y promover la felicidad de otros, cuanto más hagan por los demás, más promueven la propia felicidad de ustedes.

Sería egoísmo en Dios si él considerara su propio interés supremamente porque es el suyo. El que mantiene que una consideración suprema a su propio interés es cristianismo mantiene que el egoísmo es cristianismo.

Si el egoísmo es virtud, entonces la benevolencia es pecado. Son opuestos directos y no pueden ambos ser virtuosos. Es egoísmo que un hombre disponga su propio interés sobre los intereses de Dios. Si esto es virtud, entonces Jesucristo se salió de los principios de virtud.

Están engañados aquellos que consideran su propio interés como supremo y piensan que son cristianos. Lo digo solemnemente porque creo que es cierto, y lo diría si fuese la última palabra que fuera a decir antes de ir al juicio. Tan cierto como es Dios y el alma de ustedes va ir al juicio, ustedes no tienen el cristianismo de la Biblia si son egoístas.

¿No vamos a tener consideración por nuestra felicidad? Si así es, ¿cómo vamos a decidir si es suprema o no? La pueden considerar según su valor relativo. ¿Hay alguna dificultad práctica aquí? Apelo a la conciencia de ustedes. Si son honestos, saben cuáles son las prioridades. ¿Están sus intereses en un lado y la gloria de Dios y el bien del universo en el otro? O ¿están tan cercanamente balanceados en su mente que no pueden saber cuál prefieren? ¡Es imposible! Si no están tan conscientes que prefieren la gloria de Dios a sus propios intereses como que existen, pueden dar por sentado que están equivocados.

ELEGIR IR EN POS DE LA SANTIDAD

Si realmente consideran la gloria de Dios y el bien de la humanidad, su disfrute no dependerá de evidencia. Aquellos que son puramente egoístas pueden disfrutar mucho en religión, pero es por anticipación. La idea de ir al cielo es agradable a ellos, pero aquellos que son puramente benevolentes tienen el cielo presente en sus corazones.

Está engañado cualquiera que no tuvo paz y gozo en el Señor antes de que tuviera una esperanza. ¡Cuán diferente es la experiencia de un verdadero cristiano! Su paz no depende de su esperanza. La verdadera sumisión y benevolencia producen paz y gozo independiente de la esperanza.

Supongan que un prisionero está condenado a la horca al día siguiente. Está en gran angustia caminando en su celda y esperando el amanecer. Un mensajero llega con un indulto. Agarra el papel, se acerca a luz débil que atraviesa los barrotes, lee la palabra indulto, y salta de alegría. Cree que el papel es genuino. Ahora supongan que es el papel es falso. De repente su alegría se ha ido.

Es el mismo caso de una persona engañada. Tenía miedo de ir al infierno, y claro que se alegra si cree que es perdonado. Si el diablo se lo dijo y lo creyó, su alegría sería tan grande como si fuese una realidad.

El gozo verdadero cristiano no depende de evidencia. El verdadero cristiano se pone en las manos de Dios con confianza, y el mismo acto le da paz. Tuvo un conflicto terrible con Dios, pero de inmediato se rinde y dice, "Dios hará lo correcto, que se haga la voluntad de Dios".

Entonces empieza a orar y se derrite ante Dios. Ese acto permite gozo dulce y celestial. Quizá no ha pensado en una esperanza. Puede pasar horas e incluso días, lleno de gozo en Dios, sin pensar en su propia salvación. Su gozo no depende de creer que es perdonado sino consiste en un estado de mente que descansa en el gobierno de Dios. En un estado de mente así no puede evitar ser feliz.

Los buscadores de esperanza siempre estarán decepcionados. Si van tras la esperanza, nunca ustedes tendrán aquella esperanza que sea buena para cualquier cosa, pero si van en pos de la santidad, entonces la esperanza, la paz y el gozo vendrán naturalmente. ¿Es su fe amor a la santidad, Dios y las almas? O, ¿es sólo una esperanza? Vean el carácter de Dios y las razones por las que debemos amarlo. Arrójense a él y digan, "Padre en el cielo, eres soberano y bueno. Me rindo a tu gobierno y me entrego a ti&emdash;todo lo que tengo y soy, cuerpo, alma, por la eternidad.

 *Nota del traductor. Dos aclaraciones. La primera, la palabra inglesa wealth puede traducirse como "bien", como está en la RVA, o también como "interés", "riqueza", "bienestar", u "opulencia". La segunda, el autor se refiere a versión de la Biblia inglesa King James. 

 

 

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